Todos los colores del clima - Semanario Brecha
Coldplay, Dick Van Dyke, Spike Jonze

Todos los colores del clima

Para su nuevo video, Coldplay decidió homenajear a Dick Van Dyke y convocó al director Spike Jonze. El resultado excede la obra de la banda y, a la vez, la justifica.

Dick Van Dyke en el videoclip Parlaphone Records

Pegarle a Coldplay ya tiene tantos adeptos alrededor del planeta que debería ser considerada una disciplina olímpica. Es comprensible. Escriben canciones sobre sanar, hicieron un video con monos y pusieron de moda las pulseritas led. Ahora, en el flamante Moon Music, incluso usan emojis para los títulos de las canciones. ¿Quién podría tolerar semejante afrenta? Somos demasiado inteligentes para eso. Sin embargo, a pesar del desdén, no hay consumo irónico de Coldplay. Tengo una sospecha.

Todos los años, sobre el final de la primavera, nos reunimos con un grupo de amigos en algún punto clasificado de la Pampa argentina. Somos siete u ocho o nueve. Depende. Llegamos desde distintas partes de la provincia, arrastrando todas las cosas del año en el baúl de nuestros autos. Aunque nunca lo premeditamos, fuimos orquestando una suerte de ceremonia que se lleva a cabo durante los tres días. Dicho así, suena algo serio. Sin pulseritas led. Pero nos conocemos hace décadas y décadas. No es precisamente solemne.

En algún punto del retiro, salimos a caminar sin rumbo fijo y aprovechamos el paso para conversar sobre los asuntos más peregrinos. Vemos garzas y peludos. Perros de campo. Toros, vacas Aberdeen angus. Molinos, torniquetes, camionetas F100 del siglo pasado. Este sábado, mientras rodeábamos un bañado, nos encontramos con cuatro liebres lanzadas a la carrera. Para entonces, ya estábamos en un estadio de comunicación preverbal y nos movíamos como una bandada neurótica de estorninos. Así, engendramos una idea. Alguien la tuvo, ¿pero quién?

Como siempre, el domingo dimos por concluido el encuentro alrededor de las 14 horas. Cuando íbamos camino a la tranquera de salida, nos cruzamos con la dueña del campo, que venía en la dirección contraria. Nos hicimos señas de luces. Bajamos del auto para saludarla y, un poco en broma, un poco en serio, le contamos sobre aquella idea: firmar un contrato vitalicio para volver todos los años al mismo sitio hasta que solo queden dos de nosotros. El escenario de los sobrevivientes es casi una sitcom. Por culpa del alzhéimer o la mera vejez, son incapaces de encontrarse. Se llaman por teléfono. Se mandan mensajes de WhatsApp o como diablos se llame la app que se use en el 2060. ¿Dónde estás? Yo estoy acá. Yo también estoy acá. ¿Por qué no nos vemos? Nos reíamos a carcajadas, pero había un fondo agridulce. «Qué terriblemente extraño tener 70», dice una canción de Simon and Garfunkel. «Viejos amigos/ compartiendo silenciosamente los mismos miedos.»

Llegué a mi casa en la tardecita del domingo. Todavía no anochecía. Alimenté a mi gata y, cuando me disponía a escuchar algo de música, encontré que se había estrenado el video que Spike Jonze produjo y dirigió para Coldplay: una suerte de homenaje a Dick Van Dyke. Sí, el deshollinador está vivo. El bailarín, el ilusionista, el actor. El tipo que preparó el advenimiento de la televisión moderna. La cámara lo sigue de espaldas, mientras el viejo avanza por los pasillos de su casa, sale al patio y se encuentra con el pianista. «¿Arrancamos?», le dice. Chris Martin se acomoda ceremoniosamente frente al piano y comienza a tocar una canción que se llama «All My Love». Recién entonces Dick Van Dyke gira hacia la cámara y nos ofrece la sonrisa extática del más allá. Qué maravillosamente extraño es tener 99.

