—Supe de tu existencia gracias a una nota que te hizo El Periódico del Este, ¿cuándo inauguraron la escultura de Ruperto?
—La hice en 2013 y la inauguramos el 6 de enero de 2014.
—¿Tenías vínculo con Roy Berocay?
—No, le había leído sus cuentos a mis hijos; lo conocí cuando fui a pedirle una imagen para hacer la escultura de Ruperto y me dio una foto de un dibujo de Daniel Soulier.
—¿De dónde partió la iniciativa de la escultura?
—De integrantes de la Junta Local de Parque del Plata, motivados porque en 2014 el Sapo Ruperto cumplió 25 años y porque Roy vive en el balneario Las Toscas, que está al lado.
—¿Por qué creés que fuiste elegido para realizar la tarea?
—No lo sé, supongo que estaba bien conceptuado por algunos trabajos que había hecho en Parque del Plata; la propuesta me sorprendió gratamente, enseguida me la puse a los hombros.
—¿Qué trabajos habías realizado?
—Una intervención plástica en la fachada de una fábrica de pastas y en el entorno del restaurante Maruja, y mucho antes una exposición de esculturas en hierro y madera en el centro comercial e industrial de Atlántida. Ah, y últimamente las letras del cartel que identifica a Atlántida, al estilo del que tiene Montevideo. Vivo en Parque del Plata desde 1997, año en que llegué, desempleado, a vivir en una casa de propiedad familiar, y a fuerza de buscar trabajo terminé recurriendo al oficio para inventármelo.
—Oficio de escultor.
—Sí, de algún lado, no sé de dónde, bajó la idea de hacer cascadas y estanques, y aunque te parezca mentira es de lo que vivo ahora (muestra un álbum con fotos de estanques que realizó en jardines e interiores).
—¿Formación en escultura?
—Temprana e incompleta, a los 12 años fui el primer alumno, creo, de la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Canelones, donde tuve de profesor a Juan Pedro Morra, que te hacía pulir la madera sólo a herramienta.
—¿Hay otra manera?
—Normalmente pulís con gubia, lija y agua, como lo hice después en la Escuela de Artes y Oficios Pedro Figari, pero Morra nos hacía pulir sólo a gubia. Método mucho más difícil y, a la vez, provechoso en cuanto al conocimiento y al manejo que te da del material. De ahí pasé a la Pedro Figari y luego a la Escuela de Bellas Artes; por circunstancias de la vida no egresé de ninguna de las dos.
—¿Perjudicó, eso, tu presente laboral?
—No, porque fui ingeniándome para aprender lo que necesitaba. En 1984 me metí a aprender a trabajar la fibra de vidrio en unos cursos privados que daban en Montevideo, cuatro años después renuncié a un empleo público que me estaba enloqueciendo y entré a un taller de fibra de vidrio, después compré una pequeña fábrica de plásticos cuya matricería hacía yo y cuando se fundió con la libre importación decidí instalarme en Parque del Plata, donde puse un cartel que decía: “Reparaciones en fibra de vidrio”.
—Material con el que confeccionaste al Sapo Ruperto y parece, a simple vista, duro de modelar.
—Primero hacés un molde y sobre él va la resina y la fibra. La fibra es una tela, de vidrio, y va montada sobre una resina viscosa, que aplicás con pincel. Fibra y resina actúan como el pórtland y el hierro, la fibra sería el pórtland, y la resina el hierro; ambos, pórtland y resina, secan por fraguado químico.
—¿Qué dijo Roy cuando vio el trabajo terminado?
—Se lo mostré sin pintar, aunque desde el primer momento lo imaginé en colores. Roy vino con la señora y tuvimos una charla de lo más amena, en la que me convenció de que la escultura le había gustado.
—En la nota de El Periódico citás una anécdota del día de la inauguración que merece reiterarse.
—Sí, vino mucha gente, autoridades de la Junta, gurisada, y Roy tocó no sé hasta qué hora con su banda. En un momento estábamos charlando y un botija se apoyó en la escultura y empezó a hablarle; todas las pausas y repreguntas que hacía indicaban que recibía respuestas. “¿Te das cuenta que el sapo le habla”?, le dije a Roy, que asintió con la cabeza.
—Otra anécdota, menos grata, es la de la vandalización, en la que supiste perdonar a los agresores.
—Sí, fueron siete u ocho adolescentes de Montevideo, que destrozaron a golpes la escultura. La reacción de la comunidad y de las autoridades de Parque del Plata fue inmediata y contundente, la noticia corrió, vinieron tres canales de Montevideo, radios, me hacían notas. A los pocos días me llamó el padre de uno de esos gurises, en representación de los otros padres, subrayó la consternación que sentían por lo que habían hecho los hijos, pedían disculpas y ofrecían pagar los gastos de reparación de Ruperto. Le propuse que además de solventar la reparación invitaran a sus hijos a ayudarme en la tarea y los cité a una reunión en mi taller. Vinieron todos los gurises, en algún caso acompañados por padre y madre, y en la tertulia espontánea que se armó dos o tres tomaron la palabra y señalaron lo arrepentidos que estaban. Como fueron sinceros, los comprendí. Y aunque después no vinieron a ayudarme porque estaban intimidados, según los padres, por la condena que recibieron en las redes sociales, a la reinstalación de Ruperto sí vino el padre que me llamó por primera vez, acompañado por el abuelo del gurí.
—¿Cuánto te llevó restaurarlo?
—Veinte días.
—¿Y traerlo al mundo?
—Sesenta. La vandalización, igual, tuvo más repercusiones que la autoría.
- Nació el 29 de agosto de 1955 en Canelones. Facebook: nelsoncapote y aguaenmovimiento.