El tiempo del oro - Semanario Brecha
Lo que dejó la minería en Corrales.

El tiempo del oro

Lo que dejó la minería en Corrales.

La búsqueda de oro, una tradición que parece extinguirse en Minas de Corrales / Fotos: Juan Milans

Ahora que cesó la explotación, como otras veces en la historia de Minas de Corrales, se hizo patente la dependencia económica respecto de una minera que aportó al pueblo buenos sueldos pero escasa riqueza. Los corralenses vieron venir este destino de incertidumbre que ahora viven; las autoridades locales, departamentales y nacionales también, pero las alternativas nunca se buscaron y tampoco emergen todavía ante la necesidad.

El primero en descubrirlo fue un brasileño, cuentan en el pueblo que otros han contado, pero ese hombre se reservó el secreto, y se reservó, sobre todo, el oro. Desde 1868 fueron europeos –primero un español y luego franceses e ingleses– quienes montaron la industria y poblaron con los suyos Santa Ernestina, lugar vecino a lo que recién en 1920 sería oficializado como Minas de Corrales.

Casi un siglo pasó para que esa fiebre del oro regresara a sus tierras, cuando la empresa canadiense acudió a don Tito Pereira. Zapatero y minero artesanal, fue él quien señaló los sitios donde podían encontrar el mineral, conocimiento que continuaron compartiendo más tarde sus hijos, exploradores contratados por la mina. Por eso no es raro que ahora, con la esperanza de que el tiempo se estire y la riqueza perdure, se apele a la sabiduría de aquel hombre que algunos designan como el último garimpeiro. Porque el tiempo es oro, y los corralenses no pueden quedarse sin tiempo ni sin oro.

“Don Tito Pereira siempre dijo que acá había mucho oro” es una frase que no sería justo adjudicar únicamente a uno de sus hijos, a un periodista o al alcalde, porque son varios los corralenses que la pronuncian como argumento irrefutable, algo parecido a lo que ocurre con la hipótesis de que aún queda mucho más por extraer.

“Somos tres varones en la familia Pereira, y todos trabajamos en esa área, desde chiquitos mamamos esto de la minería, yo soy hijo del último buscador de oro artesanal”, se presenta Hugo, asesor del alcalde, dueño del Museo del Oro, guía turístico incansable en un lugar en el que hay mucho menos turismo del que piensa que debería haber. Los canadienses “crearon el cargo de prospector, que quiere decir el baqueano que acompaña al geólogo y lo lleva a donde hay oro”, explica sobre su rol como empleado de la mina entre 1996, un año antes de que empezara la explotación, y 2012, fecha en la que muchos ubican el declive de la minera. “Empezaron a reducir el personal y a liquidar la parte de exploraciones. De ajuste en ajuste, éramos 50 o 60 empleados en ese departamento, llegó un punto en que éramos diez, hasta que al final lo terminaron. Se fueron liquidando las fuentes de reserva y hoy no saben de dónde extraer mineral, salvo de la tan hablada Veta A, de donde es muy riesgoso sacar” (véase nota “Plan B, Veta A, categoría C”).

En las ruinas que hay sobre el arroyo Cuñapirú –donde se construyó la primera represa hidroeléctrica del país, los patrones tenían sus despachos de estilo francés y, más abajo, siguiendo la ondulación del paisaje, los obreros su lugar de trabajo–, Hugo dibuja los detalles y reconstruye lo que fue la represa, pero también pone nombre a lo que se llevaron gracias a ella. Por lo que estudió en los libros, Hugo sabe que franceses e ingleses extrajeron de 1878 a 1914 entre 2 mil y 3 mil quilos de oro. Y por su experiencia como empleado conoce que el grupo inversor de Orosur –la compañía que hoy amaga y más que amaga con cerrar su explotación– sacó 31 mil quilos de oro en 21 años.

