Como cuando fertiliza su chacra, la semana pasada Mujica tiró mierda para todos lados, sólo que esta vez el resultado no fueron flores. En una de las entrevistas caóticas e interesantes que suele publicar el semanario Voces, el ex presidente atacó al feminismo, a la agenda de derechos, al Partido Socialista, a Constanza Moreira y a Óscar Andrade. Es decir, al movimiento social que hoy más moviliza y más produce pensamiento radical, a la agenda que dio a Mujica las conquistas más importantes de su gobierno y lo hizo famoso internacionalmente, y a quienes están intentando correr al Frente Amplio a la izquierda. Mujica no fue tan duro, en cambio, con el ex general y dirigente ultraderechista Guido Manini: en la entrevista nos enteramos de que el malo no es Manini, sino algunos de los que lo rodean.
A sus dichos les siguieron las réplicas, el escándalo, lo de siempre. La derecha más rancia festejó las declaraciones, mientras que otros aprovecharon la volada para, bajo el ala del sabio de la tribu, decir que si bien la forma pudo no ser la mejor, algo de eso que él dice hay.
Después de unos días Mujica pidió disculpas, pero lo dicho no fueron los exabruptos de un viejo enojado.
A lo largo de la entrevista, como en tantas discusiones políticas desde octubre, apareció el tema de Manini una y otra vez. La razón es obvia: en una elección en la que blancos y colorados votaron más o menos igual que en 2014, en la que fracasó el intento de Mieres de sacarle votos al FA con un armado centrista, y en la que los millonarios Novick y Sartori no lograron transformarse en “fenómenos” que cambiaran la lógica de la elección, fue el 11 por ciento del general el que logró finalmente dar el triunfo a la derecha, después de tres elecciones con resultados casi idénticos entre sí (2004, 2009 y 2014).
Es importante, entonces, explicar a Manini, y es especialmente importante escuchar la explicación de Mujica. Esto porque el ascenso del general fue consecuencia directa de la política militar de los últimos dos gobiernos del Frente Amplio, que tuvo como arquitectos y defensores al propio Mujica y a su compinche, Eleuterio Fernández Huidobro. Y estas explicaciones son tres: que Manini es culpa de otro, que Manini no es tan malo y que el rechazo a Manini nace del rechazo a discutir la cuestión militar.
MANINI ES CULPA DE OTRO(A). Para sacarse de encima el problema, Mujica nos cuenta que es el feminismo el que excita (curiosa la elección de esta palabra) a los elementos más reaccionarios de la sociedad, y “ahí te salen los Manini”. En la misma lógica, los intentos de Constanza Moreira de cerrar el déficit de la caja militar también ayudaron a despertar al monstruo.
Es esperable que si el feminismo cuestiona la organización patriarcal de la sociedad, los sectores de la derecha conservadora, cuya cosmovisión entera depende de que el padre ponga orden, respondan. Tan esperable como que la corporación militar salte si se quiere tocar el agujero que produce en las arcas del Estado.
Los reaccionarios reaccionan. Es lo suyo. La dictadura también fue una respuesta a los reclamos populares de los años sesenta. ¿Eso quiere decir que hubiera sido mejor no “provocarla”? Decir que los impulsos revolucionarios, e incluso los reformistas, provocan reacciones es trivial. La pregunta, en todo caso, es por qué las reacciones triunfan, por qué los impulsos no son lo suficientemente fuertes o por qué las reacciones lo son más.
En el caso de Manini, la pregunta es cómo logró formar tan rápido un partido tan exitoso, con qué estructuras, alianzas y recursos contaba. Y, teniendo en cuenta que el que gobernaba era el Frente Amplio, qué se podría haber hecho para que no estuviera en un lugar de tanta fuerza y qué, de lo que se hizo, lo ayudó en su camino.
