Un golpe en etapas - Semanario Brecha

Un golpe en etapas

Debate sobre el quiebre institucional de 1973

La génesis del golpe, el entramado de causas, y hasta la pertinencia de la fecha del 27 de junio son apenas tres de las aristas capaces de encender cualquier debate profundo sobre aquel hito de la historia del Uruguay del siglo xx. El rol de los diferentes actores de la época –individuales o colectivos–, y un enfoque más centrado en buscar responsabilidades que en indagar en los contextos, forman parte de este contrapunto entre estos investigadores de la historia reciente. En una mesa de discusión promovida por Brecha, los historiadores Álvaro Rico y Vania Markarian, y el periodista Alfonso Lessa, se adentran en el asunto con mirada diversa y sin ocultar discrepancias.

 

—Comencemos por la fecha del golpe. Hay quienes consideran que debería ser establecida en febrero de 1973 y quienes se mantienen en el 27 de junio. ¿Es un elemento significativo precisar ese punto?
Vania Markarian —Para los historiadores las fechas son siempre importantes. Importan porque permiten distintas interpretaciones. Creo que a esta altura hay cierto consenso en que lo que llamamos golpe de Estado fue el 27 de junio de 1973. Quizás podemos decir que antes comenzó, como ha dicho Álvaro Rico, un camino democrático hacia el autoritarismo, y el comienzo de ese camino es más difícil de datar. Empezaría en el gobierno de Pacheco, con las medidas prontas de seguridad. Los poderes en Uruguay fueron cayendo de a uno, y caracterizamos el comienzo de la dictadura cuando cayó el Legislativo, pero en realidad ya había caído el Judicial y de alguna manera el Ejecutivo.
Álvaro Rico —Quizás ayude a pensar el dato de que el golpe de Estado en Uruguay no fue un acto único, fue en etapas. Como pasó en muchos países. Los golpes de Estado tienen momentos de anticipación, de acumulación y de ejecución. En el caso uruguayo estamos ante un golpe de Estado que se da como parte de un proceso con distintas etapas en las cuales se van cubriendo determinados objetivos de los actores conservadores y de derecha, y en eso también es importante ubicar el golpe en torno a las fechas. Comparto con Vania en que el 27 de junio se da la ruptura definitiva, con la disolución del Parlamento. Más allá de que ese golpe venía precedido de situaciones anteriores. Lo otro que podríamos agregar es que quizás sirva establecer una diferencia entre autoritarismo y dictadura. Las relaciones autoritarias de poder no necesariamente implican un régimen político instituido. Podemos pensar en relaciones autoritarias de poder pre golpe de Estado y pre dictadura y ubicar los antecedentes en el pachequismo. Evidentemente era una forma autoritaria de gobierno aunque estuviera dentro de un régimen democrático republicano. Estas relaciones autoritarias de poder se consolidan después del golpe de Estado ya bajo un régimen institucional dictatorial. La posibilidad de situar este proceso de golpe de Estado en el marco de otro proceso de autoritarismo puede ayudar a ubicarnos en el tema de la fecha.