Si prosigue en sus cálculos, una onza de oro pesa 31 gramos y se vende a unos 1.200 dólares, que es lo mismo que decir que un quilo de oro vale cerca de 40 mil dólares. Si esta cifra se multiplica por los 31 mil quilos extraídos y se hace “un cálculo bruto de que se gastaron la mitad de lo que sacaron”, Hugo concluye que ganaron 620 millones de dólares: “Mi papá siempre dijo que había mucho oro, y tenía razón”.

EL DERRUMBE

En la época de las vacas gordas la planta era un mar de gente: había plata, trabajo y horas extra. Pero con el tiempo empezaron a mandar al seguro de paro una vez por año, a veces para presionar más arriba, conseguir permisos o una rebaja de impuestos, la luz o el canon.1 Que quede bien claro que no tenemos nada contra la empresareitera Dardo Rosa, que después de siete años es la primera vez que va al seguro.

Ellos utilizan a la gente para conseguir ese tipo de cosas, somos un número nada más –dice Freddy Cardozo, que en seis años es la tercera vez que está en el seguro de desempleo.

Al mes seis del año pasado, el cierre del año fiscal, nos dijeron que habíamos cumplido todas las metas. De macanudos nos hicieron un asado, porque cuando creían que no íbamos a poder, la gente cinchó para adelante, todos parejo, y se llegó a las onzas que había que sacar. Nadie sabe por qué un año después la empresa dejó de producir. Sí sabemos que nos mentían: “Gurises, esto es trabajo para muchos años. Si quieren sacar un préstamo para hacer una casita, para un auto, quédense tranquilos” –recuerda Dardo que les decían.

Pero siempre que venía alguien de la empresa y te decía que estaba todo bien, a los 15 días, un mes, estaban mandando gente al seguro de paro –señala Freddy.

Tal vez por eso no se imaginaron que esta vez podía ser distinto.

Los mineros, ahora en seguro de paro, miden sus gastos. De 363 empleados que quedaban en plantilla el año pasado, sólo unos 20 siguen trabajando en tareas de mantenimiento, mientras la empresa resuelve si se queda o se va. El resto ha ido a parar al seguro en diferentes tandas, y los primeros ya llevan casi un año: fueron enviados en noviembre de 2017.

Dardo y Freddy calculan que los trabajadores cobran entre 25 y 35 mil pesos de seguro, según cada cual, y explican que “no es un trabajo de oficina, y en otros lados se paga mejor. Los tipos
–guatemaltecos, chilenos, peruanos– nos decían: ‘Nosotros no ganamos mucho, son ustedes los que ganan mal’. Los extranjeros además están acostumbrados a trabajar con otras normas; nosotros atamos todo con alambre. Si lo arreglado sigue funcionando y no tuviste que estar horas sin producir y te ahorraste un repuesto, entonces sos baratísimo”
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La segunda represa de relaves, aún activa, detrás de la planta de Orosur.

Pero en el pueblo todos saben que los sueldos eran altos si se los compara con los que se pagan en otros empleos, por ejemplo los que podrían llegar a conseguir si Orosur se va. Alguien que hace 20 años entró como peón y ahora estaba de supervisor llegó a ganar un sueldo de más de 100 mil pesos. “El perforista que nos cruzamos hoy más temprano no era valorado, ganaba 50 mil pesos, que acá, en la frontera, te da para vivir muy bien, pero el mismo perforista traído de Chile ganaba 6 mil, 7 mil dólares, con pasaje, casa y comida, por el mismo cargo. Eso es lo que pasa acá”, dice, en alusión a las diferencias aplicadas a nacionales y extranjeros, o “lo que pasó acá. Creo que ya no va a pasar más, porque esto está cerrado”, se corrige, mientras mira la planta inactiva desde fuera.

LA CADENA. La mina era la única fuente de trabajo legítima, insisten en el hotel, el liceo, la iglesia. Era, por lo pronto, la mayor fuente de dinero que luego se desparramaba en el pueblo.

