Dos meses después de las últimas elecciones legislativas, Francia está (todavía) sin gobierno. Nunca había sucedido algo así en el país bajo la Quinta República, instalada en 1958. Más aún: nunca hasta ahora una fuerza política que había sido la más votada en una elección de ese tipo había sido privada de la posibilidad de intentar la formación de un gobierno. La constitución de la Quinta República, forjada bajo la influencia del general Charles de Gaulle, le da al presidente vastos poderes. Entre ellos, el de nombrar a quien encabece el gobierno. Cuando un partido logra mayoría absoluta en una elección legislativa, el mandatario no tiene margen para designar a alguien ajeno a esa fuerza. Si no hay una formación política claramente mayoritaria, quiere la tradición que el presidente designe de todas maneras a alguien surgido de filas de la más votada, para que intente al menos durante un tiempo constituir un gabinete de gobierno. En las elecciones legislativas de junio y julio pasados, hubo una fuerza política que resultó ganadora: el Nuevo Frente Popular (NFP), una coalición entre todas las fuerzas de izquierda y progresistas. Ganó por poco, pero ganó. Y fue además fundamental para que muchos de los candidatos de la segunda coalición más votada, Juntos por la República, la alianza de partidos que apoyan al presidente Emmanuel Macron, resultaran electos cuando se enfrentaban a candidatos de una extrema derecha con viento en la camiseta.
De los 577 diputados del nuevo parlamento, el NFP se quedó con 178, el macronismo con 159, la Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés), de ultraderecha, con 142 y Los Republicanos, el partido más fuerte de la derecha clásica, con apenas 47. Macron interpretó que había un triple empate y durante varias semanas especuló con la posibilidad de que algunos de los más moderados del NFP (pertenecientes, por ejemplo, al Partido Socialista) rompieran con esa alianza y aceptaran formar un gobierno de «amplia unión» que dejara por fuera a «los dos extremos»: por izquierda, Francia Insumisa (LFI, por sus siglas en francés), el partido mayoritario en el NFP, y, por derecha, RN. Decretó una «tregua olímpica» mientras duraron los Juegos Olímpicos de París y luego se tomó otras semanitas más para seguir buscando la manera de impedir que el NFP tuviera la posibilidad de formar gobierno. Los desprendimientos anhelados no se produjeron y el presidente se vio obligado a respetar una mínima formalidad: recibir en el Palacio del Elíseo a Lucie Castets, la economista trabajosamente designada por el NFP como candidata a primera ministra, para escuchar lo que «tenía para proponer». Pocos dudaban sobre cuál sería el resultado de esa «consulta»: al día siguiente, Castets fue barrida de un plumazo por el presidente. El NFP, dijo, no tiene fuerzas para «reunir los amplios consensos necesarios» y, aunque las tuviera, «lo que propone conduciría a Francia a la ruina y el caos».
Varios días llevaba Castets anunciando que –«por realismo»– el NFP había renunciado a imponer la totalidad de su programa, pero que contaba con muy buenas posibilidades de avanzar, «mediante negociaciones», en un «sentido superador de las políticas regresivas y neoliberales» aplicadas en los últimos años. Confiaba, además, en que en el parlamento se pudieran reunir los votos que permitieran suprimir la reforma jubilatoria aprobada por el actual gobierno. El NFP había tenido contactos sobre ese punto y sobre otros con otras fuerzas, dijo unas horas antes de la reunión con Macron. «Aunque no le guste nuestro programa de gobierno, el presidente debería darnos la posibilidad de probar si podemos o no llevarlo a cabo. Nos lo ganamos en las urnas.» Pero Macron no se la dio.
