Un habitante de Lampedusa, cuenta la crónica (www.publico.es 20-IV-15), junta desde hace tiempo mamaderas y ropas destrozadas, juguetes ajados y zapatos desvencijados, pastas de dientes hinchadas, desodorantes, sartenes y ollas oxidadas. El hombre los va
recogiendo una vez que los servicios sanitarios dejan limpias de cadáveres las playas de la isla italiana. Los objetos pertenecían a personas ahogadas en las aguas del Mediterráneo cuando intentaban llegar a las costas europeas escapando de países en vías de desintegración. La intención del lampedusano es montar un “museo de la vergüenza”. Dice que lamenta no poder ponerles cara a los naufragados, no saber nada de sus historias, afirma que no quiere hacer demagogia y caer en facilismos pero que cree evidente que muchos de los inmigrantes africanos que se apelotonaron en barquitos de morondanga o en enormes buques destartalados no hubieran escapado de sus países de no haber sido éstos destrozados por las mismas potencias que ahora se quejan de que les llegan por decenas de miles. Piensa en Siria, piensa en Libia.
Las entre 750 y 950 personas que murieron el domingo cayeron a las aguas poco después de salir de Libia. Lo mismo las 450 que se ahogaron unos pocos días antes, y las que se ahogaron un día después, el lunes 20, frente a Creta, en Grecia. En algo más de tres meses de este año alrededor de 1.650 inmigrantes fueron tragados por el Mediterráneo. La gran mayoría se había embarcado en Libia. En 2014 se reportó la muerte de 3.224 hombres, mujeres y niños en el mismo mar. Buena parte venía también de Libia. Otros de Siria. Desde 2011 la guerra ha partido a los dos países, más a Libia que a Siria: el territorio en el que antes reinaba Moammar Gaddafi es hoy un mosaico de feudos, un “Estado fallido” con dos gobiernos. Los combatientes de grupos aliados al Estado Islámico se mueven por el este de Libia como camellos en el desierto. Habían sido entrenados y armados por Francia, Inglaterra, Estados Unidos. Hoy son su principal enemigo. Libia es un caos, como es un caos Irak, como puede serlo Siria. Apenas caído y asesinado Gaddafi, el primer ministro británico David Cameron les prometió a los libios en Trípoli que no tendrían “mejor amigo en el mundo que el Reino Unido”. Jamás de los jamases Francia los abandonará, les dijo también Nicolas Sarkozy, cuyos aviones habían secundado a los de la Royal Air Force en la guerra. No estaba allí Silvio Berlusconi, pero a los pocos días de esas declaraciones mandó a ejecutivos del Eni, el ente petrolero estatal, a que se colocaran en la fila. Los aviones italianos también habían participado en los bombardeos, y al canciller del Cavaliere le pareció “natural” que el Eni fuera “la petrolera número uno en la futura Libia”, después de todo también ex colonia tana, dejando en claro para quien tuviera aún alguna duda la verdadera naturaleza de la guerra. Pero los aliados se convirtieron en los peores enemigos, y Libia se les escapó de las manos a las potencias occidentales, grano a grano, gota a gota. Hoy no saben qué hacer con el país ni con su gente, que le golpea la puerta a la fortaleza Europa recordando aquellas viejas promesas. Libia, tierra de nadie, se ha convertido en la puerta de salida de mareas humanas de inmigrantes de varios países. De allí parten, a través del Canal de Sicilia, la mayoría de los africanos que pretenden desembarcar “ilegalmente” en Europa. El Mediterráneo, “mar de la miseria”, según el secretario general de la Onu Ban ki Moon, fue en 2014, de acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (Oim), la mayor tumba colectiva de inmigrantes en el mundo: 65 por ciento de los que murieron intentando llegar a otro país fueron tragados por sus aguas. La frontera, seca y “mojada”, entre Estados Unidos y México, con lo espantosa que pueda ser, es diez veces menos mortal.