Alfonso Lessa —Le voy a dar una perspectiva distinta, quizás más periodística, pero yo creo que el verdadero golpe fue en febrero. No lo creo yo solo, voy a citar a algunas personas que dijeron que el golpe fue en febrero: Bordaberry, Sanguinetti, Seregni, Walter Santoro, Zorrilla, D’Elía, Pedro Aguerre, Eduardo Platero, Ruben Villaverde, Carlos Quijano, Luis Iguiní, Wladimir Turiansky y Germán Rama, entre otros. De alguna manera el poder político es desplazado en febrero. El golpe se da en dos etapas, una en febrero y otra en junio. Los hechos que sucedieron en febrero alfombraron el camino a junio. En febrero se desconoce el nombramiento del ministro de Defensa Nacional, los militares sacaron los tanques y los blindados a las calles, hicieron una demostración de fuerza mucho mayor que la de junio. Desobedecen al poder político y no les pasa absolutamente nada. Transan con el presidente Bordaberry y éste les acepta todas las condiciones, y se crea el Consejo de Seguridad Nacional, el Cosena, que será decisivo en el futuro. Si todo eso ocurrió en febrero, tenemos que decir que febrero fue una etapa fundamental. Y en febrero hubo también una apuesta de la izquierda al autoritarismo, con la esperanza –lo dicen con nombre y apellido– de que hubiera un golpe de Estado de izquierda. No hay en este proceso ningún sector político libre de culpa. Todos tienen responsabilidades, y es en febrero cuando hacen eclosión un montón de variables que se cruzan. En febrero los militares se reúnen y los partidos se paralizan con estrategias distintas y contradictorias. Y algunos sectores de la izquierda apuestan a un posible golpe de izquierda. Y refuerzan a Cristi, a Álvarez, a todos los militares que participan de la disolución en junio. Acá no hubo cambio de poder militar. En febrero se limpia el Ejército de todos los militares que no eran golpistas. Son todos relevados en febrero. Lo único que faltaba era la disolución del Parlamento. El poder estaba en manos de los militares. Hay lecturas de sectores de izquierda que decían que se iba a producir la caída de Bordaberry y la caída del gabinete. Y no cayó nadie, hubo un trueque de ministros y Bordaberry termina pactando con los militares, y después de eso hay sectores de izquierda que lo siguen alentando. El Partido Comunista financia el semanario de Gregorio Álvarez. Era tal la confusión de todos los sectores… Por supuesto la primera responsabilidad fue de las Fuerzas Armadas y del Partido Colorado, que designa a Bordaberry. Si uno piensa en todas esas variables, y con cuál de todas –si la hubiéramos cambiado– capaz que se hubiera evitado el golpe, a mí me parece que (es) Bordaberry. El Partido Colorado designa a un candidato presidencial que no tenía la más mínima condición para dirigir el país, y mucho menos en circunstancias tan graves como estas. Y eso queda probado en febrero, cuando se cambia de bando y pacta con los militares.
—¿Sin Bordaberry no hubiera habido golpe?
A L —Yo no digo que no hubiera habido. Quizás si Bordaberry no hubiera sido el presidente… un hombre sin la más mínima capacidad política para dirigir al país en una crisis como aquella, quizás no hubiera habido golpe de Estado.
A R —Creo que la reflexión de Alfonso de alguna manera es tributaria de dos argumentos con los cuales discrepo. El primero se relaciona con que el golpe de Estado fue militar, y en febrero los militares desplazan al poder político desobedeciéndolo, desautorizándolo… Yo creo que dentro de los consensos historiográficos se podría calificar al régimen dictatorial uruguayo como cívico-militar. En ese sentido, febrero es la configuración de un bloque de poder cívico-militar en el que los sectores políticos más conservadores, reaccionarios y golpistas, no son desplazados sino que se suman, se incorporan. La idea de que hubo un vacío de poder, cuando el titular de la Presidencia de la República fue el mismo en la dictadura, no cierra. Más bien habla de una asociación para reforzar ese bloque de dominación. En ese sentido se ubican de otra manera los sucesos de febrero. Son los militares y algunos sectores políticos los golpistas. El propio presidente de la República es el dictador.
Hay un segundo argumento con el que discrepo: poner a la figura de Bordaberry como un político débil, de dudosas convicciones democráticas. Creo que Bordaberry era representante de sectores que llegaban a esa instancia con una intencionalidad que van a ejecutar luego con los sucesos que se van a desencadenar, antes, durante y después. Bordaberry sigue siendo el presidente dictador hasta el 76.
—Alfonso hablaba de cierta corresponsabilidad de la izquierda, o de cierta parte de la izquierda, en el golpe; ¿ustedes qué opinan?