En Davison –la calle principal, el centro– hay un comercio casa por medio. No son sólo oficinas públicas o el Abitab, la Ancap: hay decenas de almacenes, unas cuantas panaderías y farmacias, tiendas de ropa, de muebles y de electrodomésticos. Según un relevamiento que hizo la propia Orosur, hace dos años había 160 negocios que vendían productos a una población de alrededor de 4.500 personas. Ahora, aunque la crisis todavía se divise a lo lejos, aunque algunos no la quieran ver, el principal engranaje de la cadena se detuvo, y aparecen las primeras secuelas.

“Hay gente que dice que nunca dependió de la mina, pero todo el pueblo depende de la mina”, subraya la mujer que está atendiendo una panadería durante la tarde. “El dueño ya me dijo que va a tener que echar a dos empleados de la noche, también a alguno de la mañana. En la esquina ya cerró un local de comida. En la otra cuadra hay una muchacha que cierra y se va a Rivera. Mucha gente ya se ha ido, y si la mina no vuelve a abrir, se van a ir muchos más.”

En la mueblería, una mujer cuenta que le llevaban mercaderías todos los meses, “pero este mes no voy a pedir, tengo la tienda llena, no me entra nada más”. Aclara, sin embargo, que no es que los mineros hayan dejado de comprar, sino que sufre un efecto en cadena: “Le vendo a la gente trabajadora, a los jubilados, no a los de la mina. Los muebles que tengo no son de tan buena calidad, y ellos prefieren otros, entonces se van a Rivera o Tacuarembó a comprar”. Los mineros daban trabajo a otros corralenses –para cortar el pasto, limpiar la casa–; a ellos se refiere la empleada de la mueblería cuando habla de su público trabajador.

“Antes daba un trabajo bárbaro conseguir una casa para alquilar, ahora las están dejando vacías”, cuenta la dueña de una tienda de ropa. “Antes la gente compraba terrenos y construía, ahora se van a donde consigan trabajo. En la escuela me dijeron que ya para el año que viene hay varios pases pedidos”, hay familias que se mudan y niños que no van a ir más.

Por algo parecido, algunos dicen que fue una suerte que antes de la crisis se aprobara la ampliación del liceo –que ahora mismo está en obra, al mismo tiempo que los gurises construyen ranchos de barro y paja para una representación de época que harán en un par de semanas–, porque el año que viene “va a disminuir la cantidad de alumnos de la institución. He hablado con algunas madres que plantean qué pasaría con el cuidado de los hijos si sus maridos se van, qué pasaría si se quedan solas. Hay familias que se van”, y hay, también, jóvenes que no eran mineros, pero ante la inminencia de una crisis “están pidiendo la escolaridad para presentar en el Ejército o la Policía”, resume la directora del liceo, Susana Irigaray, a lo que Carlos Benavídez, trabajador de la Alcaldía, acota que según un estudio de la Agencia de Desarrollo de Rivera el promedio de la población corralense alcanza ocho años de escolarización: Primaria completa y los dos primeros años del Ciclo Básico.

EL AGUJERO. Aunque se resquebrajó, todavía persiste la omnipresencia de “la empresa”, como suelen llamarla los que hasta hace poco trabajaron allí, o “la mina”, como la nombra el resto del pueblo.

Rosario Pallares –voluntaria del Mides en un pueblo donde no hay oficina del ministerio y sus técnicos se acercan sólo el segundo jueves de cada mes– cuenta que hace dos años la mina le comunicó que debajo de su casa había oro, por lo que deberían ingresar para realizar tareas de exploración y prospección. A cambio le ofrecían la maquinaria necesaria para hacer algún arreglo en el campo, pozos semisurgentes, alambrados. “Los vecinos cedían, ‘pasen, nomás’, les decían. Pero mi marido les aclaró que nosotros no necesitábamos nada de eso”, y en vez de ofrecer servicios, que pagaran lo que correspondiera. “Desde la empresa le contestaron que ellos no acostumbraban dar efectivo.” Lo que siguió “fue fuerte, muchos llamados de teléfono, que sí, que no, gritos. A pesar de ser gente de acá, todos tiraban para el lado de la minera, y nunca nadie nos largó una información, ni siquiera bajo cuerda. Lo poco que nosotros pudimos averiguar lo averiguamos lejos, porque acá era un hermetismo total. Pero terminaron pagando lo que nosotros pedimos”.

