Camino al Mundial
Todo Brasil se prepara para la fiesta más importante del fútbol. El Mundial inunda las calles y los hogares, miles de millones de dólares se vuelcan en la reconstrucción de estadios y aeropuertos para recibir a los casi 600 mil visitantes que se calcula asistirán a los partidos. Pero los negocios no se detienen en el rodar de la pelota. En los márgenes del evento, otros intereses buscarán llenar sus bolsillos con dinero proveniente de actividades ilegales, como la venta de drogas y la trata de personas para satisfacción sexual de los turistas.
Entre las prácticas delictivas que encendieron las alarmas de autoridades y organizaciones sociales, preocupa la oferta de prostitución infantil que comienza a circular desde hace algunos meses en las cercanías de las obras y que se espera aumente con el inicio de la Copa del Mundo.
Las cifras son escalofriantes. Se calcula, según datos de 2010 de la unicef, que en Brasil hay unas 250 mil niñas menores de 14 años ejerciendo la prostitución. Todas ellas forman parte del “atractivo” de 378 sitios turísticos (25 por ciento de los 1.515 destinos de viaje del país), de acuerdo a un estudio de la Universidad de Brasilia. Este “ejército” de pequeñas de entre 11 y 13 años de edad comienza a deambular ofreciendo sus cuerpos por las calles de las 17 sedes mundialistas.
San Pablo parece ser el epicentro de mayor concentración de infantes que dan placer por dinero a hombres que doblan o triplican su edad. Desde que comenzaron las obras para la realización del campeonato, cientos de obreros llegaron a la ciudad y con ellos la oferta de criaturas, que en algunos casos apenas alcanzan la pubertad. Por las noches deambulan a la caza de sus clientes por la avenida Miguel Inácio Curi, donde se encuentra el estadio Arenas Corinthians, en el que se jugará el partido inaugural del Mundial entre los seleccionados brasileño y croata. Más temprano esperan a los operarios que a la hora del almuerzo aprovechan para acostarse con ellas por unos 11 reales, menos de cinco dólares. Algunas familias brasileñas de las zonas más pobres obtienen entre 5 mil y 10 mil dólares por la venta de sus hijas e hijos a las bandas de tratantes; y a veces los menores son secuestrados para luego ser trasladados a los principales centros urbanos brasileños.
Casi todas las niñas que se prostituyen tienen historias similares. El periodista británico Matt Roper las ha recogido y además las conoce muy de cerca como fundador de la organización no gubernamental Meninadança, con la que busca amparar a las chiquilinas que ofrecen sus cuerpos a lo largo de la br-116, la principal carretera brasileña, que atraviesa el país desde la ciudad de Fortaleza, en Ceará, al norte, y termina en Yaguarón, en Río Grande del Sur, en la frontera con Uruguay.
Roper denunció que clanes de narcotraficantes y mafiosos de Europa del este reclutan a las niñas no sólo en los barrios brasileños sino que también las traen de África, sobre todo del Congo y Somalia, para venderlas como esclavas sexuales. Un dato que corroboró a través de la secretaria de Justicia, Eloisa de Sousa Arruda.
El activista inglés sostiene que la policía, los guardias de seguridad y los 11,3 millones de habitantes del corazón financiero de Brasil no están ajenos a esta situación, que ocurre a la vista de todos, y más cuando se sospecha que los niños son trasladados “de a montones, en ómnibus”, incluso desde el aeropuerto internacional.
EN LA FAVELA. A 800 metros de donde se hará la ceremonia de apertura del torneo de la fifa, en el este paulista, se ubica la favela Vila da Paz, habitada por 377 familias carentes de agua y electricidad. El Itaquerão, como los vecinos llaman a la cancha del Corinthians, verá pulular a su sombra estas magras figuras que ni siquiera han desarrollado senos y ya acumulan experiencias carnales empujadas por la miseria y los abusos. Poliana es una de las más novatas. Con casi 15 años recibe a diario a quienes trabajan en la construcción de las instalaciones deportivas, los que luego de sortear laberínticos pasillos llegan a su cuartucho y compran el placer que ella les vende sobre una cama llena de muñecos de peluche. La imagen suena perversa, pero la foto que la muestra de espaldas en plena preadolescencia subleva aun más. Otras veces Poliana los lleva a un hotel cercano, donde el dueño, a sabiendas de la prohibición, le permite pasar con el individuo de turno. “No sabía cómo iba a encontrar dinero para comer o pagar el alquiler. Pero no pasé mucho tiempo así. Había muchos hombres de la construcción que buscaban sexo”, le confesó Poliana a Roper cuando éste la entrevistó para su investigación. Está preocupada, además, porque “cuando comience la Copa del Mundo habrá muchas más chicas de mi edad y más jóvenes”. “Yo soy una de las mayores”, se lamenta, en tanto enfrenta su segunda semana de embarazo sin dejar de atender a sus clientes.
