os baños son hermosos. Uno de ellos es como una cúpula blanca brillante, otro presenta en su interior una suerte de laberinto de tablas de madera. El más extraño de todos está revestido por un vidrio transparente. Cuando una mujer estadounidense, confundida, le pregunta a Hirayama, el protagonista, cómo operarlo, el funcionario le enseña cómo activar el mecanismo. Para sorpresa de ella y del espectador, las paredes de vidrio se opacan y desde afuera ya no puede verse el interior. La iniciativa es notable; los baños públicos, sitios usualmente oscuros, sucios y peligrosos, fueron convertidos en prístinas obras de arte diseñadas por arquitectos y artistas, convirtiéndose en un atractivo turístico en sí mismas. Cuando Wim Wenders fue invitado a Japón para que conociera estos baños y le fue ofrecida la idea de obtener fondos del gobierno para que hiciera una serie de cortos sobre ellos, el director redobló la apuesta y decidió hacer todo un largometraje. Las autoridades niponas deben de haber quedado muy conformes: al ver esta película, no pocos espectadores reafirmarán sus intenciones de visitar Tokio. Wenders es un autor sumamente talentoso y perspicaz que sabe disimular esta característica propagandística y capitalizarla en función de su historia y su narrativa. Pero habría que ver con qué costos.
Lo «marginal» aceptable
Mucho se viene hablando de lo original en la decisión de Wenders y su coguionista Takuma Takasaki de optar por un protagonista que es limpiador de baños, de la osadía de elegir un oficio marginal y colocarlo en el centro de la narración. Pero este carácter excepcional no es del todo cierto; solo lo es si pensamos la película desde una perspectiva mainstream, ya que existe un sinfín de películas del cine independiente mundial que tienen como protagonistas a conserjes, limpiadoras, mucamas, empleadas domésticas y otros oficios poco glamorosos y reservados para las clases bajas. Ahora bien, a diferencia de aquellas películas, aquí no es puesta de relieve la dimensión social intrínseca a estas labores. El hecho de que los baños elegidos sean de este porte y de este nivel de pulcritud no solo es poco representativo de un oficio, sino que hasta pareciera una elección artificial y directamente engañosa. Desde una perspectiva tercermundista, muchos podríamos envidiar una labor como la del protagonista, alguien que, además, limpiando baños gana lo suficiente como para tener una vivienda decorosa y comer y beber todos los días en bares.
Dejando de lado este asunto, el abordaje despliega jornadas en las que el protagonista vive una cotidianeidad disfrutando de las pequeñas cosas y en las que alcanza el bienestar contemplando los detalles con una mirada detenida, empática, solidaria y tolerante. Wenders es un gran creador de climas y atmósferas, y difícilmente otro director podría haber salido airoso con una película-río de este porte, en la cual no hay un conflicto central claro ni líneas narrativas definidas y fácilmente reconocibles. Pero aquí hay algo que también se siente extraño. El director ha dicho recientemente que, a lo largo de su obra, sus películas lidian con la idea de cómo vivir y son una búsqueda de respuestas a ello, y que Perfect Days sería una respuesta precisa: «Creo que mucha gente la va a ver y sentir el anhelo de una vida más sencilla, una reducción de lo que tenemos y de lo que consumimos. En muchos sentidos, Hirayama es un ejemplo de cómo vivir». Toda película ofrece un sistema de valores y esta no podría ser más transparente en su intención ejemplarizante: la humildad, la sencillez, el buen humor y el conformismo como ideales a seguir. Desde el momento en que se ve sonreír por primera vez a este protagonista, sabemos que pocos dobleces se darán a conocer por fuera del estereotipo del «anciano bueno», un individuo correctísimo, silencioso, productivo, sabio, parsimonioso. Y, por supuesto, sonriente como un simio amaestrado.
Alemania conoce Japón
Wenders emergió de las filas del nuevo cine alemán de los años setenta y, a diferencia de sus compañeros de generación (Herzog, Fassbinder), siempre fue un esteta del orden, las formas armónicas y los cristales espejados. No es de extrañar que sienta una auténtica fascinación por este tipo de cotidianeidad en un entorno idílico, que además toca una nota de exotismo para el espectador occidental y, sobre todo, para el adepto al turismo hegemónico: ese que encumbra la seguridad, la limpieza, la planificación urbana milimétrica ostentada desde las ciudades primermundistas.
El protagonista recorre la ciudad en su camioneta mientras suenan Lou Reed, los Rolling Stones, Patti Smith, The Velvet Underground y otros intérpretes, canciones reconocidas, en su mayoría de artistas de la escena roquera de los años sesenta y setenta. Sin desmerecer el buen gusto musical de Wenders –muchos considerarían esta banda sonora como un compilado insuperable–, cabe señalar que hay, sin embargo, poca originalidad en la selección –basta una búsqueda en Google para corroborar el listado de películas que también utilizaron recientemente música de cada uno de estos artistas– y, nada menor, poco respeto por la cultura local. La comparación con el cine de Quentin Tarantino, otro melómano que le da mucha importancia a la música de sus películas, sirve como contraste: Tarantino recoge secretos bien guardados, joyas ocultas de su discografía y les da una nueva dimensión y una nueva vida: Wenders cae en los lugares comunes de la hegemonía indie, canciones reconocibles, de fácil aceptación universal. Por último: cuando Tarantino ambientó una película en Japón, su banda sonora supo mimetizarse con la cultura local: en Kill Bill puso a una banda punk japonesa a tocar en vivo e introdujo temas de películas de culto niponas. Por supuesto, Wenders se cuidó de hacer alguna excepción y agregó algún tema japonés a la selección, pero aislado en un mar de música occidental.
Este año veíamos la notable película uruguaya-argentina Temas propios, de Guillermo Rocamora, en la cual la esmerada selección musical desplegaba temas varios de la escena del rock uruguayo. Muy otra habría sido la película si las canciones hubiesen sido anglófonas o covers en inglés de bandas reconocibles del primer mundo. Quizá la selección musical de Wenders sea un capricho y está bien que así lo sea, pero es algo que también habla de cierto posicionamiento, de cierto lugar en el mundo. Como la película en su totalidad.
Perfect Days
Sugerente, perspicaz, hegemónica
La última película del consagrado director alemán Wim Wenders (autor de clásicos como Paris, Texas y Las alas del deseo) goza de un consenso crítico casi absoluto, ha obtenido un sinfín de premios y está nominada al Oscar como mejor película extranjera. Pero pese a ciertos atributos innegables, como su calidad técnica o su poder de sugerencia, la película puede resultar irritante en su reproducción acrítica de determinados valores.
↑ Difusión