«Solo soy un personaje» - Semanario Brecha
Primera novela de Leonor Courtoisie

«Solo soy un personaje»

El vicio de escribirlo todo, la indagación de la propia identidad, una expansiva vocación de riesgo y lo autorreferencial como actitud definen la producción literaria de Leonor Courtoisie, dramaturga, narradora, poeta, actriz y editora nacida en Montevideo en 1990.

Magdalena Gutiérrez

La densidad de sentidos de los tres libros publicados hasta el momento por Leonor Courtoisie –una propuesta teatral que parece un cuento largo y nunca llegó a las tablas (Corte de obsidiana, 2017); los poemas de Todas las cosas siguen vivas (2020); la novela Irse yendo (2021)– deriva de un diseño calculado donde los detalles significan y todo está conectado. Muestra el tránsito de una creadora que involucra sus circunstancias vitales e interviene la voz narrativa que establece quién cuenta y desde dónde. La eterna ventaja de la literatura que puede hacer de criaturas construidas con palabras personas más verdaderas que las reales: «Desde niña siempre odié las prohibiciones. […] No tengo miedo de estar haciendo una maldad. Solo soy un personaje».

Con una mirada original que concilia inteligencia y emoción, Courtoisie es actriz y espectadora de una obra que cruza historias, alimenta obsesiones y abarca un amplio espectro de lo imaginario y lo referencial, el espanto y la magia. La búsqueda de una voz propia distingue esa manera de estar en las cosas y explorar las palabras. Su poética parte del material biográfico, problematiza las condiciones de representación del mundo referido, escribe para trascenderlo y en el camino abrasa al lector con la potencia de una escritura que encuentra nombres nuevos para asuntos viejos. «¿Por qué sigo haciendo cosas raras? Quizás porque la normalidad no existe y repetir modelos es una forma obtusa de seguir contando las mismas historias, o tal vez sea porque me resisto a creer que el mundo es de una sola manera.»

ESCENARIOS

En 2019 Courtoisie estrenó su obra de teatro Casi sin pedir permiso. Desde una lógica shakesperiana y en diálogo con Macbeth, un breve grupo de espectadores era invitado a recorrer la casa de la protagonista y conocer a su familia, en una intervención teatral que remitía a lo privado y a lo íntimo. La puesta fue imaginada a partir de una situación real, la del gomero que destruía los cimientos de la casa de la abuela y enardecía la discusión doméstica sobre si cortarlo o no. En distintas entrevistas Courtoisie reivindica esa casa –que en su literatura simboliza el universo femenino y la decadencia familiar– como su lugar en el mundo, el único al que siempre pudo regresar y sentirse a salvo. El espacio cerrado de la casa se opone al de la ciudad hostil y degradada.

Irse yendo, de Leonor Courtoisie. Criatura editora, Montevideo, 2021. 130 págs.

Desde esa genealogía, Irse yendo propone la escenificación narrativa del material íntimo que intenta comprender la propia vida. El relato comienza al compás de un ritornelo trágico: «Las raíces están destruyendo los cimientos de la casa. Dice mi madre que si no cortamos el árbol, se mata». En la literatura de Courtoisie la casa es un personaje de repertorio plural: «La casa del árbol caído» (nombre del grupo que forma la madre para comunicarse por teléfono con los otros habitantes, ya que la construcción es amplia y aunque gritan no se escuchan), «la casa de arriba de la casa» (refugio de la narradora, casi encima del techo), «la casa de una familia que ya no es» (donde habitaron la abuela, la madre, los hermanos, tías, primos, novios, peregrinos dañados y aturdidos, sin certezas ni hogar). La herencia familiar se vincula con la memoria, dota de verdad estética los vínculos entre personajes y esboza un retrato de la sociedad. Otra fue «la casa de la hipoteca», «la casa del banco», «la casa del remate», «la casa donde el perro mató al gato». De todas habla la narradora: «Me cuestan los fragmentos que tuve que ir dejando tirados por ahí». La ficción cotidiana se escribe en los detalles que celebran lo alterno y rechazan el centro, aunque la condición precaria que implica la libertad errante angustie y duela.

Hay una especie de ritmo vital acelerado acorde con las circunstancias del mundo representado. Alineada en ángulos inestables, la narradora recupera visiones parciales y poco fiables, se vuelve escéptica, a veces frágil, cargada de incertidumbre, infantil, enardecida, desesperada. La verosimilitud alcanzada puede hacer creer que el artificio es testimonio, pero no se trata de representar de esa manera el mundo, sino, como diría Italo Calvino, la espesa nube de ficciones que lo rodea. Courtoisie decide y exhibe su proceso de escritura y esparce su subjetividad mientras lo sincera. Sus textos no solo dicen, también interrogan el lugar del escritor y reflexionan sobre el acto de escribir o de no hacerlo. «Ya no tengo miedo de escribir y que todo lo que escriba se vuelva realidad. Veo las cosas y ocupo el rol de decirlas. […] Sería hermoso tener algo para narrar. Pienso en dejarle algo al mundo, así como una posteridad que me recuerde con belleza, pero soy todo caos y enchastre.»

RITUALES

Un sinfín de referencias generacionales dosifica las transgresiones a la normatividad severa del imaginario social. El consumo de drogas y de alcohol, y las escenas sexuales parecen cumplir una función de denuncia y desacralización: lo soez como ruptura. Diseñadas con una estética teatral que dinamiza la escritura, alternan con fogonazos líricos. Cuando hay humor, es cáustico, a veces ingenuo, a veces insensato.

La arquitectura de Irse yendo es admirable. Acción y tramas establecen distintas temporalidades y se organizan en secuencias. El pasado aflora en la técnica del collage, y el arte del montaje se apoya en la fascinación confesa de la autora por el cine y las artes visuales. A la hora de construir el mundo narrado, la estética del fragmento admite pasajes de otros textos –propios y ajenos– que acompañan el proceso de creación o sirven de referencia. La estructura no es gratuita, descorrer progresivamente el velo es parte del sentido de la historia.

TRAMAS

¿Qué más escribió Courtoisie en Irse yendo? La espesura referencial y el desarrollo del texto en forma encadenada hace difícil decidirse por un asunto u otro: destacan ciertos rasgos de una novela de aprendizaje donde la experiencia generacional es un acontecimiento personal e intransferible, con temporadas de depresión en las que el personaje se paraliza y cultiva el sentimiento de que la vida está en otra parte (bajo la sombra onettiana su propia madre le dice: «Tenés que irte, Uruguay es un pozo»), y el psicólogo la incita a pensar por qué siempre está en los lugares en los que no tiene que estar. Hay trazas del relato de viaje: Argentina, Colombia, Perú, Chile, México, Cuba… donde trabajó, probó ideas, presentó obras, sobrevivió a los sobresaltos, al deseo y a la desgracia. Subyace una historia inclemente sobre los hombres de su familia y el lugar ausente del padre: el relato de filiación no sustituye el enigma del yo, pero enfatiza el ethos parental. Hay dolor por el hijo que perdió sin llegar a saber si lo quería o no. Hay afectos, pasiones, y está Diego, el amor y el sostén. Otro gran tema es el del teatro Odeón, después Carlos Brussa, después cenizas de un incendio. Roberto y la oportunidad del espacio propio, la experiencia del intercambio simbólico, la obediencia y la vulneración que requieren sacrificios perpetuos y ensayos obsesivos, y llevan a la narradora al borde del abismo. Courtoisie inscribe en la ficción el recorrido personal de sus fracasos y de sus utopías, logrando una novela contundente de extraordinaria intensidad expresiva.

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