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Ahora se sabe que ya entonces Macron había iniciado negociaciones entre bambalinas con RN para lograr que en el parlamento la extrema derecha le diera cierto margen de maniobra a un gobierno que estuviera encabezado por alguien que le fuera más o menos aceptable. La semana pasada, el presidente encontró a esa figura: Michel Barnier, un ex alto funcionario de la Unión Europea perteneciente a Los Republicanos, suficientemente conservador y suficientemente negociador como para lograr el respaldo de las distintas sensibilidades de la derecha francesa, incluyendo la más extrema. Este martes 10, Barnier aseguró que «la semana próxima» se hará la luz y habrá nuevo gobierno en Francia, y que lo integrarán en su mayoría políticos o personalidades surgidas del entorno del macronismo y de Los Republicanos, y «tal vez de la izquierda», entendiendo por izquierda a dirigentes vinculados a sectores del Partido Socialista (PS) contrarios al NFP o a individuos alguna vez relacionados con el PS que ya se habían pasado con armas y bagajes al campo del presidente.
En la extrema derecha, la propia Marine Le Pen, máximo referente de RN, dijo que Barnier le parecía «lo menos malo de lo malo» y que en todo caso Barnier era preferible a «dejar al país en manos de LFI y la extrema izquierda». Según informó el semanario Le Journal du Dimanche, Le Pen se comprometió, en sus conversaciones con allegados a Macron, a hacerle la vida fácil al nuevo Ejecutivo al menos durante sus primeros meses de gestión y a no apoyar ninguna moción de censura que pudiera provenir del NFP, una posibilidad que estaba dispuesta a barajar si Macron hubiera designado como jefe de gobierno a alguien surgido de filas socialistas o del liberalismo más proclive a negociar con el NFP. «Igual estaremos vigilantes», dijo el número dos de RN, Jordan Bardella.
Militante desde su adolescencia en la derecha conservadora que hoy conforma Los Republicanos (heredero lejano del viejo gaullismo), Barnier ha tenido más participación política de primer plano en las instituciones europeas de Bruselas que en su propio país. Entre 2016 y 2020 fue quien encabezó por la Unión Europea las discusiones con el Reino Unido tras el Brexit. Aunque todavía no se conoce la línea que seguirá su gobierno y él dijo «no estar cerrado» a considerar algunas propuestas del NFP para «mejorar» la reforma jubilatoria y «lograr un mayor grado de justicia fiscal y social», Barnier va a depender esencialmente para su supervivencia política de la actitud de la ultraderecha. En la interna de Los Republicanos, que hoy representan una pequeña minoría (fueron los grandes perdedores de las últimas legislativas: ni siquiera llegaron al 6 por ciento), a Barnier se lo ha identificado con posiciones duras en materia de inmigración y de seguridad interna, puntos que satisfacen a la extrema derecha. También en temas «de sociedad», como el matrimonio igualitario y la legalización del aborto.
El sábado 8, LFI organizó movilizaciones en toda Francia para protestar contra «el golpe de Estado encubierto» y el «abuso democrático» implementados por Macron. Alrededor de 300 mil personas salieron a las calles en más de un centenar de ciudades. Los otros partidos del NFP no adhirieron oficialmente a la convocatoria, pero sí algunos de sus sectores y varias organizaciones y movimientos sociales.
