Todos detrás del tesoro - Semanario Brecha

Todos detrás del tesoro

El 27 de noviembre de este año los buzos de la marina colombiana hallaron el galeón que inspiró las páginas de García Márquez en El amor en los tiempos del cólera, cuando los cazadores de fortuna ya asediaban la historia y la leyenda. Ahora el Estado español reclama el buque y el presidente Juan Manuel Santos dice que pertenece a los colombianos.

Y Florentino le escribió una carta a Fermina Daza para decirle que rescataría y pondría a sus pies el tesoro del galeón San José. En El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez contó que sumergido bajo las aguas de la península de Barú, Florentino vio la popa del galeón con el nombre visible en letras de oro y que entre los barcos hundidos era el más dañado por los cañones ingleses. “Contó haber visto adentro un pulpo de más de tres siglos de viejo, cuyos tentáculos salían por los portillos de los cañones, pero había crecido tanto en el comedor que para liberarlo habría que desguazar la nave. Contó que había visto el cuerpo del comandante con su uniforme de guerra flotando de costado dentro del acuario del castillo, y que si no había descendido a las bodegas del tesoro fue porque el aire de los pulmones no le había alcanzado.”

El 27 de noviembre de este año los buzos de la marina colombiana tuvieron más oxígeno, y mejor suerte. Hallaron el galeón que inspiró las páginas de García Márquez en los años ochenta, cuando los cazadores de fortuna ya asediaban la historia y la leyenda. Ahora el Estado español reclama el buque y el presidente Juan Manuel Santos dice que pertenece a los colombianos. La historia es larga, como la línea de ceros que cotiza el tesoro: 17.000 millones de dólares, dicen unos; Santos habla de 4.600 millones de euros. El oro brilla y las palabras lo envidian, rendidas al cieno de los argumentos.

El San José fue construido en 1698 por el duque Arístides Eslava y su familia en un astillero de Guipúzcoa, España. En 1706 llegó al Caribe en busca de oxígeno económico para Felipe V, acosado por la guerra de sucesión con los austracistas de la corona de Aragón. Cargó en Cartagena de Indias muchas toneladas de oro, plata y esmeraldas, en su mayoría provenientes de Perú, y una tarde de junio de 1708 partió con sus 64 cañones y 16 barcos de escolta rumbo a Cádiz, pero no llegó. Una flota de piratas ingleses al mando del capitán Charles Wagner lo hundió por error en la península de Barú. De modo que Felipe V y el capitán Wagner se quedaron sin el tesoro.
—¡¿No les dije “tiros altos” y que apuntaran a los mástiles?, inútiles!
El mar se lo tragó con los 600 tripulantes del galeón.

Igual que los banqueros, los fabricantes de tornillos y los vendedores de ilusiones, antes de que se cumplieran tres siglos los cazadores de tesoros se beneficiaron de los adelantos tecnológicos y fundaron empresas como la de Ruben Collado, que en mayo de 2000 encontró el tesoro del galeón Nuestra Señora de la Luz frente a las costas de Carrasco y ahora va por el navío inglés Lord Clive, hundido frente a las costas de Colonia. Ya no se trata de los mineros de Alaska o de Jujuy. Hace treinta años me dijo un bolichero de la puna que conocía el paradero de una mina de plata en la cordillera: “Para explotar una mina ahora hace falta tener otra en el bolsillo”. Y tenía razón.

En 1982 Glocca Morra Company denunció ante la Dirección Marítima de Colombia haber detectado restos del galeón, y dos años después el gobierno de Belisario Betancur anunció que iba a buscarlo, con la promesa de dar a la compañía la mitad de la carga. Pero Glocca cedió los derechos a la estadounidense Sea Search Armada (Ssa), un decreto de Betancur redujo el porcentaje al 5 por ciento y la Ssa demandó al Estado colombiano. Veinte años de pleitos en los tribunales de Bogotá, en el estado norteamericano de Columbia y en Washington dieron la razón al gobierno de Colombia, que en 2013 aprobó la ley 1.675, de protección del patrimonio sumergido y que permite la comercialización de parte de lo descubierto como pago a empresas privadas asociadas a la expedición, mientras no supere el 50 por ciento del material localizado y existan piezas históricas similares.

La ley blindó los derechos de Colombia ante posibles reclamos foráneos y el destino quiso que el 27 de noviembre pasado los sonares del buque Malpelo dieran con la ubicación del tesoro. Pese a todas las protecciones, poco después de que Santos anunciara el descubrimiento, el 4 de diciembre, el ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel García-Margallo, aseguró que “desde el minuto uno” España reclamará la propiedad del barco. Se trata de un buque “de Estado” hundido en “acción de guerra”, dijo, y es “la tumba de 600 almas españolas que estaban allí”.

España va otra vez por el oro de América porque se trata, vamos, del alma española, esgrime derechos otorgados por la Convención sobre la Protección del Patrimonio Subacuático, de la Unesco, que Colombia no firmó, y las cancillerías de ambos países discuten el destino del San José bajo la cordial amenaza de llevar el pleito a tribunales internacionales. Por el momento ningún indígena peruano ha reclamado el tesoro que perteneció a sus antepasados, y es ocioso recordar que las agrupaciones indígenas tendrían derechos más legítimos que los de cualquier ley o convención de patrimonios, pero la historia nunca devuelve el pasado más que por sus pergaminos.

Los robos de la conquista en América han quedado a medio sepultar desde que España ingresó a la Comunidad Económica Europea, comenzó a nadar en dinero fresco y levantó la bandera de la cultura hispanoamericana para cubrir las malas heridas de la colonización. Pero se rifaron la nueva dicha como en los viejos tiempos –¿es que nunca entenderán el Renacimiento?–, y nuevamente escasos de divisas, se las reclaman otra vez a América.

Hasta ahora Santos no ha revelado la ubicación del galeón, no declaró cuántas piezas rescataron, cuántas hay debajo de los corales ni qué acuerdos tiene el gobierno con la asistencia de técnicos privados. “La información es un asunto de Estado, por lo que está bajo reserva de ley”, aclaró. “Si no se puede resolver por un acuerdo amistoso –contestó el ministro español García-Margallo–, ellos entenderán que nosotros reclamemos y defendamos nuestros derechos.”

Las historias de tesoros, piratas y cazadores de fortunas tienen el singular privilegio de pivotar entre la fantasía y la realidad. Como nadie sabe de qué lado se inclinará el destino, todos juegan con cartas marcadas y esconden las mejores. Acá mismo, hace poco, Collado volvió a criticar la política de preservación patrimonial subacuática del Estado uruguayo y dijo que los tesoros están para sacarlos, naturalmente, con el mejor provecho. Se estima que el Lord Clive tiene un capital de 70 millones de dólares en oro y miles de litros de ron. Sólo falta que reaparezca John el Largo y con los viejos piratas de Stevenson reclame el oro, claro, y se consuele con el ron.

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