Un lugar donde puedas ser vos - Semanario Brecha

Un lugar donde puedas ser vos

Este domingo se juega el clásico. Las proyecciones sobre la segunda vuelta de las elecciones (donde Vázquez sacó ventajas sobre Lacalle Pou aún mayores que las que Nacional mantiene respecto de Peñarol) invitan al uruguayo a preocuparse más por lo que sucederá dentro del Estadio Centenario que afuera de la cancha.

Hinchas. Foto: Archivo ACAR

Un analista extranjero no dudaría en señalar a Nacional como claro favorito para el partido de este domingo a las 18 horas, bajo arbitraje de Christian Ferreyra (Cifra publicó ayer una encuesta que señala que el 82 por ciento de los uruguayos y las uruguayas sería incapaz de identificar el rostro del citado colegiado). El equipo del otrora guitarrista del Pájaro Canzani lleva 30 puntos sobre 33 posibles, y hace siete partidos que no recibe un gol. Peñarol, el equipo del espiritual Jorge Fossati, suma 19 unidades y hace los mismos siete partidos consecutivos que recibe por lo menos un gol, cuando no más.
Pero no estamos acá para hablar de lo que sucederá sobre la –por ahora– verde cancha del “coloso de cemento”. Nos centraremos en lo que sucederá al costado, en las tribunas, donde –salvo que pase algo muy extraño– el partido terminará empatado.

Homofútbol. No debe existir ambiente más homofóbico que el del fútbol. Pero no ya el de la actividad propiamente dicha, sino en su calidad de fenómeno cultural. En el discurso propio del fútbol, ser homosexual es sinónimo de ser perdedor. “A estos putos les tenemos que ganar”, cantan las hinchadas. ¿Por qué deberíamos ganarles? ¿Porque jugamos mejor? No, porque ellos son putos y nosotros no.

Claro que tres minutos más tarde estaremos gritando a los cuatro vientos que, si todo va bien, esta tarde sodomizaremos a nuestro clásico rival (acaso expresado con otras palabras), como si adoptar una actitud clásicamente denominada “activa” en una relación homosexual pudiera llegar a dejarnos a resguardo de tan pecaminosa condición.

La homofobia del fútbol se expresa hasta en la selección de las canciones que hacen los compositores de cánticos de las barras. No se me ocurre otro artista con canciones más “barrabravizables” que las de Ricky Martin (véase recuadro). Sin embargo, se suele optar por artistas menos comprometidos con la diversidad. Acaso porque el 90 por ciento de las canciones son importadas de Argentina, donde quizás la homofobia sea aun peor que acá. Pero incluso cuando se ha optado por versionar canciones uruguayas, nunca se ha pensado en un Dani Umpi. La versión del viejo hit de Xuxa “Ilarié” a cargo de la hinchada carbonera es acaso la fuente “menos varonil” de todas las que se dejan escuchar en nuestras canchas (es esa que dice: “Es la hora, es la hora/ es la hora de ganar./ Ponga huevo carbonero/ que tenemos que ganar./ Y dale, dale, dale Pe… Peñarol/ ponga huevo carbonero/ que tenemos que ganar”).

Indudablemente estamos alejando a los homosexuales de la cancha.

Que jueguen allá. La pregunta surge sola: ¿qué sucede en otras partes del mundo? Hace 40 años en la hermana República Federativa del Brasil se inició un movimiento que derivó en que varios clubes –entre ellos el Flamengo, el Cruzeiro y el Gremio– tuvieran sus propias “facciones gay” dentro de sus hinchadas. La más grande, la Fla-Gay del citado equipo carioca, llegó a contar con 40 mil integrantes. Sin embargo, generalmente estos movimientos fueron resistidos por el resto de los hinchas. Pues parece que en el fútbol, ese deporte donde los partidos los ganan aquellos que son más valientes, no hay lugar para las personas homosexuales. Como si ser homosexual lo privara a uno de ir a trancar con la patita bien firme.

Lo cierto es que actualmente el país sede de la última Copa del Mundo tiene a varios equipos que incluyen facciones gay en sus hinchadas: São Paulo, Cruzeiro, Atlético Mineiro y Corinthians, entre otros. Si bien lo lógico sería que uno pudiera ir a una cancha y sentirse a gusto sin necesidad de explicitar su orientación sexual, resulta un primer paso interesante, del que –tiendo a suponer– en Uruguay estamos todavía muy lejos.

