Como producto de «las vueltas de la vida» alcanzó a definir José Mujica, de los dirigentes históricos del MLN, el singular viaje histórico que lo llevó de preso político de la dictadura durante 15 años a diputado por el MPP.
«Pepe no está, salió a ver si podía convencer a unos japoneses de que larguen un poco de información sobre el cultivo de algunas flores. Pero ya que se vino hasta acá, por qué no pasa y lo espera, a lo mejor valora el esfuerzo y le da una entrevista. Aunque está un poco duro: dice que no quiere que lo agarren para el chijete», comenta Lucía, la compañera de José Mujica. La espera dentro de un rancho sumamente humilde, perdido en medio de una geografía poblada de chacras en las cinturas del Paso de la Arena, abrió el diálogo a las pulsaciones cotidianas: las dificultades para colocar en el mercado una escasa producción de crisantemos, gladiolos y claveles; el apego casi biológico a la tierra; las manos tendidas sin condiciones a «compañeros» desocupados y a viejos cañeros que recalan por algún tiempo en la chacra hasta encontrar un horizonte mejor; y, sobre todo, el desafío de acompasar nueve años de actividad agrícola con el nuevo cargo que le tocará desempeñar.
Largo rato después, quien fuera uno de los nueve rehenes de la dictadura entra en la escena. Su mujer le explica las intenciones de Brecha: él sonríe con la misma transparencia y autenticidad que más tarde –con independencia de las valoraciones políticas– delatarían sus palabras, avanza unos pasos hasta sentarse, se descalza, arma un tabaco y dice: «Bueno, ya que estás acá vamo’ a darle».
—Los políticos han perdido el hábito de galopar pa’ dentro. Están muy preocupados de la información que va dando la prensa, y a veces me aterra su falta de profundidad. Hay una parte de la aventura que empieza cuando se cierra un buen libro y uno piensa; ese hábito de pensar que lleva al hábito de observar. A ver si lo puedo definir: son todos economistas o aficionados a la economía, pero sigue quedando en el tintero el hombre. El progreso económico no se puede homologar a la felicidad humana. Yo sé que por decir esto en el Parlamento voy a parecer un ser de otro planeta. Y bueno, de repente algunos tienen que trabajar de trueno y es pa’ otros la llovizna. Pero tenemos que seguir luchando por un tipo de sociedad donde todos trabajen en algo, no que vayan panzones arriba del carro pero tampoco que la gente viva para trabajar y consumir, sino que tenga tiempo para gastar en lo que se le antoje. Esa es la esencia de la libertad individual.
—Antes de las elecciones usted comentó que su inclusión en las listas de candidatos a diputados por el MPP era contraria a su voluntad, e incluso a su vocación. Ahora que resultó electo. ¿cómo piensa afrontar la situación?
—En primer lugar no es cierto que piense renunciar como se dijo por ahí. En segundo, acepté por disciplina partidaria y obediencia a las decisiones de la gente.
—En este caso tampoco parece aplicarse el concepto de libertad individual del que usted hablaba.
—Bueno, a los 60 años la cosa es distinta, más relativa. Puedo decirlo porque aprendí a estar libre dentro de un calabozo durante 15 años. Hoy estoy convencido de que el sistema me tendrá que aceptar como soy y viceversa, cosa que cuando tenía 20 años no me era muy posible aceptar. He ido incorporando ese grado de tolerancia necesario para soportar la diversidad, y hasta cuasi la mala fe, que no es lo mismo que conciliar con todo eso. En sustancia diría que acepté el cargo como un nuevo puesto de lucha, para intentar servir como una voz de amplificación a sectores sociales postergados y pisoteados. Una especie de picaneo en el sentido de luchar por mantener cosas importantes de este país: un modo de ser y de vivir, más allá de izquierdas y derechas. Estamos muy arrodillados ante las bonanzas de un mundo súper desarrollado, y la cosa no va por ahí: cuanto más nos parezcamos a Tokio más infelices vamos a estar. Este país es un pan dulce, y no tiene contrafuerte que haya gente con hambre. Y estas cuestiones hay que defenderlas. De pronto nadie nos lleva el apunte, pero dentro de un tiempo alguno recogerá algo. Es como la idea del Frente Grande, que lanzamos cuando salimos de la cana, a la que todos le dieron leña, pero a último momento hicieron algo como el Encuentro, aunque no fuera más que una especie de boniato.
—¿En qué papel político se siente mejor identificado?
—En el boliche. Los boliches de vecinos son una especie de primer sindicato, de primer mundo, el lugar para expresar esa intransferible necesidad de sociabilidad que tiene el hombre. Allí la gente dice sus pareceres, sus pesares, pero está ejerciendo una brutal docencia. Hay que ir con espíritu de hablar poco y escuchar mucho para poder percibir esa espontaneidad. Porque el hombre, en su peripecia por llenar los siete metros de tripas que tiene, va descubriendo espontáneamente cosas por aquí y allá. Si hablamos de un plan de viviendas, por ejemplo, cuando se observa lo que ha hecho el pobrerío en toda la cintura de Montevideo, con qué pocos medios ha hecho una proeza constructiva, entonces vemos que están estableciendo las coordenadas de un plan de vivienda para los humildes. Por lo tanto se trata también de organizar lo que espontáneamente ese pueblo fue descubriendo. Pero eso sólo se aprende observando las peripecias de la gente. Es decir que el de los boliches no es un problema de amor a la bebida, por demás interesante, sino de escuchar a la gente.
—¿Cuál va a ser su perfil como parlamentario?
