«Julio César Ibarbourou, único hijo de la poetisa, no tenía a dónde llevarlos cuando el 16 de junio de 1986 le dieron el lanzamiento. Entonces los trajeron para acá donde el municipio los guarda gratuitamente por seis meses, salvo que quien pruebe ser su dueño los reclame. En ese caso debe llevárselos en su totalidad. Esta vez no fue así porque el hijo de Juana consiguió un permiso para ir vendiendo las cosas. Él traía a los compradores y se las iban llevando de a una. Así se fue su biblioteca, un hermoso ropero de roble, hasta que no se fue más nada.»1 En la búsqueda casi kafkiana del destino de los muebles de Juana de Ibarbourou (1892-1979), María Esther Gilio (1922-2011) se encuentra con la desidia: entiende que al perderse los objetos de la poeta, se la está haciendo morir doblemente. ...
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