Un camino de ida - Semanario Brecha

Un camino de ida

En lo referente a la modificación del cuerpo mediante objetos u ornamentos, una de las modas que se impusieron en las últimas décadas son los expansores, esos aretes que se introducen en el lóbulo de la oreja luego de haber agrandado lo suficientemente el orificio mediante un tratamiento.

En lo referente a la modificación del cuerpo mediante objetos u ornamentos, una de las modas que se impusieron en las últimas décadas –con relativo éxito en su generalización– son los expansores, esos aretes que se introducen en el lóbulo de la oreja luego de haber agrandado lo suficientemente el orificio mediante un tratamiento. El proceso consiste en utilizar gradualmente objetos cada vez más grandes para poder colocar finalmente el arete en el hueco formado. Esta tendencia se impuso cuando algunos miembros de grupos musicales, como Linkin’ Park o Incubus, comenzaron a utilizarlos a comienzos de los dos mil, generando un resultado inmediato entre muchos de sus fans y tantos otros a los que la idea simplemente les resultaba atractiva.

Por lo general se asegura que se trata de un proceso simple pero quizá un tanto incómodo y doloroso –quienes saben cómo hacerlo sugieren la aplicación de aceites, vitamina E y, sobre todo, mucha paciencia y tiempo–. Pero el problema es que las consecuencias de utilizar expansores pueden ser permanentes, y cuanto mayor el tamaño de éstos, mayores pueden llegar a ser las complicaciones futuras. Por supuesto que pueden existir desgarros –muchas veces como resultado de una pelea; un extensor es el primer lugar del que un adversario enfurecido suele aferrarse–, y también está el fenómeno del blowout –algo así como una explosión del lóbulo, que no describiremos aquí para no herir sensibilidades, pero que suele darse como resultado de forzar la expansión demasiado rápido.

Lo cierto es que el uso de extensores genera un efecto irreversible, y luego de cierto grado de estiramiento (12,7 milímetros) el hueco del lóbulo alcanza un punto de no regreso. Como se explica en un artículo de la revista canadiense Vice, muchos de quienes fueron adolescentes hace 15 años y se arrepienten como adultos, recurren a cirujanos especializados para recuperar la “normalidad” de sus orejas. Existe un gran mercado quirúrgico dedicado a la reconstrucción estética de las deformaciones provocadas por el uso de extensores, y las operaciones son extremadamente costosas, con precios que oscilan entre los 1.500 y los 3 mil dólares. Pero además el proceso de cicatrización luego de la operación suele ser más doloroso que el hecho mismo de colocárselos.

 

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