MANINI NO ES TAN MALO. Unos días antes de aparecer en Voces, Mujica había concedido otra entrevista al programa En la mira, de Vtv. Allí, explicó por qué se decidió ascender a Manini. Resulta que los militares tienen posturas políticas, y en el ejército hay básicamente dos: los masones y los tenientes de Artigas. Y ya había demasiados masones. Mujica afirma que los tenientes no son lo que la gente piensa. Ahí adentro, parece, hay de todo. Pone como ejemplo que hay admiradores del latinoamericanista católico Alberto Methol Ferré. Es sabido que tanto Mujica como Manini eran atentos lectores de Methol, con quien ambos tuvieron trato personal. Y seguramente, tirando de esa madeja, encontremos algunas simpatías ideológicas e históricas, que se suman al largo diálogo que algunos tupamaros cultivan hace décadas con los tenientes. No olvidemos que en noviembre de 2018 (dos meses antes del lanzamiento de Cabildo Abierto), la revista oficialista Caras y Caretas celebraba a Manini como un antimperialista. Se decía, por aquel tiempo, que los militares habían cambiado.
Varias figuras del Mpp han intentado ser suaves con el general: Lucía Topolansky dijo que había legisladores más de derecha que él, y Yamandú Orsi aseguró que es posible ser su aliado en algunos temas. Esto puede ser visto como una estrategia para no inflarlo, o como un intento de disputarle algunos votos en plena campaña. Pero, dada la historia más larga, no es razonable pensar que se trata de un asunto meramente coyuntural. Y no queda claro cómo se puede sostener esta postura al mismo tiempo que se reconoce que Manini representa a los sectores más reaccionarios de la sociedad.
EL RECHAZO A MANINI ES EL RECHAZO A DISCUTIR LA CUESTIÓN MILITAR. Mujica llama a no ser ingenuos e identifica como ingenuas, básicamente, dos posiciones: la liberal, que sostiene que los militares no hacen política, y la izquierdista, que, por supuesto, prejuicio ideológico mediante, le “pega a todo lo verde” y se niega a pensar la política militar.
Estas dos posturas son hombres de paja, inventos para no tener que dar la discusión sobre la cuestión militar y presentar a la suya como única posición posible. Pero aun tomando por buena la composición de lugar que propone Mujica (lo que sería altamente problemático), eso no es suficiente para justificar la política militar que se siguió, es decir, promover al sector nacionalista, reaccionario y lindante con el fascismo de las Fuerzas Armadas (Ffaa).
Otras opciones, quizás, podrían haber sido intentar crear una corriente ideológica de izquierda al interior de las Ffaa, armar al pueblo para que los únicos armados no sean los sectores reaccionarios, hacer una reforma profunda de los ascensos y las burocracias militares o promover a los masones (!) contra los nacionalistas en la lucha de conspiraciones militares. También, quizás más razonablemente, se podría haber debilitado seriamente la capacidad de acción de las Ffaa, para que sean menos capaces de desequilibrar políticamente, o directamente sustituir a la institución militar por diferentes organismos civiles encargados de los desastres naturales, el espacio aéreo, etcétera. Entonces, el asunto no es tanto si se piensan o no las cuestiones militares, sino por qué, cuando al FA le tocó gobernar, pensó lo que pensó e hizo lo que hizo.
Pero esta discusión no se va a dar ya en el marco de un gobierno frenteamplista, sino con la derecha en el gobierno, y con Manini ya no como un actor de la interna militar, sino como senador y líder de uno de los tres principales partidos oficialistas. Esto mientras en Brasil gobierna la ultraderecha con los militares como principal apoyo, y en Bolivia y Chile campea la represión con participación militar. Y con la derecha lista para echar en cara, ante cualquier ataque al ultraderechismo de Cabildo Abierto, que este fue una creación del gobierno del FA. La izquierda podría señalar, cada vez, la hipocresía de la derecha que se queja de Manini mientras gobierna con él, pero eso no quita que, en esto, la derecha tenga algo de razón. Y esto duele, especialmente porque nadie en Uruguay puede hacerse el distraído y fingir que no sabe que las Ffaa uruguayas sólo han luchado contra su propio pueblo, y nunca dejaron de cometer todo tipo de crímenes y fechorías, como muestran una vez más las noticias que llegan sobre Haití.
Si vamos a entender la derrota de la izquierda en Uruguay, este debería ser uno de los primeros puntos del orden del día.