Vivimos cierto momento, en la producción literaria del país, en que las ediciones de libros se multiplican sin pereza. En el género narrativo, el conjunto es de tal modo heterogéneo que cohíbe hasta el inventario de sus rasgos principales. ¿Supone este fenómeno un cambio en el interior del sistema literario? Sólo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, es posible reportar un par de obras interesantes. Sus autores son muy distintos y no tan jóvenes. Hasta ahora han explorado caminos que contrastan con los de los narradores más citados. Eduardo Pérez Vázquez y Gonzalo Paredes nacieron en el año 1963 en Montevideo. A pesar de esta coincidencia sus libros no transitan geografías reconocibles. En el primero, las representaciones de Uruguay o “lo uruguayo” son problemáticas, en el segundo, inexistentes.
POLICIAL CON IDEOLOGÍA. Abogado y funcionario de la Cámara de Representantes, Pérez Vázquez diseñó su ópera prima, Montevideo Street, apropiándose del exitoso modelo policial de los países nórdicos con el fin de lograr un universo atractivo y original. Probablemente el mayor logro del autor haya sido imaginar una isla en el Pacífico sur que bautizó Chairman-Hannover, a 2 mil millas de la costa chilena, un protectorado británico con abundante población de origen inglés, holandés y escandinavo, y comunidades provenientes de Sudamérica. Los vínculos que teje Pérez Vázquez entre esa fábula multicultural y los movimientos de exiliados políticos argentinos, uruguayos y chilenos, conectan el pasado con el presente y consideran en forma oblicua temas (casi) desatendidos por nuestra ficción literaria, como la ingenuidad de los jóvenes militantes que se arrojaron con idealismo a la boca del lobo, los juicios realizados en Europa a quienes se consideraba sospechosos de traicionar al movimiento guerrillero, la reciente desclasificación de archivos secretos. En Montevideo Street esta deriva, cuyas consecuencias pervierten la imagen de una sociedad avanzada y parca en delitos, opera como otro logro del autor.
La historia policial nace cuando apuñalan a un individuo en la calle que da nombre a la novela, en la ciudad de Christianstaad, la más austral de la isla. La víctima muere en brazos del inspector Hastings, un inglés de pura cepa “aunque su padre haya nacido en las pampas argentinas y se haya educado en Canadá”. Por su uso competente de la observación y el razonamiento deductivo, y por el apellido que homenajea a Agatha Christie (los lectores de la reina del crimen evocan de inmediato al ocasional compañero de Poirot y en consecuencia al Watson de Conan Doyle), el Hastings de Pérez Vázquez pone en valor, desde un lugar muy distinto al asignado por Mrs Christie a su personaje, al investigador vocacional, escrupuloso y moralista. En calidad de tal y con la leal colaboración de sus subalternos –entre ellos el agente Lundqvist, hijo de uruguaya y sueco– descubre que el muerto era un uruguayo problemático que había militado en filas de la izquierda y hacía años vivía en la isla. El hecho trágico, que no está sentido ni narrado trágicamente, desencadena la asociación de distintos acontecimientos y conexiones imprevistas.
Si bien al final de la novela el relato no se separa del todo de los acontecimientos violentos del pasado, opta por un camino equidistante al de la narrativa desterritorializada, internándose en lo psicológico y en las mitologías nórdicas para sabotear el racionalismo que habita en las raíces de la novela policial. Todo hace pensar que el autor ha fundado la ciudad de Christianstaadt para que Hastings y su equipo (tutelados a distancia por un comisario de apellido Larsen) estrenen saga. A través del trazo firme de una prosa minuciosa y certera, Pérez Vázquez consigue que el universo policial concebido en un contexto de migraciones y fronteras se justifique narrativamente. Un comienzo auspicioso.
DESAFÍO A LO CONVENCIONAL. No es precisamente una saga, pero en los cuentos de Smith, de Gonzalo Paredes, el excéntrico antihéroe que presta su nombre al libro, y los estrafalarios personajes que irrumpen en su existencia anodina de calígrafo judicial, entrecruzan sus conductas alocadas en varios episodios, por lo que cada uno de los seis extensos cuentos puede leerse en forma independiente o como capítulos de la novela que (por algo) no fue.
Paredes es licenciado en psicología, coordinador de talleres de escritura y autor de un único libro anterior, Un puente largo y antiguo (2001), publicado en la colección De los Flexes Terpines, que coordinó Mario Levrero. En esa circunstancia comenzó a fraguar los territorios misteriosos y delirantes que 13 años después Smith eclipsaría. Porque este libro es mucho más ambicioso y contiene el gesto moderno de irritar y asombrar. Una galería de freaks cuyas identidades se constituyen a partir de juegos de máscaras, en medio de una experimentación desenfrenada que invierte la lógica de los hechos. En los contextos absurdos de este desafío a lo convencional reina un Smith exasperante y delicioso. Las situaciones ponen en cuestión el sentido común y son manejadas con un humor extravagante que vincula los cuentos con parcelas de la literatura del propio Levrero y de Leo Maslíah –para no salir del marco nacional–, pero también con expresiones de otros géneros, como el cómic.
Su autor ha declarado que comenzó a escribir el primer cuento de Smith, “El futuro es nuestro”, tomando como modelo el lenguaje del género policial estadounidense pero en un español neutro. Esta elección sugiere los buenos oficios de un traductor experto en el manejo del original y la copia. Paredes apela a la ruptura con lo dado y al absurdo que hace posible el efecto de extrañamiento. Su parodia, que no es ajena al estado de incertidumbre de la cultura contemporánea, silencia lo uruguayo. Smith es un estadounidense corpulento y parsimonioso, indeciso e insignificante, que todo lo malentiende porque tiene dificultades para conectar con la realidad y por eso a cada paso se ve envuelto en situaciones que lo superan. En el ejercicio de su profesión alteró una prueba y se metió en un gran lío que también concierne al millonario y bizarro MacDougall, en cuya mansión se suceden acontecimientos extraordinarios que amplían el marco de la ficción y dan un tono divertido al conjunto de simulacros y metamorfosis.
Otra línea que se distingue en estos cuentos actúa sobre referencias literarias y tiene un punto alto en la lectura de la novela Extraños en un tren, de Patricia Highsmith, con su siniestra trama de sustituciones. Aparecen además personajes cercanos a Smith, como su intimidante esposa Mildred, o de la cultura popular, como el Hombre Mosca. En ocasiones asoma una vocación de intolerancia y censura que lleva a los personajes a organizar una revolución para terminar con la injusticia y poner las cosas en su lugar. Una decisión imprevista para seres que se debaten todo el tiempo entre el ser y el parecer, una alternativa que ampara formas otras de expresar algún tipo de “realidad”.
TENSIONES Y PARADOJAS. Gonzalo Paredes y Eduardo Pérez Vázquez exhiben proyectos literarios bien distintos o, lo que asoma más radical, sus respectivas sensibilidades amparan reglas y formas opuestas para imaginar y representar la realidad. Sin embargo, una cierta forma de vaivén entre estas dos zonas interpela al lector orientándolo hacia redes semánticas nuevas que implican a la vez equivalencia y desfase. Dentro de una noción de literatura móvil que valora las complejidades del borde, los desplazamientos y el entrelugar, ¿podrían Smith y Montevideo Street hablar de estados de ánimo endiabladamente afines?