A R —Yo creo que casi todos los sectores de la izquierda jugaron políticamente. El discurso de Seregni del 8 de octubre…
A L —El Seregni de esa época no era el mismo del 84. Estaba más condicionado. Una cosa es que el régimen fue cívico-militar y otra que el golpe de febrero fue un levantamiento cien por ciento militar. No ves ninguna participación civil en los documentos militares que prepararon el golpe. La versión de que Bordaberry representaba intereses empresariales y de sectores que se veían amenazados por el advenimiento del Frente, por las movilizaciones sociales… no hay ninguna duda. Pero el golpe de febrero no se da en nombre de ideas liberales. Se da en nombre de ideas populistas que estaban en línea con el gobierno de Velasco Alvarado en Perú. El golpe de febrero fue dado en nombre de ideas “de izquierda”, así entre comillas. Y eso fue lo que le impusieron los militares a Bordaberry. En los primeros años hay duras discusiones entre Bordaberry y los militares por el tema de la condición económica, y Bordaberry está a punto de ser destituido por las diferencias económicas. Bordaberry termina imponiendo sus ideas cuando nombra a Végh Villegas. Eso lo ve Quijano desde Marcha con gran lucidez. Cuando uno lee los editoriales de Quijano y Julio Castro, piensa: ¡qué claridad!
A R —Yo no comparto que técnicamente lo de febrero se pueda tipificar como un golpe. Puede ser un golpe en etapas. Pero ponerlo en febrero puede arrastrar a la tentación de sostener que la izquierda fue cómplice, demostrando que la izquierda tuvo expectativas con relación al golpe de febrero… Pero entre las expectativas y la complicidad hay una pequeña línea delgada que nos hace olvidar que el 27 de junio de 1973 hubo un golpe de Estado que disolvió el Parlamento, dirigido por el presidente de la República en asociación con los militares. ¿Quién era el sostén político de Bordaberry anteriormente? El sector mayoritario del Partido Colorado. De ahí viene el sostén de las políticas autoritarias y del régimen dictatorial.
V M —Como soy la más joven voy a ser la más antigua y voy a recordar que el golpe no se puede separar del marco internacional. No es algo que sólo pueda ser explicado por la política interna uruguaya. Esto fue un fenómeno que se dio en toda la región: el avance del autoritarismo de derecha en todo el Cono Sur de América Latina. Empezó con el golpe de Estado en Brasil, luego en Argentina, en el 73 acá, y en Chile, luego otra vez en Argentina. Las fuerzas que propulsaron estos sucesos fueron las de la derecha y de los sectores que veían en los niveles de movilización de toda América Latina una amenaza al sistema democrático. Si la amenaza era real o no, es otro problema. Hoy sabemos que hay fenómenos macro, y si hablamos del golpe de Estado en Uruguay y nos olvidamos de eso, es que no estamos entendiendo nada. Esto no fue un problema sólo de política interna uruguaya. Aunque eso no exculpa a la izquierda.
—¿Cómo influyó el marco de la Guerra Fría, por ejemplo, en el quiebre institucional?
V M —Los regímenes autoritarios del Cono Sur fueron fenómenos epigonales de la Guerra Fría…
A R —… que tenían un objetivo estratégico fundamental: derrocar al gobierno de Salvador Allende en Chile. Allende se había visto fortalecido por las elecciones parlamentarias previas al golpe, cuando la Unidad Popular había pasado a ser casi la mitad del cuerpo electoral. Allende inauguraba la posibilidad de una vía pacífica al socialismo, utilizando las posibilidades que los regímenes liberales abrían a los efectos de hacer transformaciones más profundas. Ya no era Cuba y la posibilidad de extender la guerrilla a toda América Latina. Era la revolución cubana consolidada a pesar de sus dificultades, y la posible apertura de una vía pacífica y democrática al socialismo, con mucha participación ciudadana y un programa de grandes transformaciones que respetaba la legalidad liberal. Frente a esa coyuntura de amenaza a las formas de dominación consolidadas en el continente es que se abre una estrategia contrarrevolucionaria en el Cono Sur de América Latina. Lo que acota Vania, de no perdernos en el nacionalismo del ejemplo uruguayo, es muy pertinente para visualizar las lógicas más sistémicas y más internacionales que explican algunas de las causas del golpe.
—Vania dijo que estas razones igualmente no exculpan a la izquierda. ¿Qué quiere decir con eso?
