Quien esté en contacto con el cine latinoamericano reciente tendrá muy claro que la figura de César Troncoso es una constante en la producción uruguaya, argentina y brasileña, y que el polifacético actor se ha ido posicionando muy bien en el mercado cinematográfico de estos países. Los viajes y los rodajes intensos se volvieron frecuentes para un intérprete que ha demostrado tener una gran ductilidad para trabajar en teatro, cine y televisión. En esta vigésima edición del Festival de Punta del Este podemos ver a Troncoso en un pequeño papel secundario en Elis, película centrada en la carrera de la cantante Elis Regina, y en un rol principal en la coproducción argentino-uruguaya El sereno. Es también parte del plantel de estrellas presentadas en la primera superproducción de TV Globo ideada para el mercado latino: Supermax. En una de sus idas y vueltas de Punta del Este a Montevideo, Brecha pudo retener por un rato al cada vez más requerido actor.
—Tanto la serie Supermax como la película El sereno son coproducciones de género (aventura, thriller, terror) bastante novedosas, en el sentido de que no son cosas que surgieran en Latinoamérica unos diez años atrás. ¿Sentís que se trata del comienzo de algo nuevo?
—Claro, en la camada de cine de los años dos mil lo que se veía más bien eran películas de autor, de bajo presupuesto, películas que abrían el juego hacia un cine autoral. Esa fórmula se fue cansando, las generaciones nuevas patean el tablero de las anteriores, y aparecen nuevos hacedores que apuntan para otro lado. El público también cambió: aquella queja permanente sobre la lentitud del cine uruguayo y rioplatense… De algún modo ese discurso terminó generando una reacción de la nueva generación de realizadores, que están buscando correrse de ese lugar. En Uruguay mismo hay varios pibes jóvenes que están jugando con los géneros. Me parece que tiene que ver con ese sonsonete permanente que el público instaló, y a nivel de masividad me parece que los géneros son muy amigables.
—Trabajaste con canales como Hbo y con la TV Globo muchas veces. ¿En cuestiones de dinero, es lo máximo a lo que puede aspirar un actor latinoamericano en el continente?
—No tengo mucha idea de cómo paga Netflix o las otras televisoras. La Globo entra en el mercado de las series con Supermax, una apuesta fuerte, por ser la primera hablada en español. Y al entrar Amazon, Netflix, Hbo, Globo en el mercado de las series, supongo que habrá una puja por actores… la competencia eleva los valores y los cachets, pero hoy no te sé decir cifras concretas.
—Pero a nivel de producción no hay cosas más grandes…
—Bueno, TV Globo es una de las grandes casas productoras, tiene los estudios Globo. Cuando los propios argentinos que trabajaban en Supermax llegaron a Jacarepaguá, donde están, y vieron lo que eran los estudios, quedaron alucinados. Empezaron a caminar por la ciudad y hubo un primer día de visita en los carritos de golf, los llevaban a ver las ciudades escenográficas que hay en el predio. Técnicos y gente de cine con mucho oficio no tenían noción de que eso existía.
—¿Cuál fue tu impresión cuando lo viste por primera vez?
—Y bueno, a mí me pasó lo mismo… Cuando entré para el rodaje de Flor del Caribe (se grababa en el estudio D) yo venía de hacer diez días de trabajo para la novela en Guatemala, en Antigua, en Chichicastenango, en Santiago Atitlán. Lo que hacía Globo era llevarte diez días para allá, se filmaban paisajes, panorámicas y algunas escenas en las calles como para que te situaras en el lugar de la acción. Después recreaba la casa del personaje en los estudios. Yo vi la casa original, la que estaba en Antigua, y después esa que reconstruyeron en el estudio. Era una construcción muy grande, idéntica: se nota que hacen un trabajo de planificación, de mapeo absoluto. Lo que levantaron en el estudio D era tal cual la casa de Guatemala.
—Pero al ser decorado, ¿no era una casa frágil?
—Nooo, la tocabas y era todo madera condensada. Nunca vi cómo la armaban, supongo que serían módulos. Llegabas a grabar durante el día y durante la noche retiraban los espacios y levantaban nuevos. Pero son módulos de casas perfectas, con escaleras por las que podés subir (aunque en el piso de arriba no haya nada), con puertas, ventanas… es una casa. Si le pusieras la pared que le falta, donde van las cámaras, podrías vivir ahí adentro.
—Grosso modo hay dos papeles que vos venís repitiendo bastante: el delincuente ruin, rastrero, y el delincuente de cuello blanco, encantador pero medio chanta.
—He hecho varios de esos. No creo que obedezca a un estereotipo de latino sino a necesidades específicas en cada caso. Serán casualidades e idiosincrasias. Pero sí hay estereotipos de los que trato de correrme. En la preparación de Flor del Caribe pasó algo muy curioso: cuando fui a hacer la prueba de vestuario incluía guayaberas, sombreros de lino, sombreros panamá… Cuando llegamos a Antigua, el director vio la ciudad y quiénes circulaban por ella. Ahí me cambió radicalmente el vestuario y me puso un traje negro. El imaginario de lo latino choca con lo que es en realidad: lo cierto es que los delincuentes en Guatemala son y se visten como empresarios. Incluso aquellos que son unos malandras.
—Cuando participás en una de estas grandes producciones, ¿sentís que te traen un paquete predeterminado o que tenés cierta libertad para trazar los personajes?
—Depende. Yo creo que he conseguido acomodarme a las diferentes lógicas de trabajo.
