Este filme1 puede recordar a una comedia televisiva costumbrista rioplatense de los años ochenta, y no deja de ser una experiencia extraña la de viajar, junto a esta película, hacia un pasado en que esta clase de producciones podía tener un lugar en las pantallas. Hoy, el espacio de exhibición es más bien reducido, pero sería interesante, a modo de experimento, ver qué clase de reacciones genera en su audiencia. La historia se desarrolla en un ambiente común, una esquina barrial en la que está instalado un almacén atendido por una pareja (Roberto Suárez y Andrea Davidovics) y su sobrino (Leandro Núñez). Cerca de ahí, un cuarentón (Fernando Deanesi) recientemente fugado de su casa se instala en un apartamento vacío que le concede un amigo (Diego Arbelo) por unos días, pese a las quejas y alaridos de la mujer (Natalia Bolani).
De a poco se va entretejiendo una trama que involucra a menos de una decena de personajes, con sus pequeños conflictos personales. Se apunta a un registro coloquial, casual, pero esencialmente fallido. En primer lugar, la música es invasiva, un pianito molesto se impone en cada nota, reclamando atención en lugar de acompañar sutilmente la narración. En segundo lugar, de a ratos se perciben excesos de gestualidad por parte de los actores, o escenas inverosímiles (como que un personaje pase fugazmente por un cuarto sin ver a otro que está en el centro de la habitación).
Pero lo más equívoco es este aspecto pretendidamente coloquial y de situaciones cotidianas, que escapa a lo que podría verse u oírse en el Montevideo actual. Por ejemplo, una joven estudiante (María Victoria Céspedes) tiene serias dudas sobre si quiere conocer a los tíos de su novio (o lo que sea), pero no sólo su pudor desaparece absolutamente después de tomarse unos vasos de vino, sino que además tiene la osadía o la perspicacia de terminarse la caja en el almacén, junto a los tíos del muchacho, quienes ya hicieron un gran despliegue de antipatía hacia ella. Luego tiene lugar un duelo verbal entre mujeres en el que la chica borracha le espeta a la tía del novio entre otras cosas que a ella le gusta la joda, beber, bailar y “hacer el amor”; expresión que desde hace mucho tiempo no escuchábamos en pantallas ni fuera de ellas, así como otras líneas que pueden oírse, como cuando el amigo del protagonista, en plena conversación íntima, arroja un “la familia es la familia”. Así, el libreto es realmente encantador.
Las incongruencias continúan: una mujer va a ver un apartamento para alquilar y se queda dándole consejos a un perfecto desconocido, como si fueran amigos íntimos, tratándolo de vos y diciéndole cosas personales y hasta innecesarias (al menos para un primer encuentro) como “soy monógama por principio”. El único personaje que interesa y que tiene sus dosis de ternura y ambigüedad es el encarnado por Roberto Suárez, un hombre infiel y, al mismo tiempo, cándido. Para el actor debe haber sido difícil remarla con un guión así.
Brummel Pommerenck (Llamada para un cartero), quien se ha autodefinido como “un director de cine por encargo” tuvo no pocas dificultades para escribir un libreto adaptándolo a las atípicas exigencias de un concurso de la Ecu que tuvo lugar en 1995; y lo que originalmente sería un telefilme de 45 minutos, acabó siendo un largometraje algo más extenso. Lo difícil de comprender es que este proyecto haya demorado casi veinte años en concretarse.
1. Tan desparejas. Uruguay, 2013.