La doble convocatoria de las elecciones en Irán es probablemente la más decisiva para el futuro de la República Islámica (RI). Se renueva la composición del parlamento y, lo más importante, la de la Asamblea de Expertos (Mayles-e Jobregán), una curia de la élite religiosa, encargada de la crucial tarea de designar el segundo sucesor del difunto ayatolá Jomeini, ya que el primero, Alí Jamenei, de 76 años, está enfermo de cáncer. Su cargo, Welayat-e Faghih (tutela del jurista islámico), inexistente en el chiismo y formulado por el fundador de la tardía y única teocracia chiita de la historia, y del que están excluidos las mujeres, los no creyentes, los ateos, los no chiitas y aquellos que no han mostrado lealtad hacia los gobernantes, representa una especie de califato, vestido de jefe del Estado y del Ejército, con facultades tan amplias como poder vetar todas las decisiones de los órganos: legislativo, ejecutivo y judicial.
Treinta y siete años después de su fundación, la RI se enfrenta a una nueva batalla entre sus distintas facciones que buscan salvarla, a su manera, de las amenazas internas y externas.
NO HABRÁ PERESTROIKA. El primer ataque organizado del sector ultra a los moderados lo recibieron los votantes del presidente Mohamad Jatami. El castigo se llamó Majmud Ajmadineyad, encargado de acabar con cualquier ilusión de una “democracia religiosa”. El segundo lo sufrió el Movimiento Verde por los Derechos Civiles durante las elecciones presidenciales de 2009: Hosein Musavi, un primer ministro de los años del ayatolá Jomeini, el agitador de trapo verde y posible ganador de aquellos comicios, acusó de fraude electoral a Jamenei-Ajmadineyad y hasta hoy sigue bajo arresto domiciliario.
Aquellas dos lecciones han servido al sector extremista para no recibir una tercera: ante el último esfuerzo de los “reformistas descafeinados”, que en realidad son conservadores pragmáticos, liderados por el ayatolá Rafsenyani, el gran rival personal de Jamenei, y el presidente Hasan Rohani, el grupo ultra tomó dos decisiones vitales:
Cortar por lo sano y eliminar a la mayoría de los candidatos rivales por “falta de idoneidad islámica”, y así monopolizar el parlamento y la Asamblea de Expertos. Entre los denegados se encuentran personalidades de peso como Hassan Jomeini, el nietísimo del gran ayatolá.
Rechazar rotundamente la propuesta de la corriente reformista de formar un consejo de liderazgo en vez de designar otro ayatolá ultraconservador para el puesto que dejará vacante el ayatolá Jamenei. Rohani se equivocaba si pensaba que podría traducir los beneficios del acuerdo nuclear en ganancias electorales y reformar la estructura de una teocracia obsoleta, dirigida por los militares, respaldada por Alí Jamenei. Y eso que Hasan Rohani no iba a jugar el papel de Gorbachov, ni pretendía lanzar una perestroika después de Jamenei.
Mientras unos siguen discutiendo sobre cuántos ángeles pueden bailar en la punta de un alfiler y otros venden parcelas del cielo a cerca de la mitad de la población que vive por debajo de la línea de pobreza, tachando de “Moharebeh” (entrar en guerra contra Dios) y “agente del enemigo” a cualquier protesta ciudadana por los derechos civiles, económicos y políticos, la sociedad iraní cada vez más secular camina en otra dirección. Según Forbes (2015), después de Rusia y Estados Unidos (y sin tener los datos de China e India), Irán ha producido el mayor número de graduados en ingeniería (¡y no de teología!): unos 233.700 hombres y mujeres. La fuga de casi la mitad de estos cerebros deja una pérdida anual de 150.000 millones de dólares para el Estado.
Se trata de una nueva ronda del juego de Risk, en el que lo importante no es la victoria final sino tener perspectiva para ganar partido a partido, donde una oligarquía militar, sin casi barba y cuasi moderna tendrá la última palabra.
(Tomado de público.es, por convenio.)