El jueves 22, en la pequeña ciudad de Trollhättan, oeste de Suecia, un hombre de 21 años acuchilló a cuatro personas en una escuela-liceo matando a un alumno de 15 años y a un profesor asistente, e hiriendo gravemente a otro alumno de 15 años y a un profesor. El autor de los crímenes, Anton Lundin-Pettersson, que terminó muerto por la policía, se tomó la mañana libre de su pasantía en una fábrica con la excusa de que tenía que ir al dentista. En vez de eso se presentó, enmascarado y armado con una espada y un cuchillo, en la escuela Kronan, donde gran parte de los alumnos son extranjeros o hijos de extranjeros. El resultado fue el ataque más violento producido en un establecimiento de enseñanza desde 1961. Al día siguiente la policía dijo que una carta que había dejado Lundin-Pettersson en su casa, así como los testimonios de varias personas que se encontraban en la escuela, demostraban que el crimen estaba provocado por el odio racial. Lundin-Pettersson eligió a sus víctimas por su color de piel. Los padres del joven docente que murió acuchillado son iraquíes, y el alumno asesinado era somalí. Más tarde varios medios suecos revelaron que Lundin-Pettersson miraba habitualmente videos de contenido racista y neonazi, que publicaba en su cuenta de Twitter.
Trollhättan es, según el politólogo sueco Anders Sundell, de la universidad de Gotemburgo, la ciudad con más segregación étnica del país. En el barrio de la escuela donde ocurrieron los hechos, 58 por ciento de la población son extranjeros, mientras que en otros barrios de la ciudad son menos del 10 por ciento. La guerra en Siria ha multiplicado la cantidad de refugiados que llegan a Suecia. Durante la semana en la que ocurrió el ataque en la escuela unas 9.500 personas pidieron asilo, y suman más de 100 mil en lo que va del año. En los últimos meses la violencia racista se ha hecho cada vez más visible en este país escandinavo de 9,5 millones de habitantes con una fuerte tradición de recibir a refugiados. Desde marzo se han producido unos 20 incendios en centros de acogida de refugiados o locales que estaban siendo preparados para acogerlos, afortunadamente sin víctimas graves. Pero la violencia que se ve hoy no es un fenómeno totalmente nuevo. Desde hace ya por lo menos un año se registran actos violentos contra inmigrantes provenientes de Rumania y Bulgaria, muchos de ellos gitanos, que como resultado de la crisis económica de Europa han dejado sus países y viven en situación de calle en Suecia, a menudo como mendigos. Sin embargo, después de varias décadas recibiendo olas de refugiados que escapaban a las guerras en los Balcanes, en Afganistán y en Irak, los suecos son cada vez menos reticentes a aceptar la inmigración. Así lo establece en sus encuestas anuales el instituto SOM, de la Universidad de Gotemburgo, que desde 1990 registra una tendencia decreciente de la intolerancia. Actualmente muchos suecos se han movilizado en solidaridad con las familias que huyen de la guerra. Pero al mismo tiempo se ha generado una radicalización política hacia la derecha. En un contexto de desencanto político y con una socialdemocracia en constante declive, sobre todo desde el abandono de la política del pleno empleo, con recortes permanentes de los derechos sociales y de los salarios en relación con el Pbi, tampoco Suecia parece resistir a la tendencia europea de crecimiento de los grupos ultras.
Desde que hace cinco años entraron en el parlamento Los Demócratas, un partido de extrema derecha cuya única preocupación es parar la inmigración, este pasó a ser uno de los temas al que los medios le consagran más espacio. El partido, con raíces en el movimiento neonazi, ha logrado pulir su imagen y ganar simpatías a pesar de múltiples revelaciones de que sigue teniendo integrantes neonazis en su seno.