—El de un combatiente, un soldado en la defensa de lo que hablé anteriormente. Voy a tratar de servir sin pamentos ni bullas, pero diciéndoles a esos señores que todo lo saben que a veces son ignorantes. Porque un cuadro bien pintado, un poema bien escrito, una canción, son un hecho cultural importante. ¡Pero pienso que una buena lechuga, una vaca bien ordeñada, una soldadura bien hecha, son un poema también! Es decir, hay una proeza de los humildes que se acumula abajo, que mantiene la vida y que no merece ninguna jerarquía. Yo no quiero olvidarme de la Universidad ni estoy en contra de ella, pero la prefiero como usaba el facón Artigas, abajo del recado. No hay que ofender con cuatro letras más al otro mundo que no pasó por la Universidad, y que justamente es el que nos mantiene. Por otra parte, pienso llevar asiduamente por todos lados un informe de lo que pase en el Parlamento. Y al poner el dedo en el ventilador, voy a obligar a que otros también salgan a explicar sus actitudes a la gente, que es lo más importante. Mi gestión va a ser de adentro hacia afuera.
—Usted hace referencia a la ignorancia de ciertos legisladores…
—Cuidado, que si hablamos de ignorancia yo me ubico en primer lugar, pero desde otro ángulo. No tengo la más mínima cultura parlamentaria. Sé poco del mundo de la informática. Siento que he perdido mucho tiempo, quisiera saber más de algunas ciencias que tienen que ver con el hombre; más de antropología, por ejemplo. Sufrí una laguna muy prolongada por estar recluido en un calabozo, sin poder leer un libro en muchos años. Pero en todo caso tengo la ventaja de saber lo que no sé. Entonces vamos a tratar de enterarnos aunque sea de los titulares y, fundamentalmente, convocar a gente que sabe algo para que nos ayude.
—Es de suponer que no se habrá de llevar muy bien con el saco y la corbata.
—Voy a ser una pieza bastante folclórica en el Parlamento. No tengo saco ni corbata, y pienso que no me van a fusilar por no ir de traje. A lo sumo emprolijaré un poco la ropa de campo; más de eso no me pueden pedir.
—Hablemos de los temas a los que piensa darle prioridad en su gestión parlamentaria.
—Fundamentalmente a la cuestión de la tierra y al tema militar. Hay una ley fenomenal del año 48, conocida por casi nadie, que sirvió para la creación del Instituto de Colonización. El país aún no ha cumplido con lo que se propuso en esa ley. Este es un tema capital en el que casi no hay que plantearse legislar nada, sino intentar cumplir algo de lo que viene del pasado. El tema de la defensa tiene mucho que ver con la soberanía nacional. Butros Ghali ha dicho que el concepto de soberanía está obsoleto, y que habrá que evolucionar hacia ejércitos de rápida intervención multinacionales, sometidos a las decisiones de algunos organismos regionales y al Consejo de Seguridad de la ONU. Y esto es un cambio doctrinario en el papel de las fuerzas armadas, que está generando una crisis en la mentalidad de los militares del mundo subdesarrollado. Ante este problema puede haber tres reacciones diferentes. Una es actuar como el avestruz y no ver el problema. Otra es permitir que nuestro ejército se transforme en un apéndice de los ejércitos multinacionales. Y la tercera, que yo sustento, consiste en otorgar a las fuerzas armadas la defensa de la soberanía, como lo establece la Constitución, pero con un planteo estratégico diferente al que tienen en los papeles, y de acuerdo con el desbalance de fuerzas que hoy rigen el mundo. Aquí el papel de las fuerzas armadas debe ser el de encabezar y dirigir una resistencia popular ante el caso de una agresión externa a nuestra soberanía.
—Pero una hipotética «resistencia popular» demandará, en todo caso, capacitar a la población, y…
—Por supuesto. Desde el punto de vista moral, político y ético un pueblo no puede depositar su soberanía en manos de ningún aparato.
—¿El respaldo electoral obtenido por el Frente Amplio, que se canalizó sustancialmente hacia los sectores «moderados», provocará alguna modificación en la estrategia del MPP?
—Me parece que vivimos una época naturalmente centrista, en la que nosotros representamos un tipo de propuesta demasiado dura. Es una época en la que Sancho lleva las riendas en las decisiones más importantes. Pero nosotros igualmente vamos a mantener el estandarte, sin apearnos del lugar. Aquí lo medular siguen siendo las cuestiones estratégicas, y en ese sentido cualquier proyecto que le intente rayar un poco el lomo a ese nudo que llamamos oligarquía conlleva un proceso frente al cual sólo quedan dos caminos: radicalizarse en profundidad o abdicar de los principios. Más claro: no se puede andar bien con el sistema financiero y a su vez con el pobrerío. Gobernar sigue siendo, como decía Carlos Quijano, tomar decisiones a favor de los unos o de los otros. Cuando hablo de radicalización no me refiero a la que tiene la gente en la cabeza, que es un discurso de campanario inventado para llenar literatura de izquierda, sino a la de la escena social que ocurre en la calle cuando la gente reclama soluciones.
—¿Qué esperan del diputado José Mujica quienes lo votaron?
—Creo que lo primero que esperan es hacerse un plato, una fiesta, porque no deja de ser una pequeña mojadita en la oreja del sistema sentar a uno como ellos allí adentro. Y lo segundo que esperan es que, en el acierto o en el error, no exista mala fe. Más claro: que no los traicione.
Publicado originalmente el 9-XII-1994