Solo, pero bien acompañado - Semanario Brecha
Con Antonio Dabezies

Solo, pero bien acompañado

 

Hay que admitir que conversar en una tarde gélida con Antonio Dabezies en una de las muchas mesas vacías del Espacio Guambia, y a propósito de su cierre ahora definitivo, no parecía en principio una experiencia demasiado jubilosa. Pero el buen humor y la memoria del empecinado creador de tantos —de El Dedo a Guambia— geniales proyectos alejaron cualquier idea de duelo. Ese que sin embargo no podrá eludir la gran mayoría de los músicos uruguayos que encontraron en Espacio Guambia la posibilidad de un escenario inusualmente fiel.

—¿Por qué debemos creer que esta vez se trata del cierre definitivo?

—Algún día tenía que pasar, y bueno, llegó ese día. Hay una cantidad de razones: la edad, el cansancio, los inconvenientes que he tenido en los últimos tiempos, una suma de cosas que me hicieron decir: “hasta aquí llegué”.

—¿Y cuánto pesaron esos inconvenientes en la decisión?

—Pesaron, claro. Ahora se terminaron, pero dejaron su huella. Llevar adelante un negocio de este tipo es muy complicado, y además tiene una carga muy personal. Tengo algún amigo que se ha ofrecido para continuar, pero si no estoy yo no me cierra. Es muy difícil, son muchas cosas para atender.

—¿Es un problema para delegar?

—Sí, en cierta manera, siempre me costó delegar.

—No así armar grandes equipos…

—Por suerte eso siempre fue muy fácil para mí. Conté con mucha gente que me ayudó. Todo lo que hice se debe a que tuve la suerte de armar grandes equipos; al principio en la imprenta, después con las revistas, luego aquí. Todo lo que he hecho en mi vida siempre lo hice acompañado de mucha gente, y siempre, astutamente, gente más joven que yo.

—Y talentosa. Porque tanto por El Dedo como por Guambia pasaron grandes generaciones de periodistas, historietistas y escritores.

—Sí, en todo eso tuvo mucho que ver la imprenta, que arrancó en el año 69: me pudrí de los cierres en prensa, tuve que buscar otra cosa y con un compañero la montamos. Siguió hasta hace poco, yo la mantuve hasta 2002 y después siguió una amiga y un hermano. Cerró ahora, este año. De ahí nacieron El Dedo, las revistas, y se armó un grupo de gente que siguió trabajando conmigo en casi todos los proyectos que vinieron.

—Volviendo a 2013, y a los inconvenientes. ¿Cómo explicás aquella cadena de sinsentidos reglamentarios que hicieron que se clausuraran varios espacios culturales?

—Bomberos le pasaba la pelota a la Intendencia y viceversa. Así estuvieron meses hasta que al final, cuando hice la denuncia pública del problema, la intendenta nos juntó a todos y aclaramos las cosas. Pero la cosa no terminó ahí, porque la intendenta prometió revisar todas las multas, retirarlas, y hubo gente en la Intendencia que no las revisó. Este año me enteré de que estaba embargado, pero por suerte la intendenta se portó muy bien, reconoció que ella había dado la orden de suspender el embargo y enseguida me quitaron todo. Pero fue una gestión personal de ella, había gente de la Intendencia que había seguido con lo de las multas, gente que me tenía inquina, directamente. Pero ya está, ya no importa. Y además, que quede claro que no cierro por eso. Esa fue una gotita que rebasó el vaso.

—Para los emprendimientos culturales autogestionados, como es el caso de Espacio Guambia, las cosas no son fáciles. ¿En qué medida creés que el Estado (el Auditorio del sodre, el Solís, la Zitarrosa) compite con ellos?

—Muchísimo. Entre otras cosas se apoya a artistas que ya están consagrados. Los auspicios de Antel, o de ancap van a dar artistas que ya no necesitan de ese empujón, y en cambio los que damos lugar a figuras nuevas estamos totalmente desprovistos de cualquier tipo de apoyo. En años del Espacio Guambia nunca conté con apoyo oficial alguno. Nunca. Ni un auspicio, ni siquiera un allanarte el camino, facilitarte las cosas, no hubo nada de eso. Y lo mismo pasó con Guambia. Las cosas se vuelven muy difíciles de esa manera, y no lo digo sólo por mí, sino por varios emprendimientos culturales importantes a los que tampoco se los ha apoyado y que la pelean solos, como pueden.

—En ese sentido, ¿tenías expectativas distintas con la llegada de las gestiones culturales de izquierda?

—No, creo que no. El problema de los gobiernos de izquierda es, entre otras cosas, que para tener un apoyo tenés que militar en un partido. Ser rabiosamente independiente como yo no es negocio. Yo fui y soy independiente en todos los ámbitos, no sólo en el cultural, y en ese sentido difícilmente la izquierda te proporcione algún apoyo.

—¿Y eso no te desilusiona? Porque eras o sos frenteamplista.

—Soy frenteamplista. Y te desilusiona un poco, sí, pero es la mecánica del Frente, es como pelear contra los molinos de viento, es así y chau.

—Pero hablamos de una mecánica que el Frente Amplio siempre reprochó a los partidos tradicionales.

