No queda claro cómo fue que el sociólogo Aldo Solari se convirtió en una pieza central de la estrategia del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) en América Latina, destacándose entre los varios nombres de universitarios por los que su representante, Louis Mercier Vega, manifestó interés en esa primera etapa y perdurando entre la multitud de contactos que luego quedaron frustrados. Aún antes de establecerse en Montevideo, en su primera gira exploratoria, el funcionario del CLC había identificado la necesidad de «recuperar» a los terceristas en los medios académicos y estudiantiles contrarrestando la «onda cubana» y «castrista». Casi inmediatamente surgió la idea de formar un «grupo de trabajo» para producir un «informe» sobre esa corriente de opinión y enseguida el nombre de Solari para hacerse cargo de la tarea. No sabemos exactamente cómo se establecieron las primeras comunicaciones, pero en la segunda mitad de 1962 ya estaba el sociólogo a cargo del asunto. En diciembre Mercier le mandó un esquema con sus ideas sobre el tema, sobre el que Solari hizo varios cambios. Los resultados tardaron bastante en concretarse, postergándose una y otra vez la fecha de entrega del manuscrito, lo cual se tradujo en el fastidio de Mercier y el editor Benito Milla, a cargo de las actividades del CLC en Montevideo, con las repetidas «informalidades» del «escurridizo» autor, sin que eso oscureciera demasiado las fructíferas relaciones. Para decirlo en menos palabras, el libro de Solari sobre el tercerismo que despertó la polémica entre Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa en Marcha y Época fue escrito por encargo del CLC y generosamente retribuido por este organismo, que, además, pagó su edición por Alfa (la empresa de Milla).
[…] Con el texto […] sobre el tercerismo la situación fue diferente a otras colaboraciones con Solari porque no se difundió como una iniciativa del CLC. Aun en medio de una polémica que derivó hacia el papel de ese organismo en el financiamiento de la actividad intelectual latinoamericana, nadie acusó a Solari de escribir contra el tercerismo por encargo. […] Durante casi un lustro luego de su publicación, el vínculo entre el tema del libro de Solari y los propósitos del gobierno de Estados Unidos al auspiciar diversos proyectos sociológicos en América Latina fue establecido solamente como parte de una sensiblidad en alerta ante la ola de denuncias contemporáneas sobre iniciativas similares en otros países. […] En este clima, con Cuba y Dominicana de por medio, los representantes del CLC y el propio Solari fueron conscientes desde el inicio de que sus actividades públicas iban a despertar críticas, sobre todo desde algunas tiendas de izquierda. En gran medida, su propósito era causar polémica y, por tanto, su preocupación se concentraba, sobre todo, en que el alboroto no entorpeciera el curso de sus actividades.
[…] Mucha más preocupación les despertaba el eventual proceder de Ángel Rama, el editor literario de Marcha que había denunciado los vínculos del CLC con la CIA en las páginas del semanario, a quien sindicaban como un «elemento público para manejar la operación castrista» a nivel continental. […] Para entonces, las relaciones de Rama con el medio cultural uruguayo y latinoamericano eran complejas, dada la estrechez de sus vínculos con el establishment cubano y su vieja enemistad con el anterior encargado de la sección literaria de Marcha, Emir Rodríguez Monegal, ahora bajo sospecha como editor de Mundo Nuevo con apoyo del CLC.
[…] Sin embargo, Milla no era sordo ni necio. Aunque se preocupó por destacar que los colaboradores del Congreso en Montevideo seguían asistiendo a sus actividades, expresó también ansiedad frente a las denuncias que circulaban acerca de la actuación del organismo, pidió más información y reclamó garantías para su trabajo. Reconoció repetidamente, aunque fuera en privado, que tenía que prepararse si quería defender su trayectoria y dar la batalla sobre las responsabilidades de los intelectuales frente a las diferentes oportunidades de promoción del cambio social que se planteaban en el continente. Había participado con entusiasmo del nuevo desembarco del CLC en América Latina y ahora debía hacer frente a su peor momento. En efecto, las denuncias públicas del New York Times en 1966, que Marcha publicara casi inmediatamente en su totalidad, habían hecho patente una crisis interna originada dos años antes, cuando una investigación impositiva del Congreso de Estados Unidos había establecido por primera vez los lazos financieros con la CIA.
