Sin tatuceras sectarias ni capillas intelectuales - Semanario Brecha
EDMUNDO CANALDA (1948-2025)

Sin tatuceras sectarias ni capillas intelectuales

Periodista radial y escrito, profesor de Matemáticas, dirigente político, director de medios de comunicación, editor. Ético, honesto, leal. Impulsor del debate de ideas y de la amplitud de pensamiento. Contrario a todo autoritarismo, enemigo de las sectas políticas y de los grandes egos, abierto defensor de la libertad. Obsesionado con el futuro, combatía a la gerontocracia y promovía a los jóvenes. Entusiasta como un chiquilín, hacedor de empresas imposibles y exitosas. Generoso y arriesgado, inteligente y metódico. Amable si había tiempo, malhumorado a veces, duro e intransigente si era urgente, de izquierda todo el rato. El pasado 6 de enero, frente al mar, en su casa del balneario Marindia, donde vivía desde hacía bastante tiempo, con 76 años y junto con su familia, falleció Edmundo Canalda.

RRSS Fin de siglo

Éramos amigos, aunque últimamente nos veíamos poco. Y desde ese lugar escribo estas líneas, tras la tristeza de saber que ya no estará ahí para proponerme alguna aventura periodística, echar a andar «algún bolazo» o juntarnos a charlar horas y privilegiarme con su cariño. Trabajamos juntos en muchos proyectos de comunicación y periodismo: en Mate Amargo, en 20/21 –el semanario que fundamos con él un grupo de periodistas que le seguimos los pasos cuando dejó de dirigir los medios «oficiosos» del MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros)–, en un informativo de radio y en el nacimiento de la editorial Fin de Siglo.

Lo conocí en la primera redacción de Mate Amargo, un monoambiente diminuto en la calle Bartolomé Mitre donde se escribía en viejas máquinas a cinta y se armaban las páginas en frío. Era el año 1986 y Edmundo dirigía el «quincenario de los tupas» con una línea clara: salir de las tatuceras sectarias y de las capillas intelectuales, promover todo lo que fuera organización popular, darles voz a los que no la tenían, romper las fronteras entre la capital y el interior y levantar solo las banderas que contaran con el potencial de unir y no de separar. Era la línea básica de pensamiento frentegrandista de Raúl Sendic. Así, con un periodismo hecho por jóvenes entusiastas, fresco y de lenguaje sencillo, con Sendic, Mujica, Fernández Huidobro, Marenales y dirigentes de otras filas políticas como columnistas habituales y con secciones fijas que denunciaban a los poderosos y sus chanchullos, Mate Amargo vendía 30 mil ejemplares quincenalmente y llegó a tiradas históricas que casi duplicaron esa cifra. Era un éxito mediático total al que se le sumó luego la compra de la radio Panamericana CX 44, que con la dirección de Edmundo pasó a llamarse «la radio de la gente», redobló la apuesta por instalar la pluralidad de ideas en los debates y alcanzó muy altos niveles de audiencia. Con esas credenciales y el antecedente de la editorial TAE –que dirigió junto con Leopoldo Lafferranderie y que vendía libros sobre la historia de los tupamaros como pan caliente–, Canalda gozaba de bastante independencia política para trazar la línea editorial de los medios del MLN-T. Pero no pocas veces lo vi de ceño fruncido defendiendo ese enfoque ante los empujes internos para hacer medios más pegados a los intereses políticos sectoriales, que bajaran línea «para los pocos pero bien montados», que era todo lo contrario que Edmundo y los que hacíamos Mate Amargo pensábamos que había que hacer.

Luego de la muerte de Sendic, los avatares de la organización y los cambios en la correlación de fuerzas internas del MLN-T culminaron con la renuncia de Canalda tanto a la dirección de los medios como a su participación orgánica.

