No casualmente en el cielo se estaba dando la conjunción de la luna nueva y Venus cuando Julio Sosa falleció en la madrugada del sábado 28 de diciembre. Piel Kanela, mulato, hijo de la mezcla de las razas negra y blanca.
En 1933 todavía había esclavitud en Uruguay. De la lavandera y el capataz de tropa de la familia Gallinal nacieron 16 hijos. Vivían en Puntas de Illescas, un pueblo nacido en torno al ferrocarril que unía Montevideo con Nico Pérez.
Rosa tenía sólo 16 años cuando dio a luz a los mellizos Julio y Eleuterio. A Julio, desde chico, le gustaba cuidarse el pelo, además de peinar y aconsejar a sus hermanas para vestirse y maquillarse. Pero el capataz era muy duro, especialmente con Rosa y con él, que desde pequeño estaba obligado a trabajar en los maizales, espantando langostas.
El empalme ferroviario generaba que los trenes se armaran y desarmaran allí, habilitando ramales a Treinta y Tres, Melo y Río Branco. Cada día pasaban muchas personas por el pueblo, y Julio les vendía empanadas y pan casero. Miraba las revistas, hablaba con las mujeres de los prostíbulos; su primera vez fue con un sacerdote.
A ritmo de malambo se acercó a la danza, y entre trenes empezó a soñar con irse a Montevideo, hasta que a los 15 años bailó su vals con la ciudad, la noche y los maricas como él. Un menor en calidad de población flotante, temiendo ser interceptado por el orden público, se abrió camino en la capital. Cuando ya tenía 17 años su mamá vino con sus hermanos a un terreno que tenían en la zona del Cerrito de la Victoria, que con el tiempo se fue convirtiendo en parte del patrimonio cultural de Montevideo.
Bailar le gustaba mucho mucho. Limpiando en los cabarets fue enamorándose de las telas, las lentejuelas y los bordados brillantes, y empezó a coser y a bordar. Entretejiendo cordones, enlazó su vida con otros y otras en una ciudad dura, que en el día era una cosa y en la noche muy otra. Pero él enfrentaba la vida danzando mucho y con poca ropa, y se maquillaba y elegía brillo y pestañas postizas.
En la noche montevideana, tener un seudónimo era vital. Julio se autodenominó “Tabú” para hacerle honor a lo prohibido. Por ese tiempo, el mexicano Agustín Lara vino a presentar “María Bonita”, el tema más famoso del momento, y también cantó “Piel Canela”, otra canción desbordante de swing. Fue él, Agustín Lara, quien después de ver a Julio en escena lo bautizó “Piel Kanela”. Él nunca dejó de sentirse “Tabú”, pero el peso de la mirada ajena le fue dejando ese otro nombre, que se le pegoteó al cuerpo.
Amigo desde fines de los cuarenta de Pirulo Albín, Marta Gularte y la distinguida y delicada Negra Johnson, Kanela hizo su entrada en el carnaval y el candombe con una fuerza imponente. Diseñador, vestuarista y ya destacado bailarín, en 1956 participó en Fantasía Negra junto con su gran amigo Pirulo, en el primer Desfile de Llamadas. La comparsa era dirigida por Pedro Ferreira, que un día le dio un sabio consejo; cuando pasaba con su guitarra, lo vio y le preguntó:
—¿Qué te pasa pibe?
—Estoy muy nervioso.
—Y… si no tenés nervios, pegate un tiro.
Aun así, toda la vida Julio fue nervioso y se convirtió en una figura pública viviéndolo todo con una intensidad abismal. Su corazón bien lo sabía, fue su talón de Aquiles. Bailó en revistas y comparsas, y en los setenta fundó la suya propia, Piel Morena, junto con Rosa Luna y Carlos Modernell. Desde fines de 1970 hasta 2001 triunfó con Kanela y su Barakutanga, pero su propuesta en materia de candombe se activó aun más fuertemente con Tronar de Tambores, que nació en 2002 y fue su casa hasta el día de su partida.
Fue un artista uruguayo nacido en el interior del país. Muchas veces, en su pueblo, le gritaban “gaucho puto”, pero toda la vida sintió orgullo de ser marica: fue de esos hombres que tienen gestos, ademanes y actitudes propias de una mujer. Sabía que eso, por el año cuarenta y pico, significaba que te clasificaran como pederasta, activo o pasivo.
Le gustaba mucho hablar de la muerte, hace años que la sentía cerca, y su relación con el flaco de arriba era bien cercana. Siempre mencionaba a los fantasmas de febrero; esos amigos y hermanos con los que se encontrará definitivamente. Escucharlo en discusiones candomberas era difícil; sus opiniones podían resultar desagradables por el efecto que tuvo el dinero en su vida, y por la expresión de valores antagónicos a los de esta feminista negra que escribe. Pero cada vez que lo vi bailar no pude dejar de emocionarme con la libertad que lograba transmitir su ser hombre y mujer, joven y viejo, católico, umbandista, loco y sabio, atrevido y humilde, soberbio, fogoso y carismático. Kanela fue Julio Sosa, el de corazón ardiente. Adiós, Tabú, gracias por el tren libre de tu vida que, incluso a los que estábamos en vagones distintos al tuyo, nos ayudó a amar nuestra diversidad humana.