Thais tiene 16 años y ya se considera una “vieja” en su ocupación. Comparte el mismo tipo de clientela que Poliana: al menos 15 hombres al día, en un garaje de Da Paz. Es adicta al crack. “Siempre pagan, pero no siempre me tratan bien, pero ¿qué puedo hacer? Mis padres están muertos, necesito dinero. Si no fuera por los hombres que trabajan en el estadio no sé qué haría”, se resigna Thais, y agrega enseguida que espera tener “mucho trabajo con los aficionados al fútbol cuando empiece el Mundial”, porque aspira a cobrarles 23 dólares por sus servicios. Cuatro veces más que lo habitual.
El gobierno brasileño lanzó una campaña en la que invirtió 3,5 millones de dólares (contra los 14.000 millones invertidos en infraestructura para el Mundial) para combatir la prostitución infantil, pero a la vez reivindica el meretricio como un trabajo. El eslogan “Soy feliz siendo prostituta”, que aparecía incluso en la web del Ministerio de Salud, tuvo que ser retirado ante las fuertes críticas que recibió la contradictoria acción que por un lado busca eliminar la explotación sexual y por otro apologiza la actividad del comercio del sexo como un derecho no criminalizable, pero que se sabe suele encubrir delitos como el proxenetismo o la esclavización de miles de mujeres y niños con esos fines. Si bien en Brasil la prostitución es legal a partir de los 14 años y los prostíbulos están prohibidos, no hay ningún tipo de control estatal. Y para combatir el ejercicio del oficio más antiguo del mundo, campañas como éstas no parecen muy efectivas. “No creo que este sea un mensaje que deba enviar el ministerio”, debió reconocer el ministro de Salud, Alexandre Padilha, al ordenar el retiro de la consigna.
Consultados por Brecha, Agnaldo (de Astraes, una ong que aboga por los derechos humanos y de lesbianas, gays, bisexuales y trans) y José Valfran (del Núcleo de la Diversidad Sexual y Derechos Humanos del municipio de Estancia, ubicado en el nordestino estado de Sergipe) coinciden en que la baja por ley en la edad para prostituirse es un desacierto. “Todavía ni siquiera llegan a conocer sus cuerpos”, se indigna el titular de Astraes. Valfran certifica que existe una norma “que castiga a los adultos que mantengan relaciones con una o un menor”, pero ambos reconocen que la justicia tampoco ayuda. Y recuerdan el caso de una corte que en 2012 resolvió que tener sexo “con niñas de 12 años no era necesariamente una violación, pues algunas de ellas trabajan como prostitutas”. Una decisión que Amnistía Internacional calificó de “luz verde para los violadores”.
Para Paulo Silvino Ribeiro, máster en sociología por la Universidad Estadual Paulista Júlio de Mesquita Filho, la explotación sexual infantil está favorecida por “diversos factores, como la pobreza o la falta de asistencia social y psicológica”, que fragilizan a los menores. “Se convierten en víctimas de los adultos que abusan de menores, que buscan sexo fácil y barato, o intentan beneficiarse al corromperlos y conduciéndolos al mercado de la prostitución.” Además de las vulnerabilidades potenciales derivadas de la situación socioeconómica, el sociólogo cree que hay “una mayor vulnerabilidad de las niñas, tan expuestas a la violencia contra las mujeres incluso en un entorno familiar. La cuestión de género sería intrínseca de un modelo cultural que, a veces, como en el caso brasileño, puede reproducir una naturalización de la discriminación contra la mujer”, sentencia Ribeiro.
Por ahora no hay operaciones policiales y mucho menos accionar judicial en la materia. Mientras tanto, las prostitutas han decidido organizarse para atender la demanda que avizoran crecerá durante las seis semanas de duración del Mundial de fútbol, e incluso ya vislumbran las ganancias que pueden reportar los Juegos Olímpicos de 2016. En Belo Horizonte y Minas Gerais, la asociación que las nuclea organiza cursos de inglés gratuitos para que puedan sacar mayor provecho de los extranjeros que las requieran. Cida Vieira, la presidenta de la asociación que las agrupa y que reúne a 4 mil de las 80 mil prostitutas que hay en Belo Horizonte, dice que sus compañeras “tendrán que aprender a negociar tarifas y prestaciones y también a utilizar un vocabulario especializados, con fetiches y palabras sensuales”. Para los cursos de inglés ya se han inscripto 300 chicas, y se espera que en poco tiempo se impartan clases de francés e italiano. La dirigente de las meretrices cree que las trabajadoras sexuales “deben estar preparadas. Esto es importante para la dignidad del trabajo, poder negociar un precio justo y defenderse”, reivindica.
Los pagos ya no serán sólo en efectivo. El 13 de noviembre Cida Vieira anunció que su agrupación impulsa un convenio con bancos brasileños para que los turistas puedan pagar con tarjeta de crédito. “Los clientes sin efectivo que deseen extender su sesión podrán quedarse más tiempo con una chica sin necesidad de ninguna interrupción”, explica Vieira. “Disfrute ahora, pague después”, es el eslogan de la iniciativa.