Que una película sudafricana llegue a las carteleras uruguayas es algo sumamente extraño, y más aun una de terror. Pero los inescrutables caminos de la distribución cinematográfica han deparado que esta vez el espectador pueda ir a ver, en lugar de la enésima película mainstream de miedo y sobresaltos, uno de sus símiles generados en el hemisferio sur del mundo.1
Lo mejor de ésta ocurre todo junto durante los primeros 20 minutos. Cuatro malvivientes se abocan a una arriesgada misión: el secuestro de la hija de un magnate. En un principio su empresa es exitosa, irrumpen en la casa y se llevan a la muchacha sin mayores dificultades. Pero los problemas empiezan de inmediato: en primer lugar no encuentran la forma de comunicarse con los padres, que no responden sus llamadas ni acusan recibo del video en que les piden rescate; en segundo lugar, la hija no parecería del todo normal: no sólo tiene en su cuerpo huellas de haber sido violentada recientemente, sino que por su reacción –entre el desdén y el sarcasmo–, pareciera que el secuestro fuese la última de sus preocupaciones. Cuando en un arranque de desesperación los secuestradores vuelven a la casa para dar con los padres, se encuentran con lo impensable: los progenitores de la chica están muertos y en vías de descomposición, al igual que un par de sacerdotes.
Los cabos empiezan así a atarse. El cine de exorcismos (ya prácticamente un subgénero en sí) toma un nuevo giro con esta idea de que justo una muchacha secuestrada está poseída por una entidad diabólica, lo cual le da un interesante matiz al catártico cliché del cazador cazado. Como en Perros de la calle, donde nunca se mostraba el atraco del banco, la película empieza inmediatamente después de lo que normalmente sería el clímax (el exorcismo en sí), de forma que esa escena omitida, ese enigma, puede ir armándose de a poco. Pero ese rompecabezas es desbaratado enseguida: en un exceso de frontalidad narrativa, un flashback expone sin miramientos aquello que venía forjándose en la imaginación del espectador.
Y todo se vuelve sumamente convencional, pasándose al más trillado cine de género –ahora cercano a las Resident Evil, aunque con menor presupuesto–, en el que mutantes-zombies son combatidos a balazos por los sobrevivientes. Lo meritorio es que los bajos costos son compensados con un notable trabajo de maquillaje y buenos efectos especiales, por lo que la producción no tiene mucho que envidiarle a una estadounidense. Pero terminada la película queda también un retrogusto amargo, ese que aparece al ver que un par de buenas ideas son completamente desaprovechadas.