El acuerdo recientemente concluido entre el Mercosur y la Unión Europea fue recibido con cierto entusiasmo en Brasil. Celebraron, por un lado, los sectores liberales y sus portavoces en los medios tradicionales. Y, por el otro, los defensores incondicionales del gobierno, muchos de ellos con poco conocimiento sobre el tema.
A finales del año pasado y principios de este escribí varios artículos explicando por qué este acuerdo, heredado del gobierno de Jair Bolsonaro, era una verdadera trampa para Brasil. No podría ser una sorpresa para nadie. Después de todo, ¿qué nos dejó de positivo Bolsonaro?
Durante el gobierno de [Luiz Inácio] Lula [da Silva] se hicieron algunos cambios al acuerdo para mejorarlo. Aunque no son despreciables, no cambian su esencia neoliberal. Es esta ideología, dominante cuando se iniciaron las negociaciones con los europeos hace dos décadas, la que establece la dirección del acuerdo. El principio de liberalización subyace a sus partes principales: la eliminación de los aranceles a las importaciones, la prohibición de impuestos a las exportaciones y la apertura de las compras estatales a las empresas extranjeras. El supuesto central es que la liberalización es beneficiosa, tan beneficiosa que vale la pena consagrarla en un acuerdo internacional, protegiéndola de las decisiones nacionales.
Cabe señalar que en el interín se abandonó el neoliberalismo en casi todas partes, incluidos Estados Unidos y Europa. Sin embargo, encontró supervivencia entre nosotros. Como dijo Millôr Fernandes, cuando las ideologías se vuelven obsoletas, cobran vida aquí en Brasil.
Una curiosidad: lo que tenemos está lejos de lo que sería un acuerdo de libre comercio de bienes y servicios, pero va más allá en varios otros campos, como, por ejemplo, las compras estatales y la prohibición de imponer impuestos a las exportaciones de minerales críticos. El acuerdo es amplio y el espacio no permite abordar todos los aspectos centrales. Para una discusión un poco más extensa sobre el tema, remito al lector a la versión que publiqué al respecto en Outras Palavras.
Los cambios obtenidos por el gobierno de Lula se dieron en tres áreas principales: a) cierto margen de maniobra en las compras estatales; b) algunas excepciones a la prohibición de gravar las exportaciones de minerales críticos, y c) una pequeña extensión del cronograma de desgravación arancelaria en el sector automotriz.
Lo que se logró fue solo control de daños, y no precisamente obtener mayores ventajas. Este punto no siempre se entiende. Lo explico sucintamente.
En las compras estatales Brasil actualmente no tiene restricciones para usarlas como forma de promover la producción y la generación de empleo en el territorio nacional. Tenemos la libertad de definir márgenes de preferencia para los productores nacionales en licitaciones públicas, favoreciéndolos frente a los proveedores extranjeros. Con el acuerdo con la Unión Europea, el uso de este instrumento de política industrial y de desarrollo económico se vuelve limitado. Lo que logró el gobierno fue introducir excepciones sectoriales a la liberalización. En lo que respecta a las compras al Sistema Único de Salud, a la agricultura familiar y a las pequeñas empresas, por ejemplo, se preservó el derecho de favorecer a los productores nacionales frente a los del exterior.
En este punto, el enfoque de China ofrece un parámetro que vale la pena señalar. A pesar de la competitividad de sus exportaciones y del extraordinario perfil tecnológico de su parque industrial, el país no liberaliza su mercado de contratación pública. En esta materia, el único tipo de cláusula al que está sujeto se refiere a normas de transparencia, sin aceptar condiciones de acceso al mercado.
En el acuerdo Mercosur-Unión Europea, para los minerales críticos, esenciales para áreas estratégicas como la economía digital y la energía, se definió una breve lista de productos sobre los cuales el gobierno puede imponer impuestos a la exportación hasta un límite del 25 por ciento. Ahora bien, hoy el gobierno puede gravar las exportaciones de minerales críticos sin excepción y sin pedir permiso a nadie. Esto puede ser importante para garantizar nuestro acceso a estos insumos y fomentar que su procesamiento se realice en suelo nacional en lugar de exportarlos en estado bruto. Dado que estos minerales son decisivos para la producción en sectores de vanguardia, habría sido fundamental conservar este margen de maniobra. Como control de daños, se obtuvo una pequeña lista sobre los impuestos que serán admisibles hasta un límite determinado, con una pérdida de espacio para la toma de decisiones.