V M —Los historiadores no juzgamos, nosotros no declaramos culpable a nadie, no trabajamos para la justicia. Lo que yo decía es que mi argumento no va dirigido a exculpar a la izquierda, no es lo que hago ni pretendo. Podemos identificar fenómenos globales, regionales o nacionales. Lo que digo es que las izquierdas tuvieron opciones frente a estas cosas, provocaron algunas, fueron víctimas de otras y así fueron cambiando de rol. Yo no estoy diciendo que la izquierda no tuvo nada que ver. En aquel período la discusión no era sólo sobre el régimen de gobierno, sobre la permanencia de la democracia. La discusión era cómo se promovía el cambio social. Antes de discutir la revolución, antes de que la dicotomía se planteara entre revolución o autoritarismo, el tema era cómo se producía el cambio social, el despegue, el desarrollo. Les preocupaba a todos, a Allende, a Arismendi y a Bordaberry, que también quería una revolución. En ese sentido la idea de la democracia como un conjunto de instituciones muchas veces quedó de lado, para todos los actores. La izquierda no era democrática liberal. No era.
A L —Estoy de acuerdo con que el contexto internacional es lo que explica lo que pasó. Pero muchas veces hay una tendencia a ver todo como una gran conspiración de la derecha, y acá hubo una Guerra Fría donde había dos grandes actores internacionales y hubo responsabilidades de todos lados. Lo que pasa es que se señala sólo un bando: Bordaberry, los militares, el Partido Colorado, pero también hubo otros. El historiador Eric Hobsbawm, que no está muy sospechado de ser de derecha, cuestiona severamente el rol de las guerrillas en América Latina diciendo que eran un disparate, que estaban destinadas al fracaso, y dice que Uruguay en particular tenía la única democracia de América Latina, algo parecido a lo que dijo el Che Guevara en un discurso que no se maneja mucho en Uruguay.
V M —Los comunistas lo citaban muchísimo a ese discurso.
A L —Sí, pero se escucha muy poco y se lee muy poco sobre ese discurso. En los libros de historia no lo veo. La Guerra Fría para América Latina no fue fría. Por supuesto que eso fue decisivo. Hay libros donde se cuenta detalladamente la intervención de Estados Unidos en Chile. No es un secreto. Obviamente Estados Unidos fue decisivo en el golpe a Allende, como fue decisiva la actuación de grupos radicales que enloquecieron a Allende. Sin duda lo internacional existe; pero como pregunta: ¿por qué Uruguay permaneció tantos años ajeno a ese contexto de Guerra Fría? Hubo hechos locales que explican por qué en el año 73 se cedió. Pero Stroessner estaba hacía décadas… Quién podía pensar que el experimento peronista que juntaba a la Triple A con los Montoneros iba a terminar como terminó. Ahí no tuvo mucho que ver la presión por imponer un modelo… Teniendo en cuenta lo internacional y lo regional, también hay razones locales que explican el golpe. Lo que creo es que se obvia muchas veces lo que pasó en febrero del 73 para ir directo a junio y echarle la culpa a Bordaberry, a la derecha y a los militares. Acá hubo una responsabilidad compartida.
A R —Acá yo también me permito discrepar con Alfonso. Es la misma lógica que después de la dictadura instaló el “sin vencidos ni vencedores”. La equiparación en pie de igualdad de víctimas y victimarios
–que deben convivir aceptándose mutuamente un igual nivel de responsabilidad– es la misma lógica que pretende explicar las responsabilidades del golpe de Estado repartiendo las conjeturas acerca de los responsables por igual.