Después del pago vinieron los “grandes destrozos: entraba maquinaria pesada, se nos murió una vaca. Una vez hicieron como 80 pozos de esos profundos, y aquello era un colador”. Encontraron el oro, y les iban a pagar muy bien, lo que ellos dijeran, “pero nos iban a tirar la casa y teníamos que irnos, porque nuestro campo es pequeñito. Nosotros hacía ocho años que estábamos –lo buscamos hasta que lo encontramos– y habíamos dicho que acá íbamos a morir de viejitos. La incertidumbre duró dos años, ya hasta habían venido de la Dinama a dar la autorización”, pero la empresa paró.

Rosario cree que ahora, ante la nueva situación, los mineros van a volver a saludarla, a saludar al pueblo.

Estábamos sentados afuera y pasaban a una distancia de diez metros de nosotros, en nuestro campo, en nuestro patio, en nuestra casa, y personas que viven acá no nos decían “permiso”, “buenas tardes”, nada. Entonces yo digo que ahora van a aprender a saludar.

Pasó con gente con la que teníamos buen relacionamiento de vecinos, pero entraban a la mina y se separaban como el agua y el aceite. No era que volvían de París con un título, eran personas que trabajaban la piedra, pero al entrar a la minera cambiaban los vínculos por su nuevo poder adquisitivoarriesga Carlos como explicación de la metáfora anterior.

Es lo que genera trabajar en la empresa de la cual todo el mundo depende –aporta David Benavídez, profesor de literatura, hijo de Carlos.

Y ese mayor estatus que da la empresa tiene un correlato: “Todo aquel que hace una crítica a la minería es rechazado por el pueblo, que tiene una postura de dependencia inequívoca”, resume David. Símbolo de eso fue una asamblea en el Club Obrero, hace tres, cuatro años. Se vivía otra crisis, y la empresa fue a exponer sus proyectos futuros. La asamblea era para que Corrales decidiera como comunidad si quería que la minería continuara. Pero afuera, en los balcones del Club Obrero, había una pancarta enorme que decía: “Corrales le dice sí a la minería”. “Ya había una premisa, ya estaba decidido. Sin embargo esta última vez fue distinto”, repara David. El 10 de agosto, en un acto para el que llegaron a Corrales los ministros de Trabajo (Ernesto Murro) y de Industria (Carolina Cosse), los intendentes de Rivera (Marne Osorio) y Tacuarembó (Eber da Rosa), senadores, diputados y sindicalistas, “había mucha menos gente”.

“Según la visión de los ministros era un buen grupo de gente, pero uno que conoce a los vecinos sabe que había muchos que eran de otros lugares. Pensamos que iban a estar todos los trabajadores, pero no estaban, la esencia no era Corrales”, continúa Carlos.

“Cuando escuché el spot que decía ‘Convoca Pit-Cnt’, ya me imaginé, sabía lo que iba a pasar”, aporta Hugo. En Corrales asocian ese mirar de reojo a los sindicatos con el hecho de estar en la zona norte del país: son temas de los pueblos de frontera, aseguran. “Si hubiera pasado esto mismo al sur del Río Negro, se hacía la revolución. El sindicato no tiene fuerza acá, no tiene fuerza ninguna. La mina marcaba algo y todos decían amén”, cuenta el hijo del último minero artesanal mientras sigue su recorrida por Cuñapirú, lugar de la primera huelga del país, que terminó con 200 obreros italianos desaparecidos.

