Tremendo, ¿no? - Semanario Brecha
El gobierno uruguayo ante el genocidio en Palestina

Tremendo, ¿no?

Héctor Piastri

Que un profesor de Historia no sepa distinguir una guerra de un genocidio es una tristeza absoluta. Y si lo sabe distinguir y elige describir lo que está haciendo Israel en Palestina como una guerra, hay que preguntarse por las razones de tal decisión. Con frases hechas sobre el que según él es un «conflicto militar» (en el que una parte tiene vehículos blindados, misiles, drones y armamento de última generación donado por potencias hegemónicas, y la otra parte solo tiene hambre), el presidente de Uruguay dijo estar en contra de toda violencia. Evitó calificar el genocidio como genocidio, en la misma línea que el comunicado n.º 35/25 del Ministerio de Relaciones Exteriores y que el canciller Mario Lubetkin en sus declaraciones a la prensa en los últimos días.

El reclamo por los términos no es un capricho, porque las personas en Palestina no «han perdido la vida», como dice el comunicado: Israel las está bombardeando e incendiando, les está disparando con francotiradores y drones, está bloqueando el ingreso de ayuda humanitaria, cortando la luz y el agua, prohibiendo el ingreso de medicamentos, armando literales campos de concentración. Estas acciones premeditadas con el objetivo de llevar adelante una limpieza étnica están tan documentadas que, cuando en un futuro alguien diga que no sabía lo que estaba pasando, será difícil pensar que no hay cinismo o indignación selectiva en sus palabras, causada por la no occidentalidad del pueblo palestino.

La frase más indignante del presidente Yamandú Orsi fue sin duda: «Nunca voy a estar a favor de la guerra, pero tampoco estoy de acuerdo con que se entre a un país, secuestren gente». Desde que este genocidio comenzó, parece que no hubiese habido historia antes del 7 de octubre. Que no existió la Nakba, que Israel no ocupa ilegítimamente territorios por lo menos desde 1967, que no hay una política sistemática de apartheid en Cisjordania, que es la primera vez que Israel asesina civiles indiscriminadamente en Gaza, que destruye viviendas, que viola metódicamente los derechos humanos de los palestinos que mantiene presos sin juicio. Pero, incluso si hiciésemos el esfuerzo de ignorar más de siete décadas de historia, ¿cómo es posible justificar un genocidio? ¿Cómo es posible trazar una equivalencia entre los crímenes de Hamás y un genocidio que lleva por lo menos 54 mil muertos, sin contar los que aún permanecen bajo los escombros de los bombardeos israelíes?

Por otro lado, no es tan claro que «una cosa sea un gobernante y otra cosa sea un pueblo», como expresó Orsi ante las preguntas del periodista Leonardo Sarro la semana pasada. Según una encuesta hecha por la Universidad de Pensilvania y publicada por el diario israelí Haaretz (28-V-25, versión en inglés), el 82 por ciento de los judíos israelíes apoya la expulsión forzosa de los palestinos de la Franja de Gaza y el 53 por ciento de la población opina que Israel no debería permitir la entrada de ayuda humanitaria en ese territorio. Por supuesto, esas posturas no representan las de todos los judíos del mundo, como lo demuestran los comunicados publicados por la Casa de la Cultura Mordejai Anilevich y la Asociación Cultural Israelita Dr. Jaime Zhitlovsky esta semana en el ámbito local, pero no sería posible el bloqueo de la ayuda humanitaria ni el exterminio más descarado si no existiese un consenso social alimentado con décadas de radicalización colonialista en la población israelí. El hecho de que, en esta semana, en una celebración del Día de Jerusalén (que conmemora anualmente la ocupación ilegal de parte de esa ciudad desde 1967), grupos de jóvenes hayan organizado un pogromo en los barrios musulmanes de esa ciudad, cantado «muerte a los árabes» y «que arda tu aldea», entrado a sedes de Naciones Unidas y destruido negocios con la connivencia de la Policía israelí es una demostración más de que ubicar a Netanyahu como único responsable es una muestra de ignorancia o cinismo.

A pesar de que Lubetkin pide que se observe el accionar de Uruguay «en su multiplicidad» (La Diaria, 27-V-25), no hay mucho para analizar más que las declaraciones y el llamado a la embajadora israelí por los disparos efectuados contra nuestro representante diplomático en Palestina la semana pasada. Uruguay no ha ingresado al Grupo de La Haya, no se ha sumado al caso de Sudáfrica contra Israel por genocidio en la Corte Internacional de Justicia, no ha trasladado su supuesta posición de denuncia a ningún ámbito multilateral, no ha llevado adelante ninguna iniciativa pública de denuncia contra el genocidio más que expresar su «seria preocupación» en templadísimos comunicados, y sigue manteniendo abierta en Jerusalén la Oficina de Innovación de la ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación). La diferencia entre la actuación de la cancillería uruguaya y las expectativas de gran parte de los votantes de izquierda es abismal y enervante.

A su vez, si bien la declaración del secretariado ejecutivo del Frente Amplio (FA) del 22 de mayo por lo menos se atreve a reconocer con todas las letras que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, llama la atención la similitud de algunas expresiones de ese comunicado y el de cancillería. También es sorprendente la falta de reclamos concretos de la fuerza política al gobierno: uno pensaría que al ser Uruguay un país donde los partidos políticos importan, el FA se sentiría incómodo con las declaraciones de Lubetkin diciendo que una cosa son los gobernantes y otra el partido que los llevó a donde están. Algunos sectores y legisladores se han expresado en solitario sobre el genocidio, pero esto no parece traducirse en acciones en la interna del partido ni del gobierno (se verá qué efectos tiene el proyecto de declaración presentado por la bancada frenteamplista en el Senado esta semana, que no hace reclamos concretos al gobierno). Hay muchas maneras de solicitar un cambio de rumbo y el FA no está llevando a cabo ninguna, ni siquiera llamando a coordinar con gobiernos progresistas latinoamericanos, como el de Lula, Petro o Boric, que están teniendo posiciones mucho más dignas que la uruguaya en este asunto.

Al final, se hace difícil sostener que respecto a Palestina el gobierno de Orsi es distinto al de Lacalle Pou, que Lubetkin es distinto a Bustillo o Paganini, que el gobierno del FA es muy distinto al de la Coalición Republicana. Así como estuvimos a la altura al ser el primer país en el mundo en condenar el genocidio armenio, nuestra tibieza con el genocidio en Gaza nos dejará en el lado incorrecto de la historia.

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