A L —Yo no digo eso, yo no digo eso…
A R —Para no caer en las interpretaciones que van diluyendo fechas, hechos y responsables… la pregunta que se hacía un analista de los golpes de Estado allá por el 1600 era quién ejecuta el golpe de Estado. En ese sentido las responsabilidades remiten al Estado, más allá de las personas (no podemos quedarnos en lógicas personalizadas que muchas veces hacen olvidar lógicas de instituciones). El golpe es de Estado, el terrorismo es de Estado, el presidente es la jefatura de la administración del Estado, la responsabilidad principal. Y dentro del Estado, más allá del análisis, que es multicausal, y de múltiples responsabilidades en determinados hechos, remite también a los ejecutores materiales. ¿Quién da el golpe el 27 de junio de 1973? El presidente de la República, asociado a los militares. La naturaleza de la dictadura uruguaya es cívico-militar. No puede ser todo explicado por el contexto. Hay cierta especificidad nacional que tiene que ver con otras causas que los historiadores no hemos jerarquizado suficientemente bien porque hemos jerarquizado las variables políticas, como lo es el proyecto de criminalización que el Estado hizo con relación a la población uruguaya. Se exacerbó la necesidad de conservar el orden, por parte del Estado, y acá hablamos de delito común, de corrupción, de delito político… Si analizamos el primer órgano cívico-militar que se constituye antes del golpe de Estado, es la Comisión de Restricción de Ilícitos Económicos, la crie. Es el primer organismo con fines represivos que se constituye con civiles y militares. Dentro de las causales de la crisis hay que ampliar el panorama para poder ver cómo se incorpora la defensa del orden y la soberanía interna dentro de los desafíos del Estado, y cómo el Estado también va cambiando sus argumentos. Las lógicas autoritarias instaladas en la democracia “excepcional” del Uruguay de los años sesenta son también parte de las razones de la crisis
A L —Yo no dije que hay que igualar represor y reprimido, víctima y victimario, todo lo opuesto. Lo que pasa es que volvemos a lo mismo: cuándo fue el golpe. Para mí, repito, fue en dos etapas, con una fundamental en febrero. Cuando se hace hincapié en junio creo que se lo hace para obviar la responsabilidad de la izquierda. He visto libros, para mí increíbles, que empiezan hablando del golpe en junio y no mencionan febrero. Si arrancás el 27 de junio no hay acuerdo posible.
—El famoso peruanismo de los comunicados 4 y 7, de febrero de 1973, ¿fue una estrategia que utilizaron las Fuerzas Armadas, o realmente tenía base?
A R —Estaban los militares que constituyeron el núcleo fundacional del Frente Amplio, con Liber Seregni como referente principal. Evidentemente que la izquierda puede haber jugado con un imaginario continental a partir de lo que representaba la revolución de Velasco Alvarado en Perú, y de alguna manera haber jugado en lo nacional con ese imaginario. Puede haber sido parte de la lógica discursiva de los actores para introducir determinadas referencias que movilizaran gente. Había una gran variedad en la interna militar, no solamente de sectores sino de posiciones ideológicas. Una gran mayoría de los partidos de izquierda en la época tenían interlocución con los militares. Están las anécdotas de los sindicalistas (nosotros las hemos recogido en los libros de la huelga), que aun después del golpe seguían intentando negociar con los militares. Muchos de esos militares fueron luego procesados, como militantes de grupos de izquierda y no como traidores a las Fuerzas Armadas.
V M —Además estaba la idea, sostenida tanto desde la Alianza para el Progreso como desde la Unión Soviética, de que los militares eran agentes del desarrollo nacional, en tanto encarnación de la nación. Hoy nos reímos de ese discurso, pero los estados nacionales latinoamericanos se fundaron en torno a las Fuerzas Armadas y a los cuerpos diplomáticos.
A L —Si la pregunta era si creían o no en los postulados de los comunicados 4 y 7, creo que realmente sí. Yo sigo teniendo muchas interrogantes. Lo de Trabal me genera muchas dudas cada vez que lo estudio. Lo que creo es que realmente había un núcleo chico que creía en esas tesis “peruanistas” –probablemente Trabal incluido–, pero a los militares lo que más los unía era un discurso contra los políticos. La mayoría de los generales no creían en esas tesis, claro está, pero dejaron hacer porque lo veían como parte de un paquete de choque contra los políticos. A Trabal lo usaron, por sus contactos con Jaime Pérez (dirigente del Partido Comunista) y la gente del pdc. De todas maneras la historia demuestra que ese núcleo peruanista no tuvo la fuerza suficiente y fue internamente arrasado. Los militares del Frente estaban totalmente en contra del levantamiento de febrero. Está la famosa anécdota del general Pedro Aguerre (padre del actual comandante del Ejército), que cuando le dicen “triunfamos, levantaron nuestras banderas”, él dice “sí, para quemarlas”. Que había gente que creía en los comunicados 4 y 7 lo abona el hecho de que entre el 73 y el 74 hubo una verdadera pulseada entre los militares y Juan María Bordaberry por la conducción de la política del gobierno. Bordaberry, que reivindicaba una política liberal, gana esa pulseada cuando nombra a Végh Villegas. Él mismo lo dice: “Cuando nombramos a Végh se acabó la discusión”.
