Todos para uno y uno para uno mismo - Semanario Brecha

Todos para uno y uno para uno mismo

Es por demás conocida la tradición japonesa llamada o-soji, por la cual los niños y adolescentes se turnan para limpiar sus centros educativos y servir la merienda. Puede no llamarnos la atención dicho así al pasar. Sin embargo, nada de eso queda cuando nos detenemos unos instantes a pensar lo que implica.

Es por demás conocida la tradición japonesa llamada o-soji, por la cual los niños y adolescentes se turnan para limpiar sus centros educativos y servir la merienda. Puede no llamarnos la atención dicho así al pasar, y hasta podemos aplaudir con satisfacción una costumbre tan meritoria. Sin embargo, nada de eso queda cuando nos detenemos unos instantes a pensar lo que implica. ¿Qué opinión tendríamos si fueran nuestros hijos quienes tuvieran que limpiar los baños al terminar las clases de las diferentes materias?

El positivismo contribuyó en gran medida al enaltecimiento del individuo, con un discurso ideológico según el cual los hombres alcanzan su desarrollo personal de acuerdo a sus méritos y aptitudes. En el camino del consumo, ha crecido la visión de que pagar por algo genera derechos que van más allá del servicio por el cual se paga. Por ejemplo, en el mundo occidental y al contrario del o-soji, pagar por un colegio privado o pagar los impuestos que sostienen la educación pública justificaría en el usuario la exigencia de servicios extra, como la higiene de los locales. Resulta coherente que un colegio privado deba estar limpio, pero suele desestimarse el detalle en escuelas y liceos públicos, dado que el pago al sistema educativo es más indirecto. Pero además, en el sistema organizacional impuesto en nuestras sociedades la limpieza es resuelta por empresas o empleados contratados para tal fin.

Una repercusión de esa idiosincrasia es que el individuo vaya eximiéndose de responsabilidades, y se escude en una altanera exacerbación de derechos creyendo que esa limpieza depende de otros porque para eso se les paga. Postura que desdibuja la apropiación de los espacios, que empobrece el respeto hacia los bienes que son propiedad de toda una sociedad y de futuras generaciones, que rompe la interdependencia entre los sujetos, alimentando una impunidad que es inflada con derechos vaciados de responsabilidades.

Razones sobran para explicar cómo hemos llegado a esto y cómo nos perjudica. Es innegable que un aspecto del predominio del yo individual frente al yo social es convertir a las personas en seres que se comportan como si vivieran aisladas del resto, como si su comportamiento no tuviera repercusiones en el sistema del cual forman parte.

En las escuelas es notorio. La falta de hábitos personales pulcros de los alumnos parece recaer como responsabilidad en quienes hacen las tareas de limpieza. Ningún niño entiende como tarea que le corresponda mantener limpio su lugar de trabajo, su salón de clase, sus útiles de trabajo, su ropa. Los salones quedan llenos de basura al terminar una clase porque después viene otro a limpiar. No está mal que haya servicio de limpieza, el punto es cuál es el límite de ese servicio cuando no hay límite en la conducta individual, cuando la tarea de limpieza que realiza el otro no se entiende como un bien para todos, sino para mis necesidades.

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