En una pequeña y cuidada publicación monográfica de 1971 el crítico Ernesto Heine afirmaba: “Al tratar en estas páginas de Bruno Widmann, debo acotar su indudable proceso de enriquecimiento en los aspectos fundamentales en la calidad interior de pintar”. Esta larga acotación de Heine refería, como se explicaba más adelante, a la virtud del artista de librarse de las recetas de taller, del mensaje social atado a hechos inmediatos y de la tendencia general a dar explicaciones con su arte.
En suma, aseveraba la habilidad del artista para hacer una pintura que no fuera adjetiva. El gran pintor Manuel Espínola Gómez sostuvo algo parecido: “No es una obra vacía… Hay cautela. Hay pudor. No hay afán ‘declamatorio’ no hay ‘demostración’. No hay frivolidad. Hay cultura. Hay costumbre. Hay manejo preocupacional. Hay ‘estrategia legítima’… Hay experiencia. Hay sensibilidad, ¡hay!”
Pese a esa solidez formal, o quizás precisamente por ella, Bruno Widmann (Montevideo, 1930-2017) realizó cambios importantes en su producción, como él mismo reconocía con cierto asombro en una entrevista con El monitor plástico: cada ocho o diez años se producía un giro estético de 90 grados. “El proceso de enriquecimiento” lo obligaba a estos ciclos que sólo percibía pasado el tiempo y que no evitaron, empero, que su pintura tuviera un éxito comercial importante, tanto en Uruguay como en el extranjero.
Hoy que la noticia de su fallecimiento nos toma por sorpresa estamos compelidos a intentar comprender las constantes de esos ciclos, las fuerzas invariantes que mantuvieron su obra en un sitial de exigencia destacado.
Bruno Widmann abandonó los estudios de medicina para formarse, a comienzos de los años sesenta, con el artista italiano radicado en Montevideo Sergio Curto. En 1965 decidió viajar por su cuenta a Europa. Estudió en el Instituto de Arte Contemporáneo del maestro Scroppo, de Turín, y asistió a la Academia de Bellas Artes de Perusa, Italia. Invitado a comienzos de los setenta por el gobierno de Francia, se vinculó con el ambiente plástico parisino y conoció a fondo la corriente informalista y matérica. Regresó a Francia en varias ocasiones. En 1976 invitado por la Galería Arnaud, de París, para integrar la muestra de grupo Divergencias, que fue recibida con entusiasmo por la crítica especializada. A su regreso se radicó en Buenos Aires, donde prosiguió pintando. El retorno definitivo a Uruguay se produjo en 1991. Realizó más de cuarenta exposiciones individuales.
Ciertamente, los viajes, el roce con los ambientes culturales de las grandes ciudades, el éxito comercial, inciden en sus elecciones formales: de una pintura de paisajes correcta pero nada descollante, pasa a incorporar las lecciones del informalismo de Tapies –que implican el gran salto–, se deja seducir por los lenguajes adustos (“serie negra”) y transita por una pintura de paisajes desolados. Las figuras humanas aparecen entre sus pinturas de arquitecturas coloridas como pequeños remanentes de la historia, anónimos seres acaso perdidos en la urbe.
Constantes son, por tanto, sus preocupaciones por habilitar y habitar espacios en la tela –arquitecturales, urbanos, también despojados y pueblerinos– a través del color. Una obra que no abandona la figuración pero donde el orden compositivo impera y es más importante que el motivo. Widmann supo, además, trabajar una línea expresiva personal y reconocible. Un poco como el trazo decidido de Hilda López o el dubitativo de Eva Olivetti: la manera en que manejó las escalas de esos espacios y el color, tanto en sus pinturas como en sus serigrafías, se reconoce al primer golpe de vista.
Artista admirado por el público pero también por críticos y artistas, no recibió empero distinciones nacionales de importancia, y el premio Figari a la trayectoria le fue esquivo. Una realidad injusta si damos crédito a las palabras de José Luis Cuevas: “He seguido la trayectoria de Widmann desde hace más de diez años, y en ese tiempo he visto desarrollar una de las obras pictóricas más sólidas de América Latina”. La obra de Widmann forma parte de colecciones como las del Museo de Artes Visuales de Montevideo (Uruguay), el Museo Reina Sofía en Madrid (España), el Centro Pompidou de París (Francia), el Museo de Arte Moderno de Haifa (Israel) y el Museo de Arte Moderno de Legnano, en Milán (Italia), entre otras.