El título no miente. La balada no es sobre el compromiso, sino sobre la alquimia que produce ese tejido más allá de la lealtad: la razón sin razón. «Hemos atravesado los momentos bajos/ la luz del sol/ hemos pasado por la nieve/ y todos los colores del clima./ Hemos pasado por los mejores momentos/ cada rincón del cielo/ y aún estamos juntos.» Cuando llega al primer estribillo, Jonze interviene la canción en su clásico registro semidocumental y pone a los dos protagonistas a cantar sobre la grabación. «You got all my love», cantan. Después Martin propone ir una octava más arriba y Dick prueba un par de veces por su cuenta. No logra encontrar la nota y el líder de Coldplay no se la deja pasar: «You’re in the right… city».

A pesar de su aspecto afable, Chris Martin no es una de esas estrellas miedosas que esperan a que les digan lo que hay que hacer. Por eso puede conectar de verdad con la gente. Liam Gallagher o Nick Cave, por mencionar solo un par de músicos más allá del pop radial, no comulgan con su estética. Sin embargo, lo respetan e incluso lo quieren. Para la grabación de Ghosteen, el primer disco tras la muerte del hijo de Cave, Martin cedió su estudio en Malibú y pasaba todos los días para ver los avances. La anécdota de cuando le pusieron «Waiting for You», que entonces tenía un sample industrial, y preguntó si podía escuchar la canción «sin la puta fábrica de enlatados» ya es célebre. «Chris es una persona muy chistosa, con un sentido del humor perverso, pero también es brutalmente directo», apunta Cave. «Te dice la verdad de lo que piensa, las cosas como las ve, como un asunto de principios. Es rudo y no le asusta decir lo que piensa.»

Para un viejo, no debe haber cosa más triste que la condescendencia. No debe haber cosa más feliz que el desafío. Así, después del estallido de complicidad que produce el reproche cariñoso del estribillo, el viejo finalmente se pone a bailar. Descalzo, hermoso, lleno de gracia. Con un elegantísimo traje de color crema. Con sus hijos y nietos. Con las manos abriéndose camino como remos en la honda corriente de los valles californianos. «Me puedo ir cualquier día de estos», dice. «Sin embargo, no sé por qué, no me preocupa para nada. No tengo miedo. Tengo esta sensación que está completamente en contra de mi intelecto: todo va a estar bien.» Después levanta los hombros y pone la arquetípica cara: sorry not sorry.

En el final del video, Chris Martin y Dick Van Dyke están sentados frente al piano. Fuera de campo, el director alienta al viejo a que proponga una temática para que Martin improvise una canción. Dick no se lo piensa demasiado: «Old age», dice. El cantante toma aire, mira hacia el cielo y se lanza. Apenas toca los primeros acordes advertimos que, en el velocísimo paneo de su cabeza, acaba de asociar old age con «Old Friends», la canción de Simon and Garfunkel. Al principio, se para ahí arriba para hacer un chiste sobre los bemoles de la decrepitud. Sobre la gravedad y las cosas que antes estaban ahí arriba y ahora fatalmente declinan. Dick completa algún verso y se mata de risa. El gag ya está listo, todos salieron airosos. Sin embargo, Martin vuelve a la carga. «Old age, old age/ you turned another page» («vejez, vejez/ diste vuelta otra página»). Suma algún acorde de paso, juega con la melodía. Parece que recién está entrando en calor. «All the love that I’ve been feeling/ all the break and all the healing/ all the things I wish I’ve done right» («todo el amor que estuve sintiendo/ todas las caídas y todas las curas/ todas las cosas que desearía haber hecho bien»). Para entonces, la cara de Dick se ha transformado. Vean esos ojos de niño. Su risa devino en asombro y el asombro en emoción. Aquella canción sobre los viejos amigos, en un misterioso pase de magia, ahora es otra cosa. Acaba de pasar. Frente a Dick Van Dyke, frente al equipo de rodaje, frente a los millones de personas que ponen el video en sus casas, Chris Martin acaba de explicar cómo se hace. Una canción es otra canción. Un viejo bailarín hace un paso y el siguiente hasta que empieza a ser otro baile. En un punto clasificado de la Pampa argentina, un grupo de amigos se reúne un año y el siguiente y el siguiente. Llegado un punto, quedan solo dos amigos que no aciertan a encontrarse. Como una comedia de cine mudo. Con las caídas y con las curas. Con los bailes. Con los reproches. Con las caras de tarados.

Qué maravillosamente extraño. 

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