El que haya visto Spotlight, la película ganadora del pasado Oscar, y haya tomado nota de las alarmantes cifras manejadas en la investigación real en que se centra, puede comprender que la enfermiza relación entre Iglesia Católica y pederastia no sólo es crónica, aguda y endémica, sino que además es sumamente longeva. Pero no todos los países cuentan con una estructura de investigación apropiada para destapar esta clase de escándalos masivos, y es sólo en el Primer Mundo que pueden trascender de manera pública. Los casos más sonados de los últimos años tuvieron lugar en Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Canadá y Gran Bretaña. Ahora Australia se suma a esa desafortunada lista, y de qué manera.
4.500 es la cifra de menores abusados por curas que maneja hoy la Comisión Real, máxima instancia de investigación del país, que comenzó su trabajo en 2013. El estudio señala que 7 por ciento de los curas de toda Australia fueron acusados de delitos de pederastia, entre 1980 y 2015, y en este momento se está interrogando a prácticamente todos los obispos del país, en sesiones que se extenderán hasta el 27 de febrero. Pero Bernard Baret, investigador que documenta estos abusos, señaló a The Guardian que lo contenido en el informe es sólo la punta del iceberg, y que los abusadores son muchos más. Si esta cifra no fuese lo suficientemente reveladora, otras presentadas merecen particular atención: se sugiere que entre 1950 y 2010 más del 20 por ciento de los sacerdotes de los Hermanos Maristas, los Salesianos de don Bosco y los Hermanos Cristianos fueron acusados de abusos sexuales; pero en la orden de san Juan de Dios la proporción asciende hasta el 40,4 por ciento. Las denuncias recabadas son 4.444 y, de los denunciantes, 78 por ciento son varones y 22 por ciento mujeres, que fueron abusados, en promedio, entre los 11 y los 10 años de edad, respectivamente. Quizá lo más llamativo para algunos sea el tiempo promedio que los denunciantes precisaron para presentar sus denuncias: 33 años.
Esto es revelador del silencio en el que se refugian las víctimas – una constante en muchos casos de violaciones y abusos sexuales–, y más cuando éstas son niñas y niños que no tienen conciencia de que su victimario está cometiendo una falta grave, debido a su desconocimiento de las relaciones sexuales y de la naturaleza del consentimiento. Por otra parte, la culpa y la responsabilidad las suelen hacer recaer sobre ellos mismos, además del temor ante las posibles repercusiones de cuestionar el accionar de una autoridad. Para peor, una vez que estas personas entran en un conocimiento real del abuso suelen silenciarlo, ya sea por vergüenza, por evitar un trabajoso proceso legal que quizá los revictimice o incluso por considerar que, al haber pasado muchos años de ocurrido, la denuncia carecerá de efectividad (en muchos casos, esto es lamentablemente cierto).
Las causas psicológicas que explican la inmensa cantidad de curas pedófilos señalan que el florecimiento de tal perversión es un resultado del celibato obligatorio, de la represión, y de la adoración de figuras asexuadas, inocentes y “santas”, como los niños. Es hasta lógico que, al anular tempranamente el cuerpo de la mujer como objeto de deseo, los seminaristas disparen su libido en otras direcciones.