A R —Creo que hay un elemento que Alfonso señala bien cuando habla de pulseada. Era una pulseada política. Tanto los militares como los políticos hacían política. Desde el punto de vista ideológico había militares comunistas, que después fueron procesados por serlo, había militares tupamaros, socialistas, constitucionalistas. No eran un partido político como para que pudiéramos incluirlos en un solo paradigma ideológico. ¿Por qué se da el fenómeno de las logias dentro de las Fuerzas Armadas? Era una forma de asociación que permitía romper las lógicas de mando y los alineamientos político-partidarios para instalar otro tipo de contradicción y poder resolver la relación de fuerzas, que era lo fundamental. En el marco de esa pulseada, que yo defino como una lucha política y por la correlación de fuerzas, entre febrero y junio hay cantidad de cambios de mando a nivel de tropas: aquellos que pertenecían a la línea más civilista-constitucionalista fueron desplazados. Y luego, ya bajo la dictadura, hay cantidad de militares destituidos en aplicación del inciso G, otros se exilian. Vania fue demasiado generosa al detenerse en los años cincuenta para referirse a las Fuerzas Armadas y su papel. Podemos ir a Lenin, a aquello de que “la lucha de clases no se detiene en la puerta de los cuarteles”, como un referente para ciertas posiciones de izquierda que veían la necesidad de incorporar en el bloque de los cambios a sectores militares. Febrero fue un gran retroceso, pero no necesariamente en febrero estaba anunciado junio, entre otras cosas porque en ese lapso no había ningún movimiento armado que desafiara el orden en el interior del país: los sectores que luego fundaron el pvp en marzo del 73 ya se habían replegado a Buenos Aires, y el mln ya casi no tenía capacidad de réplica después de la ofensiva estatal del 72. En ese sentido es que el golpe de junio fue también un ajuste de cuentas entre sectores que no coincidían dentro de las Fuerzas Armadas. Y lo de Trabal sigue siendo un enigma.
—Pero la dictadura contó con apoyatura civil. ¿De qué sectores?
A L —Un sector de los blancos herreristas y parte del pachequismo.
A R —Precisamente, para no verlo todo en clave política: una de las grandes deficiencias que tenemos en la investigación historiográfica es que no hemos podido profundizar en los sectores civiles, empresariales, financieros, que usufructuaron el statu quo dictatorial. Hay sectores productivos que claramente se beneficiaron con la dictadura.
A L —Lo que no hubo acá fue, a diferencia de otros países, una expresión pública, política, incluso empresarial, de apoyo abierto a la dictadura. Los intentos que se hicieron en ese sentido, como el partido que intentó crear el general Néstor Bolentini, el de Gregorio Álvarez, fracasaron. No hubo como en Chile un apoyo explícito.
V M —Pero sí hubo una burocracia del Estado que se mantuvo: Juan Carlos Blanco primero fue viceministro en democracia y luego ministro bajo dictadura. Ningún régimen se mantiene 12 años si no tiene apoyos, políticos, económicos. Y sociales, de la gente que no protesta, de los muchísimos que siguen viviendo una vida normal.
—Entonces falta investigación precisamente sobre eso, sobre el papel de los civiles en este proceso.
V M —El tema de la creación de consenso es un tema grande sobre el cual está empezando a haber investigaciones, y que se ha estudiado para otros regímenes autoritarios en el mundo.
A R —Uno tiende a ubicar siempre a las dictaduras basadas en la fuerza. Pero hay sectores de la sociedad que desde el punto de vista cultural, ideológico o de la propia cotidianidad, se incorporan a la lógica dictatorial por apatía, indiferencia o hasta por apoyo expreso. O por miedo. La dictadura uruguaya fue incapaz, sin embargo, como bien decía Alfonso, de transformar ese apoyo en expresiones organizadas activas, aunque hubo una política cultural que tendía a eso, con las fechas patrias, con el deporte.
