No había mucha gente. Una mujer de mediana edad pagó la pila de dos o tres libros que eligió y aprovechó para preguntar si le aceptarían un par de libros que le ocupan lugar en la casa; a cuánto podría venderlos o si se canjeaban por otros libros. Alguien más subía las maderas de una escalera para alcanzar un libro o guardarlo. La planta principal de Minerva no es muy ancha, pero es larga y tan tan alta. Es un rincón como tantos otros y, sin embargo, sus paredes son distintas al resto y están hechas de libros. El estímulo abarca todos los sentidos. Al entrar, es posible percibir una mezcla de olores: a libros viejos, a libros nuevos. Por la escalera del fondo, baja el aroma del café.
Alexis Vaz es uno de los dueños de Minerva. Estaba arriba, en la segunda planta, en la parte nueva. En noviembre de 2021 se inauguraron nuevos sectores en la librería: la cafetería es, a primera vista, lo más atrayente, pero lo primero que se ve cuando se sube es el mobiliario de la biblioteca del educador y antropólogo José H. Figueira. Ángel Rama, al respecto de la biblioteca de Figueira, escribió: «Si todo no estuviera cubierto de tanto polvo, si en el pico no se acumularan tantos libros, ¿quién nos disuadiría de que hemos penetrado en un olvidado mausoleo donde se guarda desde hace mucho tiempo el saber de una época pasada?».1 La biblioteca que describía era de maderas macizas trabajadas y tenía una escalera que daba a una pasarela que recorría la segunda planta. Debajo de esa pasarela estaba Alexis.
La idea era empezar con el proyecto en 2019, pero por distintos motivos, entre ellos la pandemia, lo atrasaron y recién en 2021 se pusieron manos a la obra. En 2020 arreglaron y a principios del año siguiente hicieron la fachada. Durante la apertura, el 26 de octubre del año pasado, seguían en obra: no habían terminado de armar la biblioteca. «Estábamos en medio de la pandemia, entonces era muy chiquito, pero vino mucha gente», contó Alexis a Brecha.
«Acá había tres habitaciones. Tiramos tres paredes. Este mobiliario es de principios de siglo. Llegamos a él casualmente», contaba Alexis mientras recorría el espacio con las manos. Buscaban, en principio, comprar tablas de pinotea para las reformas del piso. En enero de 2021, Nicolás, hermano de Alexis y también dueño de Minerva, fue a ver una casa en obras para comprar las tablas. El dueño de la casa lo llevó al fondo, al encuentro con el mobiliario que estaba vacío y puesto en la pared. «Estaba pintado de bordó, es original. Se restauró, se trajo hasta acá y nos enteramos de que era de la familia Figueira porque encontramos cartas de Gastón, el hijo de José, que era poeta», dijo Alexis.
El segundo piso de la biblioteca «sigue en proceso», según lo que dijo Nicolás a Brecha, pero esperan hacer que una parte sea transitable. En la restauración colocaron fierros que permiten un tránsito fluido por la pasarela. Por el momento, el polvo restante y los libros apilados en cada rincón le dan un aspecto de espacio detenido en el tiempo. Sus estanterías ya tienen definido el contenido: las disciplinas académicas con baja demanda.
La primera librería que funcionó en el edificio comenzó en 1983. Fue la tercera librería de tantas que llegarían a la misma calle y harían que Tristán fuera conocida por sus librerías y tiendas de antigüedades. La primera fue Rubén; la segunda, Horizonte. La tercera, la actual Minerva, se llamó Librería La Ciudad y funcionaba «al estilo francés», es decir, a base de material usado, un lugar donde se entraba y se servía un café, donde se quedaba a charlar. «Había otro tiempo. Ahora todo el mundo corre y no tiene tiempo ni para decir “buen día” a veces», dijo Alexis, quizás un poco en chiste, quizás no.
