Una primera razón para consignar es el foco seleccionado por los autores, que «radica en la exploración de cómo se fue forjando el pensamiento y la praxis internacional de Mujica» desde su juventud, a fines de los años cuarenta, hasta la actualidad. En ese sentido, el libro constituye un bienvenido aporte en cuanto emplea la trayectoria biográfica del dirigente político y expresidente como trampolín para hilvanar una serie de reflexiones centradas prioritariamente en una dimensión, la internacional, tradicionalmente poco atendida en nuestra historiografía.
Otra cuestión relevante, y a la vez fortaleza del libro, es que su densidad analítica se sostiene en que se trata de un texto interdisciplinario del que participaron especialistas con diversas formaciones, que abarcan la historia, la ciencia política, las relaciones internacionales, la antropología y la amplia experiencia de trabajo en el movimiento sindical. A raíz de esto, haber conseguido presentar un resultado equilibrado en términos académicos constituye un aspecto a resaltar indudablemente. Más aún si se tiene en cuenta que se trata de un trabajo extenso: 14 capítulos que son acompañados de una serie de discursos emitidos por Mujica que abordan temas internacionales. Además, se integra una cuidadosa selección de lo que fueron varias entrevistas que el equipo mantuvo con el dirigente político. Por último, completan el trabajo nueve testimonios que reflexionan, entre otras cosas, acerca de su proyección internacional y provienen de geografías, procedencias políticas e ideológicas ciertamente diversas.
El tercer punto importante a destacar tiene que ver con lo metodológico: el texto consigue tomar distancia de la memoria evitando, de esa forma, repetir acríticamente sus sesgos, olvidos y errores pautados, no siempre intencionalmente, puesto que la evocación inevitablemente parte de un presente. Es un aspecto en el que el equipo parece haber sido cauto al subrayar la necesidad de «tratar de forma muy cuidadosa la utilización de las entrevistas como fuente primaria». Sin atajos y recurriendo al empleo de una equilibrada bibliografía, la selección y la jerarquización de la información recogida durante las conversaciones resultan persuasivas con el objetivo originalmente propuesto.
EL LIBRO
Los hechos internacionales aparecen temprano en la vida de Mujica, como cuenta el capítulo dos, «del juvenil rebelde al guerrillero vencido». Allí se anotan el breve recuerdo junto con su padre, cuando el acorazado alemán Graf Spee arribó a las costas montevideanas, así como el impacto que le produjo escuchar por radio un discurso de Juan Perón mientras vacacionaba en Carmelo. La lectura de los Cuadernos de Forja le hizo descubrir la izquierda latinoamericana, magisterio completado por el siempre influyente semanario Marcha, que a su vez lo llevó a incursionar con sumo interés en varios intelectuales latinoamericanistas y revisionistas de disímiles procedencias, entre ellos, por su vital influencia en cuanto al pensamiento internacional, estarían Luis Alberto de Herrera, Alberto Methol Ferré y Vivian Trías. En torno a este último, el libro incurre en un error al intentar dar cuenta de que aquel dirigente socialista «se convirtió en informante de la dirección de espionaje checa». La aseveración, anotada en una nota a pie de página, es deudora de una lectura desatenta e incompleta de la historiografía. En primer lugar, porque si bien se comparte el argumento de hacer énfasis en la importancia de los trabajos del historiador checo Michal Zourek, el libro citado, contrariamente a lo que se escribe, no emplea ninguna fuente primaria de archivos «rusos y estadounidenses», sino checos y uruguayos. Convendría allí revisar otros aportes del citado colega, en los que plantea de manera atinada los dilemas y los recaudos metodológicos que supone el empleo incompleto de esas fuentes, pautando la necesidad de tomar distancia en cuanto a sus usos políticos. Sobre esto último fue evidente que, mientras que el caso Trías produjo una importante atracción mediática, apenas circuló otro texto del mismo autor en que ponía al descubierto las conexiones de la STB checa [el organismo de inteligencia de Checoslovaquia] con dirigentes políticos blancos y colorados. Esta cuestión nos lleva a un segundo señalamiento, pues deja en evidencia una vez más el sesgo de la otra referencia indicada por los autores, Fernando López D’Alesandro, cuyo difundido libro, entre otros elementos, carece de un marco interpretativo y suele tomar las resbaladizas fuentes de los servicios sin sentido crítico. En el campo de la Guerra Fría latinoamericana hace ya mucho tiempo que cuestiones de este tipo han sido zanjadas por una historiografía vibrante y renuente a recurrir a las «marionetas» para explicar la incidencia de los actores internacionales en los procesos regionales. Por eso mismo, la convergencia de agendas parece ser el camino más atinado para plantear cuestiones de ese tipo.
En el mismo capítulo también se incluyen comentarios y valoraciones sobre sus viajes a la Unión Soviética, China y Cuba –en octubre de 1959 la embajada cubana ya anotaba a Mujica entre varios otros dirigentes y jóvenes defensores de la revolución en filas blancas–, y se resalta una vez más la dimensión internacional de su integración al Movimiento de Liberación Nacional (MLN), algo facilitado por el importante lugar de Uruguay en la geopolítica regional de la Guerra Fría y las tensiones que supuso el golpe en Brasil de 1964, año de su primera detención, cuando participó del asalto a una remesa de Sudamtex.