Hugo vuelve a la mina actual: “La empresa estuvo invitada y faltó. Si fuera realmente como ellos decían, que cerraban porque el gobierno no les daba (un préstamo), era la oportunidad. Todos expusieron frente al pueblo y ellos podrían haberlo hecho también, pero no dieron la cara, esa es la verdad. El maestro de ceremonia dijo: ‘Si hay alguien de la empresa, puede subir al estrado’. Y ahí andaban, y no subieron”.

EL VACÍO. Muchos recuerdan que Corrales fue próspero en el ínterin entre la explotación antigua y la de ahora. Que hubo otras tradiciones, otras fuentes de trabajo. Pero el “ojalá” antecede a toda expresión del pueblo para que aparezca la plata que saque el oro.

“Las autoridades (nacionales y departamentales) vinieron y después no pasó nada, pero ¿qué generamos nosotros desde acá? No conozco que se haya llevado un proyecto al intendente. Si el rancho se te cae, ¿te quedás abajo?”, pregunta Néstor Pochelú, edil departamental, periodista, funcionario de Ute, maestro de ceremonias el 10 de agosto. “Vinieron excursiones de Tacuarembó, y nosotros tendríamos que haber estado todos.” Como “no estamos preparados, y todavía estamos en shock, la única solución aparente es que otra empresa compre la minera y se retome la producción.

El alcalde, José González Rosas, explica sin rodeos que se “terminó la mina y el pueblo no sabe lo que hacer. Muchos dicen, ‘yo decía’, pero había que moverse, no decir. Nos dejamos estar, y los culpables somos todos en el pueblo”. José tiene “la esperanza de que venga otra empresa que resuelva todos los problemas, porque oro hay. Mientras tanto hay que hacer otras cosas, antes de la mina el pueblo existía y se trabajaba. Pero la gente se acostumbró con la mina y no veo que esté preparada”.

Pablo da Silveira, empresario que trabajó para la mina y hoy todavía tiene 70 empleados en plantilla, parece haber sido de los pocos que se adelantaron a los hechos. Hacía exploraciones para Orosur y tenía datos de primera mano: cada vez se descubría menos oro, y la producción se iba comiendo toda la “materia prima” ya encontrada. Hace dos años empezó a diversificar su empresa, a trabajar con nuevos clientes. “Veníamos bajando (la cantidad de empleados) y tratamos de ubicar en otras funciones a la gente que nos quedaba con la mina.”

Pero los trabajadores directos no empezaron a pensar en otras opciones, “por las mismas comodidades que daba la mina, por los buenos sueldos. Yo conozco muchachos que no sabían hacer absolutamente nada y ahora son grandes maquinistas, pero se termina la mina y no saben hacer otra cosa. Hasta hoy, muchos no se dan cuenta de la gravedad de lo que está pasando. Yo les digo que se están muriendo parados”, repite Hugo, que de todas formas opina que va a llegar otra empresa que va a adquirir la mina: “Pero el oro en algún momento se va a terminar, porque es finito, o va a quedar en algún lugar del que no lo van a poder sacar. Y si la mina continúa, no va a ser ya, ahora, eso dalo por hecho. Ahora, si se llevan las cosas, si levantan la planta, ahí sí que nos tenemos que olvidar. Mientras esté ahí, alguna chance hay”.

Fernando Fuentes, gerente de operaciones de Orosur, esquiva las preguntas, que son las mismas que tienen sus vecinos, y aclara que “las negociaciones” le son ajenas. El trabajo que se está haciendo, si bien es con un plantel reducido –alrededor de 20 trabajadores–, “es para mantener la planta en condiciones hasta que se resuelva lo que se va a hacer. Es uno de los principales activos que tiene la empresa, y debo mantenerla para que vuelva a funcionar o, en el peor de los casos, que vaya a liquidación y tenga valor de planta y no de chatarra”, explica.

