Inventor de historias de diferente porte y alcance, su novela Zona (2008) podía hasta ahora considerarse como su obra maestra, por la pericia técnica –se trata de una única oración que atraviesa 500 páginas durante las que el protagonista recorre en tren los 500 quilόmetros que van de Milán a Roma, mientras rememora sus pasados de mercenario croata en la guerra de los Balcanes y de oficial de inteligencia del Estado francés– y por la inteligencia de la erudición puesta a trabajar, ya que el espacio evocado, esa Zona que baña las márgenes del Mediterráneo y llega hasta Irán, es milenario repositorio de mitos, epopeyas e historias, que el narrador evoca durante su viaje en tren. Página a página, proustianamente, va levantándose el “edificio inmenso de la memoria” que, en este caso, alberga incontables siglos, idiomas, paisajes y guerras. El lector sigue encantado, llevado por la sensibilidad inteligente de la escritura de Mathias Énard.
Más concentrada y con el amargor de la picaresca es Calle de los ladrones (2012), cuyo protagonista es Lajdar, joven marroquí de Tánger, contemporáneo de las primaveras árabes, bibliotecario de un grupo coránico, que en los crepúsculos se instala frente al estrecho de Gibraltar para imaginar la buena vida del otro lado, en España.
Con ánimo firme, entonces, el jurado premiό este año a un autor que, en Calle de los ladrones, hace decir a su protagonista Lajdar : “Soy lo que he leído, soy lo que he visto, tengo en mí tanto de árabe como de español y de francés, me he multiplicado hasta perderme o construirme, imagen frágil, en movimiento”. En una Francia y una Europa tentadas por los identidismos (nacionales, lingüίsticos, regionales, religiosos, epidérmicos, sexuales, etcétera) afirmar “soy lo que he leίdo” es perfectamente subversivo, emancipador de la chotera criminal que se desparrama. De hecho, en enero pasado, poco después de los asesinatos en Charlie Hebdo, Mathias Énard fue entrevistado y, también en esa oportunidad, volvió a defender la idea de que eso que llamamos “Oriente” y que diferenciamos de “Occidente” no es más que el resultado de un constante trasiego de historias y de lenguas.
Contrariando las posturas de Edward Said, para quien “Oriente” es el nombre de una mirada imperial, Mathias Énard postula el carácter co-construido de los dos ámbitos, compenetrados ambos uno del otro (por ejemplo, el movimiento yihadista emana de una rama que se creó en el siglo XIX, con el fin de renovar la religión musulmana, y que para eso se apoyó en el pensamiento europeo, para mejor oponerse a la colonización y al imperio otomano).1 En la hoy premiada Brújula, que esta cronista aún no leyó, nuevamente se encuentran épocas, idiomas y guerras, en la evocación melancólica que realiza su protagonista, un musicólogo vienés, una noche de insomnio.
Mathias Énard estuvo en Montevideo, en 2012, en el marco de una gira por Chile, Argentina y Uruguay. Participó en mesas redondas junto con Carlos Liscano y Henry Trujillo en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y en la Biblioteca Nacional.2 Llano y afable, en un perfecto español, hablaba de su preocupación por Siria, país en el que vivió varios años. Brújula está dedicado “a los sirios”.
2. Véase Brecha, mayo de 2013.