A partir de ese momento, la central parisina dirigida por Michael Josselson había reforzado la estrategia de autonomizar a los centros regionales y cambiar el perfil de las publicaciones para evitar el escándalo que de todos modos sobrevino. La fundación, a comienzos de 1966, del Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI) como una entidad independiente que remplazara al desacreditado Departamento Latinoamericano fue parte de este desesperado intento, aunque ocupó la misma sede y a su frente permaneció la misma persona, no otra que nuestro conocido Mercier Vega. El cambio de nombre enfatizaba la reorientación de las actividades desde la literatura hacia las ciencias sociales que hemos trazado en la peripecia uruguaya del CLC. Parcial excepción fue la creación de la revista literario-ensayística Mundo Nuevo bajo la égida de Rodríguez Monegal, a quien tanto cortejaron Mercier desde París y Milla desde Montevideo. […] A fines de 1966 la Fundación Ford aceptó hacerse cargo del organismo a condición de que cambiara de nombre, liderazgo y agenda, y tendiera a conseguir fuentes alternativas de financiación. Era prácticamente una operación de maquillaje que fue oportunamente denunciada por el periodismo de investigación estadounidense con repiques en todo el mundo. El escándalo adquirió nuevas proporciones. En mayo de 1967, finalmente, Josselson asumió toda la responsabilidad y ofreció su renuncia con el objetivo de limpiar lo que quedaba de la reputación del Congreso.
El desarrollo de los acontecimientos fue seguido con atención y natural retraso por los colaboradores del resto del mundo. Milla, desde Montevideo, se manifestó más de una vez confuso y reclamó más y mejor información, siempre defendiendo la rectitud de su accionar y la «seriedad de nuestra labor». Entre abril y mayo de 1967, Mercier viajó por América Latina para fortalecer la presencia del ILARI y dar respuesta a las dudas que surgían sobre las «subvenciones de origen CIA». En el informe resultante resaltó que la situación en Uruguay era «tres particuliere», por la influencia de las denuncias de Marcha y la rampante «confusión tercerista».
[…] ¿Qué había pasado con Solari en estos casi dos años de tribulación y desencanto del Congreso? Como dijimos, durante varios meses se mantuvo en total silencio, a pesar de ser el centro de las polémicas que en Montevideo comenzaron con su libro y se engancharon luego con la revelación del origen de los fondos que habían costeado el célebre Seminario de Elites bajo su conducción. Apenas clausuradas las sesiones, el sociólogo había viajado a Costa Rica con un contrato de la UNESCO para trabajar en el Instituto Universitario Centroamericano de Investigaciones Sociales y Económicas. Durante el semestre que permaneció allí, sostuvo un intenso intercambio con Mercier que lo muestra atento a lo que se debatía en Uruguay y activo en su colaboración con el CLC, siempre con el cometido de afianzar las ciencias sociales en el continente. […] Como tarea central se hizo cargo de la edición del libro resultante del evento de Montevideo (el recordado Seminario sobre Elites Latinoamericanas) en coordinación con el famoso sociólogo estadounidense Seymour Lipset. […] A diferencia de lo que había sucedido con el seminario que habían organizado también conjuntamente en Montevideo en 1965 y seguramente en parte como reflejo de tiempos más turbulentos para la colaboración intelectual norte-sur, el proceso de edición estuvo plagado de prevenciones, recelos y desavenencias, tanto entre los editores como con varios de los autores involucrados.
[…] Las repetidas explicaciones de Lipset a los autores [sobre el origen de los fondos] no eran plausibles, pero a esta altura ninguna defensa de la munificencia del CLC lo era. Sólo los muy comprometidos con sus objetivos (o los muy beneficiados por sus dádivas) seguían buscando la manera de justificarse. Lipset, Solari y Mercier estaban entre ellos. En el prólogo del libro conjunto que firmaron los dos sociólogos pero escribió en su totalidad el estadounidense, expresaron su «reconocimiento sincero a Luis Mercier Vega, del Congreso por la Libertad de la Cultura, que hizo tanto para hacer posibles el Seminario y este libro. Cooperó más allá del llamado del deber en las cuestiones prácticas y fue invisible en lo relacionado con las decisiones intelectuales».
Con esas palabras, escritas en medio del tumulto, puso fin Lipset a las especulaciones sobre quién pagaba y quién decidía. La empresa académica y editorial en la que se habían embarcado los tres hacía ya casi un lustro llegaba así a buen término con la edición casi simultánea de dos sendos libros en inglés y en español de más de quinientas páginas. Pero la polémica quedaba abierta.
1. Vania Markarían (2020), Universidad, revolución y dólares, Penguin Random House, Montevideo.