Un clásico uruguayo - Semanario Brecha

Un clásico uruguayo

Hace casi 25 años que los Buenos Muchachos son parte del paisaje sonoro de la música uruguaya. Este 22 de abril estarán en el Teatro de Verano presentando su séptimo álbum.

Hace tiempo se decía que en Uruguay no existía una movida musical subterránea o alternativa, ya que todas las propuestas, lo quisieran o no, eran under en un medio tan chico y casi siempre acotado a la ciudad de Montevideo, o a unos pocos de sus barrios.

Percepción que tenía una dosis de verdad, pero que también era un tanto exagerada. Uruguay (o Montevideo) siempre tuvo una cantidad de movidas musicales diversas, más o menos populares, más o menos cerradas.

La idea de que aquí el rock siempre iba a ser algo “alternativo” empezó a cambiar a inicios del nuevo siglo, con la explosión roquera surgida en medio de la crisis económica de 2002.

Aunque ya se había vivido un boom roquero cuando el retorno de la democracia (en 1985 y hasta 1989, aproximadamente), el de 2000 fue realmente masivo, con festivales multitudinarios, cuadernos escolares con fotos de las bandas en sus tapas, y sobre todo una sensación de pertenencia por parte de una multitud de jóvenes y adolescentes. Esa explosión no se mantuvo en el tiempo, pero cambió bastante el panorama de lo que se entendía por rock uruguayo.

La banda Buenos Muchachos ocupó un lugar muy particular en esa movida. Según desde donde miremos, podríamos decir que es la banda “alternativa” más masiva, o el grupo más alternativo dentro de la mainstream roquera. Buenos Muchachos fue parte natural de los festivales masivos, sus discos siguen teniendo la repercusión mediática reservada a los grupos más convocantes, recibió los mimos de los premios Graffiti, y su convocatoria ha ido aumentando desde el ahora ya lejano comienzo de siglo hasta hoy. Y esa popularidad y exposición no les hicieron perder nunca sus credenciales alternativas.

El grupo en verdad había surgido casi una década antes de aquella movida de los dos mil.

Los Buenos Muchachos comenzaron a tocar cuando el fenómeno del rock posdictadura de los ochenta se desinflaba. La banda surgió a inicios de los noventa, y junto a grupos como los Chicos Eléctricos, La Hermana Menor y The Supersónicos fueron la base de una movida muy pequeña, tanto en términos de público como de repercusión inmediata, igualmente alejados de los remanentes de la lectura criolla del punk del rock posdictadura, como de la movida del hip hop y el rock latino, que comenzaba también a despuntar por aquellas épocas. Los referentes de esos grupos que tocaban casi exclusivamente en el boliche Juntacadáveres venían más por el lado del rock indie estadounidense y de las diversas ramificaciones que la música de The Velvet Underground y The Stooges fue construyendo desde la década de 1960. En el caso específico de los Buenos Muchachos, podían escucharse también las influencias de gente como Tom Waits, Nick Cave y Polly Jean Harvey.

UN SONIDO. Tras un casete editado y vendido en forma independiente (Nunca fui yo, de 1994), el primer disco “oficial” de Buenos Muchachos fue Aire rico (Ayuí, 1998). Podría decirse que fue entonces que comenzó a redondearse la propuesta de la banda.

Muchas veces pasa que los intentos de imitar o trasladar un género musical a una realidad distinta dan como resultado algo nuevo sin proponérselo.

No sé si los Buenos Muchachos buscaron conscientemente un camino propio desde el inicio, pero encontraron una manera de hacer música que es intransferiblemente personal.

Una de sus características más salientes, y una de las grandes diferencias con gran parte de sus compañeros de generación, es que su música está basada
–sin apartarse nunca del formato canción– en la generación de climas. Una manera de entender la música mucho más abstracta que la de la mayoría del rock y el pop locales.

En eso juegan un papel fundamental los dos guitarristas originales del grupo, Gustavo Antuña y Marcelo Rodríguez. Siguiendo la tradición de las bandas roqueras de dos guitarristas, donde los roles de acompañamiento y melodía son complementarios y de difícil delimitación, las guitarras de los Buenos Muchachos añaden, de forma consciente o no, algunos acentos rioplatenses que tienen que ver más que nada con la tradición de la guitarra de milonga.

Pedro Dalton, el cantante y principal letrista del grupo, construyó un mundo que es único en la música uruguaya, con textos donde más que el sentido importan las imágenes; con algo de tango, una pizca de la oscuridad de Nick Cave y cierta influencia de la literatura estadounidense.