En cuanto a la eliminación de aranceles a bienes industriales por parte del Mercosur, se postergó la reducción a cero de este impuesto para algunos tipos de vehículos. En el caso de los coches electrificados, los aranceles se eliminarán en 18 años. En el caso de los vehícu-los de hidrógeno, la exención aumenta a 25 años y para los que usan nueva tecnología, a 30 años. Para otros, se mantiene el plazo original de 15 años. Después de este período, la industria brasileña, con las excepciones mencionadas, estará expuesta a una competencia sin obstáculos con la industria europea, que tiene acceso a fuentes de financiación y economías de escala mucho más ventajosas.
En verdad, fue imposible mejorar suficientemente el acuerdo alcanzado durante la época de Bolsonaro. No era aconsejable aceptar un punto de partida tan desfavorable para retomar los entendimientos con los europeos. Hubiera sido mejor simplemente abandonar el acuerdo, como hizo recientemente Australia en una negociación similar con la Unión Europea, y explorar otras formas de incrementar las relaciones económicas con los europeos de una manera equilibrada y mutuamente beneficiosa.
¿Qué ganamos exactamente con este acuerdo, incluso modificado? No me refiero a control de daños, sino a ventajas concretas. Esa pregunta nunca ha sido respondida. ¿Obtendremos acceso adicional a los mercados europeos para productos industriales? Prácticamente, nada. Los aranceles europeos sobre las importaciones industriales ya son muy bajos. ¿Obtendremos acceso adicional para nuestra agricultura? Solo de forma muy pequeña. El comercio de estos bienes, en los que el Mercosur es en gran medida competitivo, seguirá regulado por cuotas muy restrictivas. Por tanto, no es un acuerdo de libre comercio.
En áreas en las que somos competitivos, prevalecen cuotas proteccionistas restrictivas. Pero habrá libre comercio para bienes industriales en los que Alemania y otros países tienen amplias ventajas competitivas. No es casualidad que Alemania esté muy comprometida con el acuerdo. Después de un período de transición, como ya mencioné, los aranceles de importación se restablecerán a cero. Por tanto, exportaremos empleos industriales a Alemania. Los fabricantes de automóviles extranjeros, varios de ellos europeos, se inclinarán por producir menos o cerrar fábricas en Brasil.
Otro ámbito que resulta vulnerable con este acuerdo es la agricultura familiar, un sector para el que no se prevén salvaguardas en el proceso de apertura. No es casualidad que el Movimiento Sin Tierra se haya manifestado varias veces en contra de este acuerdo. El Ministerio de Desarrollo Agrario, sin embargo, parece haberse mantenido al margen del asunto.
Un aspecto curioso es que, aunque hay pocos beneficios para la agricultura del Mercosur, los agricultores europeos resisten ferozmente. Por lo tanto, Francia se opone abiertamente a cerrar el acuerdo, al igual que otros países con sectores agrícolas vulnerables a la competencia con el Mercosur. Libre comercio solo allí donde los europeos sean más competitivos. Bovinamente, nuestros representantes acordaron negociar dentro de este esquema asimétrico…
Se argumenta que nuestro acuerdo no es tan malo. Prueba de ello sería que la Confederación Nacional de la Industria, la Federación de Industrias del Estado de San Pablo y otras entidades industriales están a favor. Es un argumento falaz. Hay que tener en cuenta que, tras décadas de desindustrialización, estas cámaras son industriales solo de nombre.
Termino con una (avergonzada) nota de esperanza. Los que pueden salvarnos de esta trampa son algunos países europeos, en particular, Francia. Solo podremos esperar pasivamente que Francia y otros países de la Unión Europea hagan inviable este acuerdo dañino.
(Publicado originalmente en Carta Capital y Outras Palavras. Traducción de Brecha.)
* Paulo Nogueira Batista Júnior es economista por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y magíster en Historia Económica por la London School of Economics. Fue director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (2007-2015) y vicepresidente del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (2015-2017). Anteriormente se desempeñó como secretario especial de asuntos económicos del Ministerio de Planificación de Brasil (1985-1986) y asesor para cuestiones de deuda externa del ministro de Finanzas (1986-1987).