Sin embargo, el perfil de la librería se mantuvo con el paso del tiempo. «Siempre fue mucho más académico y de literatura para determinado nivel de lectura», comentó Nicolás. Alexis complementó que querían mantenerse en la línea del libro usado: «Queremos que sea especial, que venga un estudiante y se encuentre con material que le puede interesar y no encuentre habitualmente». Ambos hermanos adquirieron la librería en 2012 y, desde que empezaron, fueron, a su vez, trabajando el libro nuevo, una manera de equilibrar la historia, el perfil del lugar e irlo acomodando al tiempo presente. La pandemia también dio otros empujoncitos: los libros de autoayuda, de crecimiento personal, material empresarial, tarot y cocina empezaron a venderse por encima de, quizás, otro tipo de libros. La venta de libros nuevos sobrepasó la de libros usados. Dijo Alexis: «Empezamos a vender menos libros usados porque había menos estudiantes». En cambio, significó el boom de esas otras secciones que tenían, pero que habían dejado de lado.
La charla, cada tanto, era interrumpida por un saludo, por una pregunta. El ambiente se sentía distendido y el sentimiento que predominaba era de cercanía. En el medio, el foco volvía a los libros. Trabajar libros nuevos y libros usados es distinto. Los segundos requieren mayor conocimiento. «Con el libro usado tenés que tener un conocimiento de los libros que salieron en el correr del tiempo, qué libros tienen valor, cuáles siguen vigentes», decía Alexis. El librero que trabaja con libros usados precisa otra memoria, otra profundidad. «Acá tenemos alrededor de 40 mil libros: desarrollás mucho la memoria», contaba. Respondió entre risas que sí a la pregunta de si se marea con tanto libro, pero dijo que, de todas maneras, está ordenado y sabe lo que entra y lo que sale.
Casi al unísono, ambos hermanos rescataron la figura y el lugar del libro; lo pusieron en un lugar de resistencia. Por un lado, resistencia ante lo digital, ante el celular, que no es solo lectura, en el que se suman otros accesorios: el juego, la red social. Por otro lado, resistencia por su condición de seguir siendo «ese espacio que te tomás para vos», como dijo Alexis.
Al escapar de la biblioteca vieja estaba Paola, encargada de la cafetería y las actividades. En un breve diálogo con Brecha comentó que una parte de las actividades que se llevan a cabo en el segundo piso de Minerva tiene que ver con la música en vivo: bandas o solistas que llenan las noches de ese lugar tan especial. «Es un poco un sueño, armar un espacio cultural donde se puedan dar charlas», contaba Alexis. A la música se le suman presentaciones de libros, charlas, talleres, exposiciones de fotografía. El sueño implica ampliar el universo de la librería, convertir el espacio en «un lugar donde se pueda transmitir conocimiento de la literatura», afirma Alexis, con cierta ensoñación.
En un rincón de la pieza del frente, cuyas ventanas dan a Tristán y a la Facultad de Psicología, hay un pequeño mueble-vitrina que presenta a la vista del paseante algunas joyas: primeras ediciones. Es otro de los proyectos que tienen: mostrar el acervo que poseen y, con él, rescatar el valor que tiene el libro como patrimonio cultural, revitalizar parte de la historia cultural y literaria del país. «Son como un pedacito de historia, un recorte», expresaba Nicolás.
Entrar a esta nueva Minerva parece una aventura interminable: los ojos no descansan ante tanto que ver. De a poco, se les va cumpliendo el sueño, una librería que permite otro tipo de relacionamiento con los clientes. «Se genera un clima distendido, ameno», comentaba Nicolás. Alexis, por su parte, explicó que «gestionar una librería y gestionar un espacio con estas características es un desafío que lleva tiempo, trabajo, errores, pero es un desafío hermoso».
1. Ángel Rama, «Bibliotecas privadas del Uruguay», en Revista de la Biblioteca Nacional.Disponible en http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/bitstream/123456789/60371/1/10_rescate_angel_rama.pdf.