Japón como paradigma
Mucho se ha escrito y hablado sobre la realidad estadounidense en cuanto a la posesión de armas de fuego y lo sencillo que es adquirir una –a veces con un poco más de dificultad, otras, simplemente comprándola en un supermercado–, y lo alarmante de sus consecuencias. En 2015, en el día 335 del año, en San Bernardino ocurrió el tiroteo masivo número 336.
Pero del otro lado del Norte desarrollado, cruzando el océano Pacífico, está Japón, el país del Primer Mundo con el nivel más bajo de tenencia de armas y también su controlador más estricto. Según cifras oficiales, en Estados Unidos de cada 100 personas 88,8 tienen un arma, mientras que en Japón son sólo 0,6.
Si bien en este último país desde un comienzo el potencial dueño de un arma se enfrenta a tener que comprarla a un precio sumamente elevado, una vez superada esa primera traba lo espera una odisea que no encontraríamos ni en los sueños húmedos del peor burócrata (si los burócratas tuvieran sueños húmedos). Para comprar un arma en Japón primero hay que asistir a una clase que dura un día entero, y pasar una prueba escrita que sólo se organiza una vez al mes. Luego toca tomar y aprobar una clase de tiro. Después, ir a un hospital para hacerse pruebas de aptitud psicológica y de drogas, finalmente, someterse a un chequeo de antecedentes criminales y brindar información sobre cómo está compuesta la familia, detalles de la ocupación y educación, además de la certificación que declare que el futuro dueño no es alcohólico ni depresivo.
A la policía hay que informarla de la ubicación exacta del arma y las municiones en el hogar. Ambos elementos deben estar guardados por separado en un mueble contra la pared que tenga tres trancas por fuera y una cadena de metal que fije el arma por el guardamonta. Este es uno de los requisitos más monitoreados: para asegurarse de que todo se cumpla al pie de la letra hay visitas al hogar, y se interroga a los vecinos. La policía debe inspeccionar el arma una vez al año, y las clases y exámenes se repiten cada tres.
Japón, como Estados Unidos, tiene una Asociación Nacional del Rifle, pero a diferencia de sus locos primos occidentales, esta organización se dedica a promover el tiro como deporte y a registrar armas para las competiciones. Disparar es un deporte tan serio como la gimnasia artística o el judo.
A veces nada habla mejor que los números. Según datos de la Universidad de Sidney, en 2008 Estados Unidos registró alrededor de 12 mil homicidios con armas de fuego. Japón 11. En 2006 sólo dos, y con gran revuelo social; en 2007 hubo 22. En 2013, 12, diez de ellos vinculados a organizaciones criminales, como la mafia japonesa (la Yakuza), que a su vez nunca precisó valerse de demasiada violencia contra los civiles, porque la sola imagen de la criminalidad era efectiva en una sociedad tan ordenada. En el año 2012 hubo tres muertes, todas relacionadas con la Yakuza.
El autor estadounidense y opositor al control de armas Dave Kopel publicó a comienzos de la década del 90 un estudio sobre el control de armas en Japón. Citó como destacable la obvia diferencia cultural entre los dos países: “los japoneses, criminales y ciudadanos normales, están mucho más dispuestos a consentir búsquedas y a contestar preguntas de la policía que sus pares estadounidenses”. La sociedad japonesa es comúnmente más pacífica y está acostumbrada a una fuerte intervención del Estado. La segunda enmienda de la Constitución estadounidense establece el derecho a portar armas, mientras que en Japón ser dueño de una puede ser sinónimo de crimen y su poseedor hacerse acreedor a una estadía en la cárcel. Crimen al cuadrado: poseer balas. Y si se decide a apretar el gatillo, aunque no hiera a nadie, apréstese a contemplar con serenidad esos barrotes por un largo tiempo.
Si a un yakuza de bajo rango lo encuentran con un arma de fuego y balas tendrá que enfrentar cargos de posesión agravada y puede ganarse hasta siete años de cárcel. Disparar puede acarrearle desde tres años hasta la vida entera. Si llega a tener la suerte de sacar la carta del Monopolio que indica “Salir de la cárcel”, del otro lado siempre puede haber un jefe no muy contento que decida que ya causó demasiados problemas y quiera aplicar la pena de muerte.
En un artículo publicado en el Japan Times en 2013 se entrevistaba a un ex policía japonés que por miedo a ser identificado pidió que lo llamaran Detective X. Contó que cuando los uniformados iban al campo de tiro recibían un número determinado de municiones. Cuando terminaban de tirar juntaban las cápsulas y devolvían la pistola, “y si un casquillo no estaba, la estación de policía entraba en pánico”.
La policía nipona no portó armas hasta 1946, cuando la ocupación –¡sorpresa!– estadounidense se lo ordenó. Kopel agrega que la actual policía japonesa tiene más horas de entrenamiento, le está terminantemente prohibido portar armas fuera de servicio, y sus integrantes estudian artes marciales porque esperan usarlas sólo en las más extremas ocasiones.
El ex agente recordó cuando un oficial de policía usó su arma para suicidarse. Lo condenaron póstumamente para mostrar que ni siquiera los muertos pueden escapar al rigor japonés, y al castigo se le sumó la deshonra que le trajo a su familia.
Si bien no hay datos oficiales que confirmen una relación directa entre la baja tenencia de armas de fuego y los pocos asesinatos que ocurren en Japón, algunos investigadores creen que aquélla impacta no sólo en el bajo número de muertos por armas de fuego, sino en todos los homicidios en Japón. Y hay algo que parece irrefutable: sin armas es difícil dispararle a un ser humano.