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La movida de Macron no deja de ser lógica, dijo al portal Mediapart (6-XI-24) Christian Laval, un sociólogo especializado en el estudio de la evolución del neoliberalismo. «El presidente está apuntando a federar a las distintas derechas, a constituir un frente antipopular que conjugue la xenofobia y el racismo de RN con la política proneoliberal del macronismo.» Al neoliberalismo, dijo también Laval, autor, entre otros libros, de La nueva escuela capitalista, La elección de la guerra civil y La pesadilla que no termina nunca, no le importa el sufragio universal ni la democracia liberal. Puede tomar formas más o menos autoritarias, pero es en esencia violento, y el macronismo lo ha sido en Francia a lo largo de todo su mandato, a pesar de que en sus comienzos se vistió con un ropaje moderado y abierto. Con el pasar de los años, y de ajuste en ajuste, de reforma en reforma, fue yendo hacia formas «cada vez más autoritarias y oligárquicas» de ejercer el poder y marchando hacia una confluencia con una extrema derecha que, en paralelo, fue dejando de lado sus supuestas propuestas sociales y su lado plebeyo, pretendidamente «antisistema», para coincidir en planteos que benefician ante todo a los malla oro y los primeros de la clase. A Marine Le Pen le sigue rechinando el costado aristocrático, la pose elitista, de monarca, de Macron, y al presidente le repugnan los malos modales apenas disimulados de la lideresa de RN. Preferirían no tener que darse la mano. De hecho, no se la dan: mandan a otros a que lo hagan. Y Macron ha sabido como pocos instrumentalizar a la izquierda y al progresismo para cerrarle el camino a RN, no porque discrepe tanto con ella, sino por un mero tema de conveniencia política, piensa Laval entre tantos otros. El «cordón sanitario» y el «frente republicano» informal que todas las fuerzas políticas aceptaron para cerrarle el camino a RN le sirvieron a Macron para lograr la elección de diputados afines que de otra manera hubieran quedado por el camino y hacer menos dura su derrota electoral. Pero, una vez logrado el objetivo, dio la espalda a sus aliados por un instante y se centró en su verdadero blanco: el NFP.
«Para que nada cambie verdaderamente en la redistribución de las riquezas, o más globalmente en el orden económico, es indispensable la unión de las derechas: la del centro, la derecha clásica y la extrema. RN no tiene interés alguno en que una política de izquierda real pueda aplicarse: beneficiaría a unas clases populares a las que ha ido conquistando con base en un discurso demagógico de defensa de los “más pequeños”, de los “olvidados” que ha arrancado a la propia izquierda. Para el macronismo, el NFP representa a su vez el mal absoluto, al lado del cual RN es solo un mal relativo», como lo han dicho varios de sus dirigentes. «Sus intereses respectivos llaman a las distintas derechas a confluir», sintetizó tiempo atrás un dirigente de la central sindical Solidaires. Si hay algo positivo en esta evolución, e incluso en el hecho de que RN sea el verdadero garante de la estabilidad del gobierno que se anuncia, es que «por fin las cosas se clarifican, desmintiendo en los hechos a aquellos que, en el progresismo, insisten aún en alianzas con el macronismo en nombre de la democracia, la libertad y la defensa de la justicia social», dijo el sindicalista.
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¿Puede el NFP aprovechar esta nueva dinámica política?, le preguntó Mediapart a Laval. Solo «si deja de ser apenas una alianza de partidos y se extiende a la sociedad, si se deja invadir por todas las víctimas de las políticas neoliberales, por los ciudadanos comprometidos, los sindicatos, las asociaciones, los artistas, los investigadores, los actores de la economía social y solidaria y otros», respondió el investigador. Los movimientos sociales han mostrado recientemente su fuerza –por ejemplo, en las movilizaciones contra la reforma jubilatoria, que tanta gente convocaron en las calles–, pero también «sus debilidades»: «No han ganado ninguna» de sus pulseadas con el gobierno, «fueron despreciados» y se frenaron luego de ser derrotados.
Hay en el NFP quienes dicen que esa alianza tiene también que clarificarse hacia adentro y «sacar las conclusiones de los errores que cometieron algunas de las fuerzas que lo integran cuando eran gobierno». Entre ellos está Sandrine Rousseau, una exdirigente de Los Ecologistas, el nombre que tomaron a fines del año pasado los antiguos Verdes. «Pienso que el NFP ganaría en ofrecer una visión de la sociedad alternativa al orden dominante. Su programa apunta todavía solo a un relanzamiento keynesiano de la economía por el consumo y a la restauración de los servicios públicos, lo que tiene sin dudas sus ventajas, pero nos hace falta ir a hacia un modelo social protector que no apueste al crecimiento y al extractivismo y que defienda una manera de relacionamiento entre los humanos» que salga del marco del capitalismo, de la lógica mercantil y de la competencia, dijo Rousseau. «La sociedad está mucho más preparada para ese cambio que lo que dicen los medios de comunicación y los políticos, los de izquierda incluidos.»