—Bueno, hasta que se está en el gobierno. Cuando llegan al gobierno se reparten los cargos y a otra cosa, es inevitable. Yo estuve muy metido en el Frente por el año 84, fui secretario de Seregni, presidente de la Comisión de Movilización, que era la que agrupaba a todos. Pero a medida que se acercaban las elecciones me di cuenta de que estaba todo el mundo arrimándose a ver qué puesto sacaba una vez ganada, en aquel momento, la Intendencia. Y a mí eso no me gustó nada, así que cuando terminó la elección, que al final perdimos, me acuerdo que fui y le dije a Seregni: “Mire, general, la política no es lo mío, yo lo quiero mucho, pero no cuente más conmigo”. Por mi trabajo periodístico siempre me ofrecieron además hacer prensa política partidaria, digamos, y yo siempre quise mantenerme independiente. Ir donde yo quisiera y publicar lo que se me diera la gana.

—Imprentero, diagramador, periodista, gestor cultural… ¿cómo te sentís mejor definido?
—Soy todas esas cosas a la vez.
—¿Y el rótulo de gestor cultural te queda cómodo?
—Cuando yo empecé con esto no existía ese rótulo, esa profesión. Tampoco antes éramos “diseñadores”, sino “diagramadores”. Y no había carrera de periodismo, no había título. A uno le gustaba una cosa y se metía a fondo en ella.
—Como periodista empezaste en bp Color.
—Sí, en el año 65. Hace ya un tiempito…
—¿Y como periodista qué era lo que disfrutabas más?
—Obviamente tener una publicación propia te hace disfrutar muchas cosas. Disfruté de ser periodista en una época en que el oficio era, si querés, muy romántico. Lo que eran antes las redacciones, por ejemplo, un lugar de contacto, de discusión, de competencia sana permanente; era otra cosa. Después todo eso se fue perdiendo, cambiando, no digo que para mal, puede haber sido para bien, pero es otra cosa bien distinta. Yo por ejemplo arranqué a ser periodista sin tener una formación cultural sólida, me faltó eso, yo estudiaba medicina. Y me doy cuenta de que ahora hay gente haciendo periodismo que tiene una preparación cultural muy buena. No fue mi caso: fui secretario de redacción en Extra sin esa preparación, aunque de repente había otras cosas, otras fuerzas o virtudes…
—¿Cuáles, por ejemplo?
—Creo que en llevar adelante grupos de gente me destaqué enseguida. Y no sé, un día me llamaron de bp Color y me dijeron “Dabezies, usted tiene condiciones para secretario de redacción, si quiere lo preparamos”. Y dije que sí volando. Ahí me contaron de lo que se trataba un poco todo eso y creo que me revolví bien. Después vinieron las clausuras, y ahí me conseguí otra especialización: sacar publicaciones desde cero o ayudar a otros a sacar las suyas o sus talleres gráficos. Yo te diría que hasta el año 82, u 83, nadie sacaba una publicación sin hablar conmigo; sabían que algo les iba a aportar, que los podía asesorar.
—¿Espacio Guambia cómo llegó?
—Otra de las cosas que siempre hice fue vincularme con músicos. Organicé recitales, alquilé un teatro en el año 81, el Zhit-
lovsky, que en aquel momento se llamaba Astral. Y siempre mantuve amistad con los músicos. Cuando cerré Guambia en 2001, se me ocurrió usar este espacio, que era la redacción de la revista, para hacer un negocio que en ese momento parecía redituable; alquilarlo como salón de fiestas, aunque siempre con posibilidades, en mi cabeza, de hacer también espectáculos. Lo de las fiestas no funcionó porque en aquel momento un montón de gente tuvo esa misma idea y Montevideo se llenó de clubes de ese tipo. Y entonces me dije “bueno, vamos a hacer espectáculos”. Arrancamos por 2001, nos fue bien, la gente respondió, los músicos también.
—Y por acá terminaron pasando prácticamente todos los músicos uruguayos. Recuerdo los últimos recitales del Darno…
—Sí, por acá pasaron casi todos. Entre quienes no tocaron aquí te diría que faltó Jaime (Roos), aunque estuvo sí muchas veces como invitado, y el Pepe Guerra, que también.
—Y muchas bandas de rock nuevas.
—Sí, cantidad de gente debutó aquí. El caso más notorio fue el de Tabaré Cardozo, que debutó acá en 2002. Y después Pitufo Lombardo como solista; no sé, una cantidad de gente…
—Supongo que todos esos músicos te estarán presionando para que no cierres.
—Casi todos, sí. Pero algunos también entienden. Llega un momento en que son tantas las cosas que tenés que hacer y de las que ocuparte personalmente que no podés.
—¿Creés que Uruguay es un país desagradecido con sus referentes culturales?
—No, creo que no. Los músicos están muy agradecidos conmigo y la gente también. Algún día tenía que cerrar. Las cosas tienen sus ciclos. Siempre viví con mucha adrenalina y estrés: los cierres en los diarios y las revistas, los recitales acá… Y tomar decisiones permanentemente, todos los días, desgasta mucho. Ahora me merezco descansar.

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