Como cantante y compositor de melodías, Dalton también imprime una personalidad única. Su voz parece estar siempre al borde de la desafinación, las melodías muchas veces parecen ir a contramano de la instrumentación, con una manera de entonarlas que se pretende casual, pero que está bien asumida. Cuando el cantante ha sido invitado a cantar en algún show o disco de otro artista, es increíble ver cómo cambia giros melódicos de una manera extrañísima, haciendo suya la canción.

La interacción entre los climas musicales, las guitarras, las letras, la voz y las melodías produce ese “sonido Buenos Muchachos”. Para un escucha es difícil saber si la banda se basa en las particulares y muy visuales letras de Pedro Dalton (y en sus también particulares ideas melódicas) para construir esos climas, o si los climas ya están sugeridos en la música inspirando a Dalton a componer.

COLADOS A LA FIESTA. En 2001 el grupo grabó y editó un álbum en Buenos Aires que se difundió bastante marginalmente en Uruguay. Dendritas contra el bicho feo (tal su título) era un disco que seguía en parte la línea de Aire rico, con mejor sonido, muy buenos temas y una postura más directa tanto en el formato de las canciones como en la duración más acotada del trabajo. Muy bien recibido por un aún marginal grupo de seguidores, el álbum no ayudó a ampliar el público de Buenos Muchachos ni tuvo una gran recepción en los medios.

El salto llegó en 2004 con Amanecer búho. Podría decirse que la popularidad de ese disco está muy emparentada con el boom del rock nacional de esa época, y es en parte cierto. Pero no hay muchos nexos entre la propuesta de Buenos Muchachos y la de la mayor parte de las bandas más exitosas de esa movida (tanto las surgidas antes como las que aparecieron en esos años). Por otra parte, la explosión roquera de la primera mitad de los dos mil no fue generalizada. Muchas propuestas que podían asociarse con la música de Buenos Muchachos no ampliaron su público, ni tuvieron un acceso más fácil para grabar, ni participaron de grandes festivales.

La gente percibió algo especial en ese cuarto disco del grupo (y en sus presentaciones en vivo), que es difícil de explicar. Amanecer búho es uno de los mejores trabajos de Buenos Muchachos, pero no es el más accesible ni el más directo, y aunque varias canciones, como “Coral #5”, “La hermosa langosta aplastada en la vereda”, “Temperamento” o “Ahí voy”, terminaron siendo hits del grupo, en una primera escucha no parecía haber ningún tema “ganchero”.

El éxito de Amanecer búho y el estatus de popularidad sin perder galones alternativos son un buen ejemplo del particular camino del grupo y de su lugar especial en la música uruguaya.

Los Buenos Muchachos surgieron de una movida bastante cerrada, que parecía no tener ningún nexo con la música uruguaya y hasta aparentaba renegar de ella. Los grupos de los noventa que comenzaron en Juntacadáveres cantaban parte de su repertorio en inglés, por ejemplo, algo que era un anatema para las generaciones anteriores, tanto la del 80 como la del 70. Sin embargo el grupo fue tendiendo puentes impensados a lo largo de su carrera. Al principio las referencias uruguayas, que estaban desde su primer disco, parecían casi inconscientes. Creo que la banda las fue asimilando de forma más consciente luego de Amanecer búho. Fueron, tal vez, dándose cuenta de que sus arreglos guitarrísticos tenían muchos nexos con las guitarras de Fernando Cabrera, que su visión de lo marginal estaba emparentada con la de Alberto Wolf, y su humor negro tenía algo de El Cuarteto de Nos. Con todos estos músicos compartieron escenario y cantaron en varios espectáculos, ayudando a ahuyentar prejuicios de un público que –justo es decirlo– se mostró cada vez más abierto y receptivo.

El grupo superó una crisis –que motivó una breve separación– con su sexto disco, el álbum doble Se pule la colmena, de 2011, cuya presentación en vivo fue su primer Teatro de Verano.

El año pasado editaron el séptimo disco, Nidal, más calmo y contemplativo, con gusto a paisajes abiertos y con muy bellas canciones, como “Bella y el bestia”, “Viaje cerca” y “Sol troquelado”.

Con un cuarto de siglo a cuestas y convertida en una banda clásica de la música uruguaya, Buenos Muchachos estará nuevamente en el Teatro de Verano1 presentando ese disco.

  1. Viernes 22 de abril, 21 horas. Banda invitada Hotel Paradise. Precio de las entradas: entre 575 y 736 pesos.

 

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