Soltar todo y largarse - Semanario Brecha

Soltar todo y largarse

Otras vacaciones.

Fotografiando aves en el arroyo Maldonado • Foto: Gonzalo Millacet

Desde hace algunos años, en Uruguay vienen surgiendo en la agenda turística propuestas enfocadas en el llamado “turismo de naturaleza”, una alternativa que busca ganar terreno entre las ofertas para los días en los que reposa el calendario.

Se ha vuelto difícil pensar en el turismo por fuera de los célebres destinos estivales, la publicidad que atesta las pantallas vendiendo infiernos por paraísos, las cotizaciones, los cálculos sobre el provecho de los comerciantes, las especulaciones acerca de su impacto zafral en la economía doméstica y un largo etcétera de lugares comunes de temporada. Playas saturadas, turistas motorizados, avivadas lugareñas: dudosas treguas con la rutina. Desentendidas de todos esos asuntos, para muchas personas viajar –durante los asuetos que arroja el calendario (o los que cada cual pueda ir conquistando a la fuerza)– remite a una actividad que se parece a un estadio superior de la curiosidad. Es bueno saber que, fuera de la oferta habitual, siempre hay buenas propuestas para soltar todo y largarse.

El Grupo de Estudios y Reconocimiento Geográfico del Uruguay (Gergu), por ejemplo, lleva cincuenta años huyendo. Y no sólo de la grasa de las capitales, que ya es mucho decir, sino también de los parlantes del camping a todo trapo, de las multitudes amuchadas bajo la sombrilla y –sobre todo– de los destinos pomposos, encumbrados por la agenda turística mainstream o el periodismo del corazón; y hasta de los cazadores, que en ocasiones trillan los mismos parajes del interior del país donde el grupo ha hecho camino en estos años. Para el Gergu, sin embargo, no se trata precisamente de “turismo”. La organización nació a fines de los años sesenta como iniciativa de algunos estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, con el objetivo de conocer los rincones de Uruguay que no solamente importan por su eventual repercusión en la caja registradora.

“Lo que hacemos, básicamente, es reconocimiento y registro de la flora y la fauna del país”, dice Martha Cabrera (integrante del grupo), como si se tratara de una empresa sin mayores dificultades. Una vez por mes, desde hace medio siglo, el grupo organiza salidas a lugares de Uruguay de importancia por sus características geográficas, su ecosistema o su relevancia histórica. Claro que esto no siempre coincide con los destinos más concurridos, puesto que la organización conserva un interés especial ligado al análisis y al registro de ciertos detalles relacionados con los estudios científicos.

Un grupo de Vida Silvestre de excursión en la Laguna de Castillos, Rocha. Foto: Oscar Blumetto

Actualmente son 90 socios los que sostienen el grupo pagando 1.400 pesos por año de cuota social. Entre ellos, Cabrera destaca la presencia de Julio Ángel Fernández, reconocido astrónomo uruguayo, ex decano de la Facultad de Ciencias e integrante de la National Academy of Science, de Estados Unidos, quien ha realizado importantes aportes al campo en el ámbito internacional. No obstante, insiste con que la integración del grupo es sumamente diversa, “hay empleados públicos, panaderos, docentes, estudiantes…”.

Con todo, la consigna es simple. Semanalmente el grupo se reúne en el Ateneo de Montevideo y planifica las salidas. Pese a que algunos son ya viejos conocidos, la propuesta es abierta. “No somos de los que se quedan con reposeras al lado de la carpa. Lo nuestro son caminatas”, cuenta Martha, cuyo destino predilecto son las quebradas del norte del país. “Aunque ya hemos recorrido todos los departamentos, tratamos de no repetir lugares”, narra; “pasamos el día, llevamos un cocinero. Y a veces arreglamos con la gente del lugar, que nos carnea algún animal”. En algunos meses, a instancias del aniversario del grupo, harán una muestra en el museo Mazzoni, de Maldonado, que recupere el medio siglo de recorrido a partir del registro fotográfico de los participantes. Se llamará “El Uruguay desconocido”. Cincuenta años caminando el país y huyendo de la agenda turística. Vaya persistencia en la huida.

Más joven, la organización Aves Uruguay lleva 30 años de ruta, trabajando en la conservación de las cerca de quinientas especies de aves registradas en el país. Entre de sus actividades, además del trabajo de investigación científica que llevan adelante biólogos y agrónomos, el grupo también organiza salidas mensuales de observación de aves en diferentes puntos del país. Acaban de volver de la isla Martín García y acarrearán sus equipos fotográficos y binoculares para caminar el cerro Arequita la semana entrante.

Cerca de 200 socios –a razón de una colaboración mensual de 150 pesos– sostiene el funcionamiento de Aves, filial en Uruguay de Bird Life, una organización dedicada a la protección de los animales y sus ecosistemas. Laureles, Lunarejo, Paso Centurión, Bella Unión son algunos de los lugares recurrentes a los que la organización promueve viajes abiertos para despuntar el gusto por la actividad, que incluye sigilo, largas caminatas y un contacto razonable con el ecosistema circundante.