Mientras tanto, los trabajadores esperan “a ver si nos va a tocar ese ‘pancito’ del despido o nos tenemos que ir sin nada. En el fondo todos tenemos la esperanza de que esto se arregle”, confiesa Dardo. “No quiero irme de nuevo para la madera, todo el día en un camión, volver a ser visita en mi propia casa, ver a mis hijos de pasada. Si la plata la traen ellos, la trae el gobierno o la traen otros, que siga y que nosotros podamos estar.”

David cuenta que “el pueblo creció escuchando el relato de que Corrales depende del oro, y no conseguimos ver alternativas, al menos, claro, cuando la necesidad se impone. Si en unos años viene otra empresa a explotar lo que queda de los yacimientos, estoy seguro de que vuelve a pasar lo mismo. No hay una memoria crítica. No hay recuerdo de lo que pasamos cuando nos volvimos dependientes. Se va a repetir porque se ha repetido desde el siglo XIX, cuando llegaron los franceses y los ingleses”.

“Esta es toda la historia”, remata Hugo al terminar la recorrida. “Tenemos que impedir que Minas de Corrales quede en historia, nomás”, propone el alcalde para cerrar la entrevista. “Todo lo que fue existe”, sentencia una placa en el medio del pueblo. Lo que dicen los corralenses, de muchas maneras, con distintas palabras, es que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, pero los que conocen una sola historia, también.

  1. El canon es el 3 por ciento de las ganancias que la empresa debe abonar al Estado uruguayo por la extracción del mineral.

 

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La reconversión productiva, la búsqueda de oro y la preocupación ambiental

Plan B, Veta A, categoría C

[caption id="attachment_54504" align="aligncenter" width="800"] Sobre la calle Davison, en el centro del pueblo, una frase que se parece a un deseo.[/caption]

Unos cuantos sostienen que la nueva explotación que impulse al pueblo debería ser el turismo, y referentes del lugar se están reu­niendo para imaginar cómo podría promoverse. “Hace mucho que se tendría que haber empezado con el plan B”, dice Hugo. “Tenemos la materia prima, pero nos tienen que enseñar a elaborarla”, alega Néstor. Para Freddy, directamente, el plan B no existe.

En el pueblo hay un ómnibus recién pintado del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional. Los trabajadores cuentan que los técnicos hicieron reuniones con la gente para consultar los diferentes intereses, de cara a las capacitaciones, pero se fueron y por el momento no han regresado.

El gobierno garantizó que a los primeros cuatro meses de seguro de desempleo se añadirán 12 meses más, con extensiones que deben ser aprobadas cada cuatro meses, contó a Brecha el delegado sindical, Juan Manuel Arias, mientras viajaba el martes desde su casa en Tacuarembó hasta Minas de Corrales para participar en una asamblea de los trabajadores. Desde la oficina departamental de Rivera del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social explicaron que el tema se ha manejado a nivel nacional, que en lo departamental no hay dispuesta ninguna medida y que todo lo que pueden hacer ante las consultas de los trabajadores es recomendarles que hablen con un abogado particular. Ni el ministro, Ernesto Murro, ni su secretaría, dieron respuesta a las diferentes consultas del semanario.

EL PLAN PRIMERO. El plan B de la empresa era la Veta A, de donde sus gerentes alegan que podrían extraerse 30 mil onzas de oro. Sin embargo, el gobierno asegura que la empresa sólo logra demostrar que allí yace un 10 por ciento de esa cantidad. Néstor Campal, titular de la Dirección Nacional de Minería y Geología (Dinamige), aseguró que en los próximos días un técnico extranjero viajará a Minas de Corrales, tal como lo había anunciado la ministra de Industria: “No va a definir si hay más o menos oro del que dice la empresa. Se va a analizar la escasa información que hay para ver si, con base en el  precio internacional del oro, vale la pena iniciar operaciones ulteriores. La minería siempre es un tema de riesgos. Para proseguir tenés que invertir mucho dinero y no podés terminar contra una pared. El Estado está tratando de asegurar que las decisiones que se tomen sean las correctas, aunque la empresa esté en este momento tambaleando un poco, o del todo”. El director aclaró además que “la del técnico va a ser una opinión que se sume a otros aspectos, porque este proyecto tiene problemas de carácter ambiental y otras características a contemplar. Ellos tienen intenciones de seguir si tuvieran el dinero necesario, pero no lo tienen”.