A L —Sí, pero nunca lograron nada muy sólido. El Año de la Orientalidad fue un ejemplo de eso. De ahí que en el 80 la gente votara en contra en el plebiscito. Mi hipótesis para explicar esa respuesta de la gente es que en Uruguay los hogares fueron el último reducto, el último refugio de los valores del sistema democrático. Cuando empiezan las primeras movilizaciones, en el 79, el 80, los dirigentes de los partidos se reunían en casas de familia. Hubo una tradición que, más allá de lo público, se mantuvo en la familia, en lo íntimo.
V M —Yo creo también que el apoyo inicial con que contó la dictadura fue que había grandes sectores que veían lo sucedido a fines de los sesenta como una situación indeseable, y querían volver a poner la casa en orden. Había gente que tenía memoria inmediata, por ejemplo, de no haber podido estudiar, o de la disrupción de la vida cotidiana, que es lo que más puede molestar a mucha gente. Eso se mantiene durante unos años, y luego, cuando ven que los objetivos de orden se habían cumplido, que ya no había amenaza guerrillera por más que se insistía desde el Estado en la permanencia de la subversión, apuntan a otro lado.
Respecto a lo que decía Alfonso de los hogares, yo no creo que hubiera resistencia a ese nivel, sino que se percibía que la amenaza se había disipado y que se podía volver a un estado de cierta normalidad. También hubo una discusión sobre a qué se volvía. ¿Se volvía a algo? ¿Qué era el antes? Y quiero ser antigua de nuevo y decir que las formas de dominación autoritarias son formas subóptimas, menos eficaces para todos los grandes poderes en juego. Lo que era posible discutir en esa transición a la democracia estaba reducido a esas grandes preguntas sobre el cambio social que habían dominado los sesenta, y eso también tiene que ver con la limitación de cierta apertura de la discusión. Se empiezan a tolerar ciertas expresiones de disenso, a desearlas. Sectores que antes habían apoyado a la dictadura, como el semanario Búsqueda, empiezan a pedir ciertos espacios.
A R —También es cierto que para llegar a ese momento la dictadura tuvo que ser derrotada en el 80. La etapa refundacional a partir de una nueva Constitución, que diera nuevas regulaciones al Estado y a sus relaciones con la sociedad, no pudo transitarse por el resultado del plebiscito, que bloqueó la posibilidad de institucionalizar la dictadura y alargarla en el tiempo En Chile, sin ir más lejos, todavía están, muchos años después de caída la dictadura, con una institucionalidad construida en épocas de Pinochet. Así como hablamos de un contexto regional de los sesenta para explicar los golpes de Estado, también hay un contexto regional e internacional para explicar la caída de las dictaduras. Un régimen aislado, autoritario, dejó de ser viable. En lo interno operaron esas resistencias sordas, por incomodidades, por no poder ir con vaquero, con el pelo largo, por no poder seguir la carrera que uno quería. Y también una recomposición de los partidos políticos, que desde el 78 comienzan a activar una presencia pública más opositora que se va a continuar durante la instancia plebiscitaria, la cual sirvió también para reorganizar a los propios partidos. En paralelo se da una reactivación de la movilización sindical, que aprovecha las propias leyes del régimen, como la de asociaciones laborales. Los sectores que venían desde la clandestinidad, de izquierda, también confluyen en ese proceso. Todos esos factores conjugados van abriendo paso, sin que nadie regalara nada, a esa liberalización. Así como la dictadura fue un proceso, la democratización fue un proceso. Las elecciones del 84, no hay que olvidarlo, fueron con proscripciones.

Malvinas, tablita y revolución
La caída

—¿La guerra de las Malvinas jugó algún papel en la caída de la dictadura uruguaya? ¿Los militares uruguayos no hubieran podido quedarse diez años más en el poder sin ese factor?
Vania Markarian —Yo no creo que se hubieran quedado diez años más. El plebiscito fue mucho más decisivo, y es dos años anterior. En Chile, Pinochet se quedó porque lo ganó. En la interna militar seguía habiendo matices y ganaron los que decidieron aceptar el resultado del plebiscito. Vieron que era mejor avanzar por un camino controlado, aceptar que no todo les sería posible, que perder todo. La salida uruguaya es como la de mayor equidad: los dos reconocen el poder del otro y tienen poder. En Argentina los militares estaban muy debilitados coyunturalmente por la debacle de Malvinas, y en Chile, por el contrario, eran mucho más fuertes que los civiles.
