30 años - Semanario Brecha

30 años

Treinta años atrás el contexto estaba. Brecha contaba con un factor que podía ser tanto un plus como una carga, pero sus creadores apostaban a que fuera un plus: la herencia de Marcha. El fantasma marchero planearía por mucho tiempo sobre la esquina de Uruguay y Andes.

Cuando Brecha se fundó, el 11 de octubre de 1985, la apuesta al nacimiento de un nuevo periódico no era tan suicida o “peligrosa” como podría serlo ahora. El Uruguay de entonces devoraba todavía papel prensa, o al menos lo consumía en mayor medida que otros, y la época se prestaba para que floreciera todo tipo de publicaciones: la salida de la dictadura alentaba la discusión pública, “la política” corría por nuevos andariveles y no había aún sufrido el desgaste que la afectaría años más tarde, retornaban los exiliados, se reinsertaban los presos, la izquierda se reconstruía, debatía y se buscaba. El contexto estaba. Y Brecha contaba con un factor que podía ser tanto un plus como una carga. Sus creadores apostaban a que fuera un plus: la herencia de Marcha. Brecha era –la vox pópuli así lo decía– la heredera de Marcha.

Formalmente no. Carlos Quijano, fundador y factótum de Marcha, había muerto en su exilio mexicano en junio de 1984, casi que con un pie en el avión para volver a Uruguay y lanzar, después de mucho dudar sobre la pertinencia de la idea, la segunda época de su semanario estandarte clausurado 11 años antes por la dictadura, y a nadie se le ocurría (menos que menos a la familia de “don Carlos”) que una “Marcha sin Quijano” pudiera ser concebible. Pero el espíritu era ése, y no otro: parecerse a Marcha.

En junio de 1985, cuando Brecha estaba en su etapa embrionaria, Hugo Alfaro, que sería su primer director y emblema, enumeraba en un programa radial las razones por las cuales el semanario en gestación no podía ser Marcha (básicamente: “la aceptación, más sabia que resignada, de que un ciclo vital había muerto con la muerte de Quijano”) y las muchas más por las cuales apuntaba a parecérsele. Ya no habrá, decía, “tipógrafos, linotipistas ni pruebas de galera, como antes del 74, aventados, como el saturnismo, por la tecnología electrónica”, pero “los cuatro puntos cardinales seguirán ahí. Donde antes decía Cuba y Vietnam, ahora pónganle El Salvador y Nicaragua; donde antes decía Fondo Monetario Internacional, sigan poniendo Fondo Internacional; donde antes había crisis de poder que bancaban sus crisis internas por el sencillo expediente de la explotación del Tercer Mundo, pongan más o menos lo mismo, porque de lo mismo más o menos se trata”. Al igual que su precedente ilustre, la publicación que estaba en las gateras sería, “en lo nacional, antioligárquica, y en lo internacional, antimperialista (…) y el todo jugado al socialismo en una democracia humanista y participativa”.

No sería Marcha, pero sería un proyecto de “la gente de Marcha”, remachaba Alfaro en la audición. Y revelaba algunos nombres de quienes participarían de la idea, si ésta se concretaba: Guillermo Chifflet, Héctor Rodríguez, Óscar Bruschera, Pivel Devoto, Carlos Núñez, Carlos María Gutiérrez, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, María Esther Gilio, Mariano Arana, Milton Schinca, Daniel Viglietti y Alfredo Zitarrosa; con Carlos Pieri, Mingo Ferreira, Paco Laurenco y Fermín Hontou como dibujantes; corresponsalías de Arturo Ardao, José Manuel Quijano, Cristina Peri Rossi, Maruja Echegoyen, Héctor Borrat, Yenia Dumnova. Habría nuevos, claro, y “algunos jóvenes periodistas de la última hornada que tuvieron que hacerse desde cero” bajo la dictadura, pero el semanario, que “por supuesto saldría los viernes”, tendría como tronco y en la mayoría de sus ramas a ex de Marcha.

El fantasma marchero planearía por mucho tiempo sobre la esquina de Uruguay y Andes.

 

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