Retratar la locura desde el arte sin caer en clichés reduccionistas siempre es un desafío. Para generar esta pieza de teatro documental, el francés Guillaume Vincent utiliza como material dramático el relato de una paciente bipolar con la que se entrevistó en varias ocasiones durante seis meses. Alejado del romanticismo que generalmente rodea esta temática, el autor busca construir un testimonio mediante la palabra descarnada para reflejar la realidad de una persona que convive con sus propios demonios. En la narración de la cotidianidad de esta joven mujer y los vaivenes de su patología emerge el drama más puro y duro. Con la dirección de Margarita Musto y la traducción al español de Laura Pouso, este intenso monólogo es interpretado con solvencia por Dahiana Méndez (Mi muñequita, Ex-que revienten los actores).
La fortaleza de este relato es la forma en que representa el paso del tiempo. Para Emilia, la protagonista, el tiempo se dimensiona en ciclos que transitan estados emocionales extremos. Ella conoce muy bien su enfermedad y las consecuencias de sus acciones. Parece experta en dosis de psicofármacos, en efectos adversos de la medicación, en códigos de funcionamiento de hospitales psiquiátricos, en reglas de internación. Parece y lo es, pues vive y experimenta desde la propia carne. El tiempo se rige por estados psíquicos alterados, por períodos de depresión y otros de exaltación que Emilia describe con detalle y que marcan su vida y la de los vínculos que la rodean. Se detiene y presta especial atención a los momentos de internación que significan mojones en su evolución. En su búsqueda de rescatar el testimonio de la forma más veraz posible, Vincent logra sintetizar con potencia la degradación psíquica y social de este personaje que, poco a poco, va perdiendo su cordura a la vez que se sume en una terrible soledad.
Es un mérito de Dahiana Méndez sostener este relato verborrágico, en una escena despojada en la que solamente cuenta con una silla y pocos elementos. En una forma de decir que suena muy espontánea, logra con el público la conexión y la empatía necesarias para acercarse a la realidad de su personaje. Con sutileza desliza cambios en la entonación, actitudes corporales y gestos que dan pistas sobre diferentes momentos de las entrevistas que la joven sostuvo con el autor en diversos estados de su enfermedad. Transita desde el sosiego y la calma hasta la vivencia de alucinaciones y paranoias, y los recuerdos teñidos de humor de estados maníacos que, vistos a la distancia, provocan la risa del propio personaje. El público se torna un observador de sus estados, un confidente, un escucha.
¿Qué es verdaderamente la locura?, se pregunta la protagonista. Y el autor intenta responder desde su propia voz, otorgándole en la escena un espacio y un tiempo para ser escuchada. Encuentros en la Estación del Este pone en primera plana una de las tantas caras de la locura, en un siglo en el que la salud mental cobra protagonismo aunque paradójicamente sigue siendo un tema marginal a nivel social. Esta pieza actúa como escaparate, como un intento de acercamiento a una realidad difícil y no tan lejana. Un interesante ejercicio de teatro documental que cuenta con un imperdible trabajo actoral de Méndez.