“Uruguay es un país excelente para la observación de las aves”, dice Adrián Stagi, integrante del grupo: “Somos un país chico, con excelentes rutas. Podemos llegar a cualquier parte. Tenemos 500 especies de aves registradas (Argentina, por ejemplo, tiene 1.000). Tenemos una biodiversidad importante. Y todo un apoyo a nivel del turismo rural, con alojamientos a disposición en las cercanías. Se han conjugado todos estos elementos que hacen que Uruguay sea un país atractivo y seguro para observar”.

Consultado por las características de los socios de la organización, Stagi contesta: “Es gente de las más diversas profesiones. En el equipo de biólogos deben ser unos cinco. Después el resto de los socios no tienen nada que ver con la biología directamente. Hay desde gente que se dedica a hacer mantenimiento de tanques de edificios y contadores de agua, hasta amas de casa, entre otros”. Al margen de ello, el mapeo de áreas de importancia, elaborado por los técnicos de Aves, ha sido reconocido por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) y actualmente llevan a cabo investigaciones y proyectos de conservación. Es que, a lo largo de los años de salidas al Interior, han notado cómo los cambios ambientales han ido variando, con consecuencias para los ecosistemas que se proponen defender.

Salto de agua en la Quebrada de Laureles, Tacuarembó. Foto: Adrián Stagi

Las distintas especies están distribuidas territorialmente, explica Stagi: “En los bañados del este hay especies que no se ven en los Esteros de Farrapos en San Javier, en la parte oeste. En el norte han bajado las especies con el tema del cambio climático. Seguimos teniendo especies en plena ciudad de Bella Unión que no tenemos más hacia el sur. Cada ecosistema tiene sus especies de aves asociadas”. Sin embargo, junto con la forestación y el monocultivo, destaca cambios que impactan en algunos hábitats y dificultan la reproducción de algunas especies. Por ejemplo, la del cardenal amarillo, amenazada por la tala de los llamados montes blanqueales. Después de Arequita, al bajar del cerro, en octubre vuelven a la ruta, rumbo a Bella Unión, donde se discutirán estos temas en un encuentro nacional de observadores de aves.

Hace quince años, la organización Vida Silvestre emprendía su primera caminata en Laguna Negra, departamento de Rocha. Allí nació una de las ideas más acabadas que acercan el turismo a la idea de conservación de los ecosistemas. El ecoturismo (o turismo de naturaleza) apuesta sobre todo a la educación ambiental en relación con los sitios que se visitan. Una de sus modalidades más comunes es el llamado “senderismo”, o “turismo de travesía”: largas caminatas en espacios naturales, en las que a la vez se busca generar conciencia sobre el cuidado y la conservación.

Actualmente el grupo organiza salidas periódicas, como parte de sus programas de capacitación con relación a la conservación, a Cerro Verde, Santa Teresa, Punta del Diablo, Cabo Polonio, Barra de Valizas, Laguna de Castillos, Laguna Negra, Arerunguá, Quebrada de los Cuervos, Gruta de los Helechos y Laureles.

“No surge como una crítica a otro tipo de turismo, sino como una alternativa económica para la conservación. Uruguay tiene muy pocas áreas protegidas y muchas hay que hacerlas en tierras privadas. Entonces buscamos cómo generar actividades que aporten económicamente pero que, a la vez, aporten a la conservación”, cuenta el ingeniero agrónomo Oscar Blumetto, referente de la propuesta. “El otro objetivo sigue siendo hacer conocer Uruguay a los uruguayos”,  y agrega: “el grueso de los uruguayos está en el sur. Hay destinos clásicos, que tienen que ver con la costa o las termas del litoral, pero turismo de naturaleza, prácticamente nada. Lo sitios se conocen muy poco”.

Las propuestas incluyen salidas en grupos pequeños, con dos guías, durante dos o tres días (que pueden incluir campamentos o estadías en posadas). Se trata de grupos abiertos, a los que generalmente asisten participantes de distintos perfiles. “Es muy variado, tanto en edades como en profesiones, formaciones e intereses. Vienen arquitectos, ingenieros, gente vinculada a la informática, entre otros. Las profesiones más ligadas al campo son las menos”, detalla Blumetto.

Según el ingeniero agrónomo se sigue confundiendo y difundiendo lo que califica de “turismo rural” como actividad análoga al llamado turismo de naturaleza. “El turismo rural está más ligado a pasar en el medio rural una noche o unos días y ver actividades del campo relacionadas al quehacer productivo. Y para nada valoriza el capital natural. No tiene contenido de interpretación ambiental. El ecoturismo busca disfrutar del paisaje y trasmitir valores de conservación. Siempre está ligado a una cuestión de educación.”

Según Blumetto, durante los últimos años se ha notado en el Interior profundo un “aumento de la presión de las actividades humanas” sobre el ecosistema. Lo ejemplifica mencionando el avance del sector productivo agropecuario sobre ciertas zonas, o el crecimiento de la urbanización en el caso de la costa. “Cuando uno hace una actividad de ecoturismo seriamente realizada –resume– no sólo adquiere una sensación relajante por estar en un ambiente agradable, también adquiere conocimiento de cómo funcionan esos ecosistemas, qué aportan, qué cosas están amenazadas. Además del disfrute, es una actividad cultural y educativa.”

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