EL CAPITAL DE KARL MARX. ¿En serio? ¿El capital para niños? ¿Una “bajada de línea” marxista a partir de los 5 años? ¿Un texto básico para fundar la Recontra-Juventud Comunista?
Algunos pondrán el grito en el cielo. ¡Los niños son niños! ¿Cómo es posible siquiera pensar en inocularlos desde ahora con algo tan aberrante como la ideología? Como si no se estuviera librando una verdadera guerra todos los días por el alma y el cerebro de “nuestros niños”. En la televisión, en el cine, en los peloteros, en el rosado princesa de los juguetes de niña y el celeste cielo de los varones, en Barbies o personajes de Star Wars, Minecraft o Pokémon Go, en la calle y en la escuela. “Nuestros niños”, en cuyo nombre tantos crímenes se han cometido.
Lo cierto es que los niños son un sector muy importante para la economía. ¿Por qué no explicarles cómo funciona el mundo, pongámosle, desde un lugar diferente a “todo esto es lo que tenés que lograr que te compren”?
Este libro, adaptado por Joan R Riera e ilustrado por Liliana Fortuny, aborda nada menos que el tema de la plusvalía, y es el “abuelo Carlos” el que explica por qué un calcetín por el que al obrero le pagan 25 céntimos vale dos libras en el mercado, y cómo se reparte la ganancia (bah, cómo no se reparte).
No es frecuente que el mundo del trabajo o el de la economía se aborde para un público infantil, y más allá del enfoque, el libro de Riera y Fortuny tiene la virtud de trasmitir valores como la solidaridad, la lucha por los derechos y la justicia. A pesar del tema y de que sobre el final del libro a Riera le viene un ataque de “lenguaje inclusivo” (los trabajadores y las trabajadoras), El capital es un libro para niños, un cuento en el que no hay princesas ni dragones sino obreros y dueños de la fábrica, y la aventura es ir a la huelga. Sin embargo no hay “cerdos capitalistas” que hacer saltar por los aires, sino empresarios que entienden que es preferible negociar con los trabajadores. Tampoco hay proletarios a quienes les aplasten el cráneo a palazos en las manifestaciones, sino obreros muy felices que recorren el mundo como un fantasma para difundir su experiencia de lucha y para que el resto de los trabajadores del mundo puedan vivir mejor. El dibujo de Fortuny es muy expresivo, a pesar de lo difícil que resulta ilustrar un libro de estas características, y la paleta baja está más que justificada al recrear la Inglaterra industrial del siglo XVIII.
COLECCIÓN ANTIHÉROES. Un poco en la misma línea –la de mirar desde otro lugar– está la Colección Antihéroes de la editorial argentina Chirimbote, que ya había lanzado, en paralelo, la Colección Antiprincesas. Combatiendo los estereotipos de género, ambas colecciones proponen otro tipo de modelos, basados en los valores artísticos y humanos de los homenajeados y poniendo el énfasis en personajes latinoamericanos; seres de carne y hueso con su lado luminoso y otro no tanto, quienes no confiaron en la magia o en la intervención providencial de un príncipe que las salvara o de una princesa que los enamorara para realizar la obra por la que se los reconoce, sino que apostaron más bien por la convicción, la sensibilidad, la inteligencia y el trabajo. Así, si los primeros volúmenes de las antiprincesas estuvieron dedicados a Violeta Parra, Frida Kahlo, Juana Azurduy y Clarice Lispector, los de los antihéroes lo están a Julio Cortázar y Eduardo Galeano.
Los libros trazan un recorrido que entreteje hábilmente vida y obra, logrando la proeza de empacar en escasas páginas recorridos vitales y artísticos complejos y una “puesta en perspectiva” histórica y estética que ayuda a que los libros operen en un contexto que excede a los retratados y se derrama por la historia del continente. Puede molestar, sin embargo, cierto exceso de corrección (al señalarse, por ejemplo, que aunque Cortázar no escribió “grandes fantasías en tierras lejanas, como Harry Potter o Star Wars”, éstas son también “muy entretenidas”), alguna condescendencia a la expresión infantil (llamando a Rayuela “novelota” y cosas por el estilo) o, nuevamente, el “lenguaje inclusivo” (al punto que en el libro sobre Galeano hay un apartado “Arqueólogos y arqueólogas”). Pero estos libros escritos por Nadia Fink e ilustrados por Pitu Saá son verdaderas guías que oscilan exitosamente entre lo didáctico y lo lúdico. Las ilustraciones de Saá, a pesar de su matriz digital, son cálidas y verosímiles, añadiendo detalles y guiños que enriquecen el dibujo haciéndolo disfrutable incluso para un público adulto.