Alfonso Lessa —Pero también incide el factor económico. La dictadura cae porque hay un deterioro brutal que afecta a la sociedad en su conjunto, y también a los empresarios que podrían haber apoyado al régimen. Las asambleas de la Federación Rural, en el interior del país, eran un espacio de críticas a la dictadura, el único público. El quiebre de la tablita, en el 82, hace eclosión. También creo que el factor Malvinas jugó.
Álvaro Rico —Cuando los militares van liberalizando el régimen, producto de todas las coyunturas que se fueron dando, la revolución y las grandes transformaciones ya no estaban en la agenda de nadie a nivel latinoamericano. La discusión estribaba en qué tipo de democracia se restauraba: si una democracia liberal o una democracia tutelada. Los militares fueron perdiendo pie, y también fueron perdiendo pie los grupos de izquierda que apuntaban a salir de la dictadura con otro tipo de calidad democrática. La Conapro expresa la necesidad de discutir esas cosas en el marco democrático y de reproducir el sistema capitalista como tal. Uno de los objetivos fundamentales que logró la dictadura fue que al capitalismo no se lo tocara y que los submecanismos de reproducción, desde el punto de vista del mercado, quedaran intactos y reestructurados bajo una lógica neoliberal. Los militares cumplieron su función de orden, en el sentido de que lograron recuperar la soberanía del Estado, vencer las amenazas que venían desde la guerrilla, los sectores obreros movilizados o las alternativas de masas electorales en favor de un cambio social profundo. Después, tras fracasar en su intento de institucionalización, pretendieron tutelar la transición, pero ya no era la época de ellos.

Herencias de la dictadura
Lo de antes y lo de ahora

—¿Qué queda hoy de la dictadura?
Álvaro Rico —Mucho, en el autoritarismo, en la impunidad.
Vania Markarian —También hay rasgos de autoritarismo en la sociedad actual que no se deben tanto a la dictadura. Por ejemplo, el avance en las formas de control social del Estado, hoy más fuerte que nunca, y producidas bajo regímenes democráticos. La despolitización, la individualización en Uruguay tienen mucho que ver con los procesos que habilitó la represión del disenso que aceleró la dictadura. En otros países eso se logró sin dictadura. La dictadura fue mucho más que las violaciones a los derechos humanos de ciertas personas, como a veces se la circunscribe. A menudo se discute sobre los aspectos de la represión más brutal, y el resto queda fuera de la discusión. Lo que me aterra de esto es cuando viene por ejemplo el observador carcelario de las Naciones Unidas y habla del terrible penal de Libertad como si fuera el mismo penal de Libertad. El penal de Libertad no lo construyó la dictadura, lo mantuvo la dictadura como lo mantuvieron los gobiernos civiles, todos los gobiernos civiles, y quizá las violaciones a los derechos humanos de las personas sean allí más graves que antes. Me importa lo que hace la justicia respecto al juzgamiento de los crímenes de la dictadura, el fallo de la Suprema Corte, la actitud de la Corte Interamericana, pero también me importa lo de ahora. La izquierda no discute sobre eso, y el gobierno lo ignora.
—¿No es una consecuencia de la dictadura la deslegitimación casi total de la autoridad?
V M —No, es un fenómeno global. Por estos días fue el acto de la promesa de la bandera y miren el sistema de elección de los abanderados: los votan los compañeros. El sistema premia ser popular, antes premiaba tener buenas notas. Eso no es culpa de la dictadura.
Alfonso Lessa —Hay cosas de las que se culpa a la dictadura que tal vez no sean su responsabilidad, y otras de las que no se habla. A veces me parece que está algo sobreestimado el tema. Cuando se da el golpe del 73, hacía 40 años que se había dado el golpe del 33 y nadie hablaba de él. Nada que ver con hoy. Lo que a mí más me preocupa es la clara falta de información que tienen sobre el tema las nuevas generaciones, incluso en las universidades. No saben cosas básicas.

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