La empresa fue a concurso de acreedores y debe dinero a sus diferentes proveedores, muchos de ellos de la zona. Para este proyecto ya pidió dos préstamos al Brou: primero por 8 millones de dólares y luego por 20 millones. Sin garantías sobre la cantidad de oro disponible, el banco no los concedió.

Sea cual fuere la cantidad, la Veta A se encuentra debajo de la antigua represa de relaves, a la que se arrojaron los desechos de la extracción mineral, en buena medida cianuro, hasta 2012. Por eso la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) catalogó el proyecto como categoría C, en la que se agrupan los considerados más riesgosos: para extraer el oro habría que operar debajo de los desechos químicos de la actividad anterior.

DISCUSIONES PREVIAS. Hace un par de semanas se generó un debate en las redes sociales: mientras que algunos corralenses hablaban del deterioro ambiental y la dependencia económica, otros argumentaban “necesitamos plata ya”, cuenta David, para ejemplificar que hay quienes ubican “en primer lugar la necesidad económica y después consideran lo demás”.

El matrimonio Valdés, productores en un campo ubicado a seis quilómetros del pueblo, recuerdan la vez que la minera hizo una asamblea para considerar un desvío de mil metros del arroyo Corrales y ellos se ampararon, para oponerse, en la Asociación Rural de Minas de Corrales, que siempre los había apoyado; a partir de ese momento dejaron de contar con ese respaldo.

—No es que queramos defender a la empresa, es que no podemos decir una cosa que no es. Al lado de la represa de cianuro hay un campo con un curso de agua clara, y si fuera tan contaminante como dicen, estaría todo muerto. Los bichos andan pastando, hay peces, la gente come los pescados. Pero personas de fuera dicen cada cosa en la prensa que vos no podés creerconsidera Freddy.

—Me tiene estresado que se distorsione la información. No puedo creer el fanatismo. El agua [de las canteras] es buena, y si tenemos que lavarnos, nos lavamos. Puede haber residuos pero se degradan con el tiempo. Alguna vez hervimos para el termo, y el agua es tan maravillosa, comparada con la que tomamos del arroyo… Hasta el sabor cambia. Y el paisaje es tan bonito –plantea Dardo.

Hugo cuenta que en el pueblo se formó una comisión para demostrar que “no era tan así la cosa, que no nos estábamos muriendo de cáncer, pero tampoco digo que haya cero riesgo: a mí siempre me llamó mucho la atención que desde que se instaló esta empresa el gobierno nunca tomó la medida de instalar una oficina de Dinamige y otra de Dinama. Cada seis meses venían a hacer controles, firmaban y se iban. ¿Pero quién te dice que la cantidad de oro que están sacando no es mayor a la que declaran?”. Lo que la empresa debe pagarle al Estado está determinado por la cantidad de oro que extrae, pero “viene Prosegur, se arrima allá, a la planta, bajan todo selladito y del puerto sale para Suiza. Esa es una falta, es una multinacional y debería haber habido más control”. De hecho, recuerda Hugo, el ex gerente de ambiente de la minera dejó su puesto tras discrepancias por “unas perforaciones sin permiso que se hicieron justamente para detectar la Veta A”.

Aunque más no fuera, el técnico que se contrató en el extranjero va a auxiliar en las operaciones de cierre, plantea Campal, porque “Uruguay no tiene experiencia previa en el cierre de una operación minera de esta envergadura”.

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