El Teatro Circular retoma su actividad con el estreno de Cock, dirigida por Alberto Zimberg, un director amigo de la casa (recordemos sus puestas en escena El rufián en la escalera y La colección de Pinter). Esta vez, Zimberg apela a un montaje que no prioriza los elementos escénicos y pone el ojo en el desempeño actoral, mediante diálogos que reflexionan sobre la identidad y transitan la compleja definición de la sexualidad. El texto fue escrito por el dramaturgo británico Mike Bartlett, conocido también por sus guiones para series televisivas de la BBC (Doctor Foster, Life). En esta pieza el autor dibuja a una pareja de hombres homosexuales que enfrentan una crisis y una separación, mientras uno de ellos, Juan, decide continuar su vida sexual con una pareja femenina. Más allá de esta anécdota puntual, la intención del autor es reflexionar sobre las etiquetas estancas que rodean a la identidad de género.
Zimberg se interesa por los textos de autores ingleses y, en este caso, aprovecha la fuerza dialógica de Bartlett (ya había realizado la puesta de Love, love, love, del mismo autor). En este caso presenta a los actores en un espacio aséptico, blanco y de piso metálico, con líneas rectas. Es un cuadrilátero casi vacío, en el que los personajes se presentan para discutir y dialogar sobre sus emociones. La foto de difusión presenta al triángulo en cuestión (Martín Castro, Ignacio Estévez, Dulce Elina Marighetti) mordiendo una manzana. Esa alusión directa al deseo sexual atraviesa la pieza, pero no es su centro. Si bien esta tensión aparece por momentos entre los tres personajes, el eje de la discusión es la necesidad imperiosa de todos los que allí se encuentran (incluido el padre de la primera pareja de Juan, Sergio Mautone, quien con su aparición aporta la cuota de humor de la obra) de que el personaje de Juan se defina. Ese interés es el fuerte de la pieza, que, mediante la profundidad del intercambio de palabras, pone en evidencia los prejuicios de los propios protagonistas sobre su condición sexual y la de los demás.
Hay algo líquido en el personaje de Juan (un excelente trabajo interpretativo de Castro). El emoji que se diluye en su remera representa con acierto su estado actual. Juan necesita no caer en las etiquetas de la identidad sexual y no logra ser comprendido por el resto de los protagonistas. Esa fisura causa un desacomodo que solo puede resolverse de manera forzada. El director trabaja con detalle los movimientos de los actores, compone cuidadosamente los acercamientos y las distancias entre los personajes. Las tensiones sexuales más instintivas los acercan, pero ellos se distancian para poder observarse desde otra perspectiva. La lucha interna de Juan es un conflicto que parece no resolverse, una herida que queda abierta, «como un dibujo mal hecho en trazos de lápiz inconclusos». Así lo plantea el personaje femenino.
Cock cuestiona a una sociedad que aún necesita colocar a las personas en casilleros para sentir seguridad, que las obliga a definirse para dejarlas ser y considerarlas personas. También reflexiona sobre la institución de la monogamia como un mandato rígido, casi indestructible, parte de una normalidad que nos permite estar tranquilos frente a los demás, más allá de nuestros verdaderos deseos. Su planteo contemporáneo pone frente al espejo la idea misma de la diversidad, y la sola presencia de los actores y sus diálogos alcanzan para apreciar la potencia del lenguaje teatral.