Luego de esos episodios, y ante los evidentes cambios en la línea editorial, una barra de escindidos del Mate, junto con otros periodistas provenientes de distintos medios y bajo la dirección de Canalda, fundamos el semanario 20/21/ Información entre dos siglos. Sin un peso, pero convencidos de que debíamos apostar al periodismo independiente, conseguimos publicar durante unos meses un medio moderno y abierto, con temas nuevos para entonces, como la ciencia y la tecnología, con reportajes a fondo y algunas trazas de periodismo narrativo. Un semanario que además no le pagaba tributo a ninguna organización política y que ejercitaba la pluralidad como condición ineludible. Una rara avis para una época en la que todas las publicaciones respondían a un partido o alguna tendencia política. Pero, aunque la experiencia fue de algún modo exitosa, no tuvimos espalda económica para sostenerla. Duró menos de un año y dejó algunas deudas que algunos decidimos afrontar a pesar de la falta de recursos. Para pagar lo que debíamos, a Edmundo se le ocurrió la idea de publicar algunos libros que pudieran venderse bien y ayudarnos a honrar nuestras obligaciones. Con el primero, el libro Naná: Punta del Este, la noche de los 500 amores, que escribió y firmó Carlos Maggi con base en decenas de horas de entrevista que le hicimos a la madama más famosa de Punta del Este, nació la editorial Fin de Siglo. El libro fue un éxito de ventas y con las tres primeras ediciones se pudieron saldar las cuentas. Pero, más allá de ese primer objetivo alcanzado, la movida sirvió para que el nuevo emprendimiento se estableciera y desacartonara de algún modo el mercado de las editoriales con libros periodísticos y temas insólitos, como La locura uruguaya, de Gustavo Ekroth (que vendió más de 60 mil ejemplares), con portadas coloridas y rupturistas para los cánones solemnes de los libros de entonces.

Canalda concebía la editorial como un medio de comunicación, y con la obsesión de publicar materiales que les interesaran a grandes y diversos sectores de la sociedad les abrió paso a la investigación periodística, a la historia reciente y a la ciencia política, pero también a la autoayuda y al psicoanálisis, a la divulgación científica y a la literatura infantil. Publicó novelas, ensayos, manuales de cocina, libros de texto académicos y escolares, biografías y perfiles, cuentos y entrevistas. Con un gran olfato comercial, su impronta de pluralidad política y un ritmo productivo infernal, Fin de Siglo fue desplegando un catálogo gigante (que 30 y pico de años después cuenta con más de 800 títulos y un millón largo de ejemplares vendidos) que tiene obras para todos los gustos. Excelentes, buenas, regulares y malas… Con éxitos fenomenales y rotundos fracasos, según el propio Edmundo decía.

Su política en la gestión editorial, que implicaba tener en cuenta el necesario equilibrio comercial, fue explicitada en una entrevista que le hizo La Diaria con motivo de los 20 años de fundación de su casa editora: «Una editorial es un medio de comunicación. Es una diferencia que creo que tengo con mis colegas: me planteo que esto sea un medio de comunicación. No lo veo muy distinto a un periódico o un programa de radio, o incluso la docencia. […] Pero hablando de lo económico: si uno publica solamente lo que le parece excepcionalmente bueno, seguramente publique un libro o dos y después cierre. Hay que complacer también al lector más común».

Edmundo Canalda nació en una chacra montevideana en 1948. Se crio entre la Curva de Maroñas y la Unión. Fue a la escuela Sanguinetti, al IAVA, estudió ingeniería y dio clases de matemática. Cayó preso la primera vez por culpa de una edición barata, en cuerpo 7 y en francés de El capital, que tenía a un barbudo Carlos Marx en la portada y había que leer con lupa. Tiempo después, estuvo casi diez años encerrado por pertenecer al MLN-T. En su vida pública poscárcel, a pesar de cultivar el bajo perfil, fue protagonista siempre y aportó mucha cosa. A través de lo que publicó, propio y ajeno, de la radio o de la hoja escrita, de lo que nos enseñó a los que aprendimos con él y del optimismo que esgrimía para creer en el futuro sin dudar y sin cinismo. Pero, sobre todo, porque puso en práctica esta célebre frase de Sendic: «Si nos ponemos a discutir sobre nuestras diferencias, nos podemos pasar toda la vida discutiendo. Si nos ponemos a trabajar sobre nuestras coincidencias, vamos a pasar toda la vida trabajando».

Fue bajo ese lema que Edmundo hizo exactamente eso. 

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