El siguiente capítulo aborda el recorrido del dirigente que sale de la cárcel en 1985 y llega a la presidencia, en cuyo período «la cuestión internacional asumió una importancia inusitada para un país como Uruguay, pequeño, algo aislado y apacible». Destacan los autores las circunstancias en que fue haciendo carne en Mujica la «metáfora biológica», un sello distintivo en sus reflexiones sobre política internacional.
Tras ello, en el cuarto, aparecen las lecturas y las referencias intelectuales, aunque no de manera exhaustiva, primando «lo concreto y lo práctico», pues, consigna el entrevistado: «No leí tanto, pero viví». Cuatro campos se distinguen en ese apartado: historia, acción política, el pensamiento latinoamericano y la ciencia. Se trata de trazar indicios de una trayectoria y «no matrices», dicen los autores, pues existen en Mujica las «contradicciones» propias de quien desde el «realismo» «persigue utopías» sin perder de vista que para su concreción deba remitirse a lo posible. Dos grandes claves anidan en el exguerrillero, quien a menudo emplea «lentes de la historia para comprender y pensar lo internacional». Por un lado, sus énfasis en el carácter regional y, por otro, los que ofrecen una «perspectiva revisionista», se plantea en el libro. Sobre la región, indican los autores, Mujica evoca «situaciones, personas e ideas» significativas en su proceso evolutivo: la APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) peruana, el MNR (Movimiento Nacional Revolucionario) boliviano, el peronismo y la revolución guatemalteca, sobre cuyo desenlace final la nota explicativa del libro parece exigua. La literatura más reciente ha descentrado aquellos hechos, ampliando la cronología e involucrando una gama muy variada de actores regionales que superan con creces el antiguo marco interpretativo de un golpe estadounidense «apoyado por intereses económicos» locales contra el gobierno de una «república bananera», tal como se establece en la página 86. Para Uruguay, además, fue una auténtica conmoción lo sucedido en Centroamérica en 1954: el impacto atravesó a todo el elenco gobernante, implicó fuertes definiciones antimperialistas del herrerismo e indignó a las izquierdas, que movilizaron a sectores juveniles para los cuales aquella señal en la frente quedó como un legado perdurable. Más allá de este aspecto puntual, lo que quizás hubiera venido bien añadir, para comprender mejor aquellos años cincuenta y el lugar de Uruguay como altivo promotor de la democracia regional, es el fuerte debate y el enjuiciamiento para con las dictaduras regionales, un hecho central de la acumulación política de aquella generación.
El quinto capítulo aborda al «autonomista cauteloso» que piensa a Uruguay en la región y a la región en el mundo, conjugando reflexiones sobre cómo «lo nacional, lo regional y lo global ocupan un lugar relevante en sus ideas más actuales sobre la liberación nacional». En cuanto al sexto, que refiere a los dilemas de ser «un fino algodón entre dos cristales», los autores enfatizan –sin dejar de dialogar con la tradición uruguaya de «negociar y ser hábil mediador»– la forma en que esas cuestiones son atributos presentes en Mujica en tanto resultan «piezas centrales del lugar y función de Uruguay en la región». «Integración y regionalismo desde América Latina» es lo que se discute en el siguiente apartado del libro, idea a la que Mujica adhiere: para tener algún lugar en el ámbito global debe consolidarse «alguna forma de construcción colectiva regional». Confluyen allí algunas ideas sobre el «espacio de experiencia» y el «horizonte de expectativa», entre otras varias cuestiones que se insertan en un conjunto de discusiones actuales acerca de la «irrelevancia» de América Latina en el sistema internacional.
No podían quedar fuera las reflexiones sobre «internacionalismo, latinoamericanismo y antimperialismo», cuestiones de las que se da cuenta en otro bien elaborado capítulo, en el que se describe la forma en que la experiencia cubana y la fundación del MLN le permitieron trascender la «visión parroquial»: «Nos dábamos cuenta de que teníamos que jugar con la región y con Latinoamérica».
Aunque Mujica «viva en una chacra en las afueras de la capital de un Estado pequeño y periférico», el libro también incorpora sus reflexiones sobre cuatro actores internacionales especialmente relevantes: China, Estados Unidos, Europa y Rusia. En ese sentido, los autores describen la manera en que «mira el mundo con lentes construidos por capas acumuladas
en su derrotero vital», sin perder de vista la «profundidad histórica» y donde pueden distinguirse tres elementos: «pragmatismo», «desconfianza» y «antimperialismo».
Algo de esto es retomado más adelante, en este caso en un capítulo dedicado a describir las visiones que sobre el poder internacional tiene alguien que piensa desde una chacra que constituye un «espacio de vínculos con lo global». Así, en una imagen que en forma sobresaliente muestran los autores, Mujica comentó con pesar –mientras «bajaba la cabeza para tomar un sorbo de té» un domingo en que la tarde «caía»– la forma en la que el mundo atraviesa una crisis muy particular, que marca un «hito en la historia», pues «las guerras y las crisis van a hacer inviable nuestra civilización». En esa línea, en su visión, los «límites ecológicos de la globalización y el consumo» constituyen el más importante «desafío global». Sin embargo, como se expone en el capítulo final, Mujica insiste en trascender el «diagnóstico duro» y «arriesga propuestas» para una hoja de ruta de lo que los autores llaman su «último baile», acicateado por lo que implica el retorno de Lula y, con él, el de Brasil, al mundo, así como por su propia «obsesión» de perseverar e «intentar rescatar lo mejor de la humanidad».