Antes, al menos, los salvaban de ahogarse. Italia tenía Mare Nostrum, un programa de “vigilancia y rescate” que comenzó a operar en 2013, después de tragedias en serie ante sus costas. En un año, cerca de 150 mil personas se salvaron de morir ahogadas en el Canal de Sicilia, entre Túnez, Libia, Malta y las propias costas italianas. Pero Roma se quedó sin fondos, le pidió ayuda a la Unión Europea para mantener Mare Nostrum, y Bruselas se la negó. Montó en su remplazo Tritón, con menos personal, menos barcos, tres veces menos dinero y con una extensión más limitada: en vez de llegar hasta Libia, como permitía Mare Nostrum, se frena en las aguas territoriales italianas. Más allá, cosa de otros. Tritón es, sobre todo, un programa de vigilancia. El espanto llevó a que algunas Ong, incluso algún filántropo conmovido, reaccionaran y enviaran sus propios barcos, sus propios médicos, hasta algún dron, a rescatar inmigrantes naufragados frente a las costas libias. En Europa, hasta las operaciones de rescate están en vías de privatización.
Hay un chivo realmente malo malísimo y fácilmente expiatorio: los traficantes. Entre 400 y 2.500 dólares por cabeza cobran estos mafiosos a los inmigrantes por embarcarlos probablemente al suicidio. Los embaucan no sólo con el paraíso que les espera cuando crucen el mar sino con respecto a las condiciones en que viajarán. “Algunos inmigrantes, que han huido de la persecución en sus países de origen, cambian de opinión cuando llegan a la playa, pero los traficantes los obligan a subir al barco amenazándoles o incluso hiriéndoles con cuchillos, palos y armas de fuego”, apunta el italiano Flavio di Giacomo, de la Oim. A mujeres que viajan solas a menudo las violan. Contra los traficantes enfocan sus dardos Francia, Italia, España. Dicen que son ellos los culpables del drama. Matteo Renzi, el primer ministro italiano, no descarta “intervenciones dirigidas a neutralizarlos”. Su canciller, Paolo Gentiloni, dijo al Corriere della Sera que las intervenciones se darán “en el marco de las acciones antiterroristas” contra el Estado Islámico. La UE ve el síntoma pero no la causa, comentan en la Oim.
Las tragedias sucesivas de los últimos días llevaron a la UE a convocar una cumbre extraordinaria en Bruselas. Era ayer jueves. Se sabe desde el lunes, tras la reunión de sus cancilleres y sus ministros del Interior, que no mucho cambiará. Ni siquiera los cupos de inmigrantes aceptados en la fortaleza. La inmensa mayoría seguirán siendo devueltos a sus países, que continuarán desangrándose mientras las potencias occidentales miran para otro lado. “Estoy horrorizado pero no sorprendido” por las políticas “cínicas” de la UE, comentó Zeid Ra’ad al Husein, alto comisionado de Derechos Humanos de la Onu, para quien Europa “ha convertido al Mediterráneo en un gran cementerio”.
Los que apechugan, además, son a menudo los más pobres de los integrantes de la Unión: las chalupas, los barcos desvencijados llegan a Chipre, llegan a Malta, llegan a Grecia, y al pobre sur de la rica Italia. En las costas griegas han desembarcado 10 mil inmigrantes en tres meses. Atenas ha montado un plan de emergencia para recibirlos. “Queremos darles algo de la dignidad que buscan”, dijo el primer ministro, Alexis Tsipras, sabiendo que mucho más su país, ahorcado por una UE que no le da ni un respiro y que mantiene la deuda como una soga, no podrá. La UE es sensible, en cambio, al discurso xenófobo y duro de la extrema derecha en ascenso, piensa el onusiano Zeid. Los inmigrantes son, precisamente, uno de los cucos que no dejan de agitar movimientos como Amanecer Dorado, que asoma como posible recambio si la izquierda de Syriza fracasara en su intento de dar un giro copernicano a Grecia. “Todo tiene que ver con todo: aquellas guerras que crean estos caos, la gente que escapa, la indiferencia de los europeos ante el sufrimiento ajeno, el crecimiento de la ultraderecha acá”, apunta un dirigente de Syriza en la isla de Creta, donde aparecieron volantes que dicen: “Si se cruza con un inmigrante en el agua ayúdelo… a ahogarse”.