Pero podría ser peor: hace un par de años los hinchas de un equipo del país que será sede de la próxima Copa del Mundo (el Zenit de San Petersburgo, ex Leningrado) redactaron un manifiesto en el que expresan que su club no debería contratar jugadores homosexuales ni –ya que estamos– afrodescendientes. Breve digresión: no deja de ser curiosa esa última negativa, pues si bien todavía estamos buscando ese “héroe homosexual”, esa estrella del mundo del fútbol que salga del armario antes de patear el penal decisivo (patear y hacerlo, si no, no sirve), estrellas afrodescendientes sobran.

Un poco más cercano nos resulta el ejemplo del Brighton & Hove Albion, de Inglaterra, donde supo desempeñarse Gustavo Poyet como técnico y el “Mama” Arismendi como volante. Sus hinchas suelen ser víctimas de discriminación por parte de las parcialidades rivales. ¿El motivo? La ciudad de Brighton & Hove tiene la comunidad gay más grande de Inglaterra.
Pero el paradigma de “club diverso” es el Saint Pauli alemán, el primero de aquel país en prohibir manifestaciones fascistas en sus tribunas, y acaso el club con más hinchas de izquierda del mundo. El ex presidente que salvó al club de la desaparición –un tal Corny Littman– es homosexual, y el equipo también se ufana de ser el que cuenta con mayor cantidad de hinchas mujeres de Alemania, al extremo que lograron prohibir la venta de la revista Maxim en el estadio, por considerarla una publicación sexista. Las banderas albimarrones del equipo se mezclan con imágenes de Marx (que ocupa el lugar de Abdón Porte o Morena) y la multicolor bandera de la diversidad.

Vayan pelando. Nosotros no pedimos tanto como que dejen de vender la Caras Uruguay en el Méndez Piana, pero resulta claro que algo hay que hacer si es que queremos tener una sociedad efectivamente inclusiva. Hasta el Carnaval ha avanzado en ese sentido, tanto que los libretos ricos en comentarios donde sugerir la homosexualidad de un personaje pretende ser un chiste son cada vez menos vistos y peor juzgados.

Pero en el fútbol uruguayo prácticamente está todo por hacer.

¿Llegará el día en que algún equipo salga a jugar con una camiseta multicolor para decirle al microclima del fútbol “hemos identificado que hay un problema y hemos sido los primeros en dar una señal de querer empezar a solucionarlo”? ¿Veremos ondear el arco iris de seis colores en la Ámsterdam? ¿Saldrá la celeste olímpica a jugar con su clásica celeste cruzada por una diagonal multicolor? ¿Qué barra brava será la primera en tener un referente gay que haga las cosas que uno espera que haga un referente de barra brava, tales como dar órdenes para que se baje tal o cual bandera o ser invitado a Rumbo a la cancha?

Máxime ahora que –si el Codicen lo permite– nuestros alumnos y docentes son alentados a salir del armario, en un universo donde lo único que parece importar es tener más hinchas y socios, o el estadio y la bandera más grandes, no estaría nada mal que alguno de los cuadros grandes de nuestro país le abriera las puertas explícitamente a la enorme cantidad de hinchas (reales o potenciales) que por el mero hecho de ser amantes del fútbol no dudarían en acudir a la cancha a alentar si el 75 por ciento del repertorio no incluyera fragmentos discriminatorios hacia su orientación sexual.

El Frente Amplio se dio cuenta hace tiempo, apuntó a ese nicho de mercado y mal no le ha venido yendo.

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Un aporte para las barras

 

La canción “Come with me” de Ricky Martin pide a gritos integrar el set list de nuestras tribunas. En un gesto netamente “por la positiva”, compartimos una posible letra, en este caso para la parcialidad tricolor, pero que fácilmente podría adaptarse a una versión carbonera.

 

(Ponga “Ricky Martin-‘Come With Me’” en Youtube y escuche a partir de 00.43.)

 

“Ay, Nacional,
cada día yo te quiero más.
Ayayayy, Nacional,
siempre te vengo a alentar.
Ooooh, ooooh, oh, oh. Oooh, ooooh, oh, oh. Oh. Ooh, ooooh.
Dale Nacional.
Ooooh, ooooh, oh, oh. Oooh, ooooh, oh, oh. Oh, ooh, ooooh.
Dale Nacional.
Hay un club en La Blanqueada,
que al manya lo va a comanda-a-a-aar.
No me importa lo que digan,
ni Bonomi ni el relator de Moa-ar.
Y dale, dale, bolso,
sos un sentimiento,
que no puedo ni quiero parar.”

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