En Brasil he protagonizado películas, por ejemplo Vendedor de sueños, pero también hago estos roles chicos, como en Tim Maia o en Elis, donde hago una o algunas escenas cortas. Lo que implica ser un profesional es esa capacidad de darte cuenta de en qué lugar entrás en una producción, y para resolver qué cosa. Si hoy voy a una película del cine uruguayo, de bajo presupuesto, voy a ser reconocido, van a decir: “Llegó Troncoso”. En cambio cuando hago algo como Elis soy un secundario que podrá estar bien ponderado, pero si en vez de ser Troncoso es Gómez, también está todo bien. Vos tenés que adaptarte y responder de diferentes maneras a diferentes solicitudes. En Tim Maia estuve 40 minutos esperando, y cuando filmé la escena fueron 15 minutos. El director lo miró y me dijo: “Era eso, gracias”; no sé cómo se llama, ni me acuerdo de qué cara tiene.
En ciertas películas llegás a proponer porque te das cuenta de que el espacio existe, y en otras te limitás a hacer lo que te piden. A mí lo que me preocupa es ser efectivo: cuando hacés cine no lo hacés para sacarte las ganas, capaz que eso lo podés hacer en teatro, pero en cine seguro que no. No estás diciendo “me sentí interiormente satisfecho”, no es ese el sentido, sino resolver y que salga lo que se necesita. El actor es una herramienta, es verdad que es un artista creador, pero está al servicio del imaginario de otro.
—Respecto a esta Supermax, ¿vos dirías que Burman, el director, tiene libertad de hacer lo que quiere o que también tiene predeterminado el paquete?
—Nunca lo hablé con Daniel, pero me parece que su libertad mejora cuanto menos presupuesto tenga entre manos. Un desafío como el que Burman tomó, asociándose con TV Globo, con TV Azteca, con Televisión Pública Argentina, Mediaset de España, lo obliga a él a tener altos niveles de puntería. No debe de ser sencillo negociar con toda esa maraña de cosas teniendo que generar una serie de diez capítulos.
—¿Y cómo te parece que cuadra el estilo del autor de El abrazo partido o Esperando al mesías con esta serie?
—Tendrías que hablarlo con Daniel, pero sí, hay un salto. Yo no diría de calidad, ni de cantidad siquiera, pero es un cambio de perfil.
—A Burman le va muy bien haciendo situaciones coloquiales y cotidianas, y eso podría quedarle muy bien en una serie. No sé si esto se aplicará…
—No. En este caso Burman toma una serie que la TV Globo ya hizo en portugués, y ese es su punto de partida, y también es una condicionante. Pero hablamos de un señor que hace cine muy bien, para mí Burman es cine barrial del Once, pero ha hecho otras cosas: su primera película, Un crisantemo estalla en cinco esquinas, con Walter Reyno, no tenía nada que ver con lo que vino después. Pero la iniciativa está buena y cuenta con otra gente importante: el otro director es Hernán Goldfrid (Tesis sobre un homicidio), Mario Segade (Farsantes) es el guionista principal, más toda la logística de Globo, más técnicos muy buenos, un elenco notable… Hay toda una estructura que lo cobija para poder hacer el cambio sin traumatismos.
—El elenco pareciera obedecer a un equilibrio zonal… agarramos un uruguayo, varios argentinos, un mexicano, un español…
—No me parece, creo que salió bien, una cosa muy empastada: no pusieron un andaluz y un charro mexicano… están Cecilia Roth, Alejandro Camacho –que es un gran actor de México–, Segura, que es una gran figura internacional, Cortada es cubano. Pero no me parece que lo hayan hecho buscando ese equilibrio, porque los ponés todos juntos y hay un cuerpo… Hubo buen criterio en la selección; trabaja también una actriz brasileña muy joven que se llama Laura Neiva, pero hace un personaje tan extraño que el acento no afecta el resultado. Ya hay muchos antecedentes de esto, la propia El hipnotizador, de Hbo, en la que cada uno hablaba en su idioma. Wagner Moura haciendo de Escobar en Narcos. De cada pueblo un paisano, pero hay química, fluyen en la pantalla.
—De los proyectos que te llegan, ¿rechazás muchos?
—Algunos. Muchas veces estoy trancado por las cosas que ya tengo, otras veces no es que las rechace sino que me las pierdo… Cuando hice Supermax estaba generándose otra serie para otro canal de Brasil… Brasil tiene una ley que dice que todos los canales tienen que proyectar contenido nacional, eso está muy bien. En fin, me llamaron para esa otra serie y no pude, era una o la otra. Algunas cosas las rechazo porque no me gustan; más o menos considero si hay disfrute, si hay capacidad de componer… se miden las cosas con distintos parámetros, y el dinero también es algo que naturalmente tengo en cuenta. Pero las ganancias van por muchos lados, y algo que vengo descubriendo es que si alguien viene y me dice: vamos a filmar una película en Manaos, voy seguro. A lo mejor no me ofrecen el papel de mi vida, pero sí conocer Manaos… Eso es una ganancia.
—¿En qué próximas películas te veremos en Uruguay este año que corre?
—Además de El sereno se va a estrenar seguramente la película de Guillermo Casanova Una historia del mundo, que es lindísima. Es la segunda película de Guillermo, que puso 12 años para hacerla. Es en esa línea agradable, humana, sensible, con toques de humor, como El viaje hacia el mar. Está para estrenarse El pampero, de Matías Luchessi, protagonizada por Julio Chaves. En la próxima de Álvaro Brechner, Memorias del calabozo, tengo un pequeño rol, pero no te puedo decir cuál es, es una sorpresa.