Cannes es el Titanic de los festivales de cine y, más allá de eso, el mayor mercado mundial de cine autoral o con ínfulas de serlo. La nave se ha botado cada año desde su origen, en 1946, cuando nació como reacción antifascista frente a lo que había supuesto la apropiación del festival de Venecia por el régimen de Mussolini. Y en este tiempo solo han sido capaces de detener su rumbo una revolución tectónica social (el mayo francés del 68 que lo invitó, desde dentro del propio festival, a hacer mutis) y un shock pandémico que paró el mundo en 2020. Con esas salvedades, Cannes se ha erigido en prescriptor de autores a seguir, en arena de consagración de los principales directores surgidos en estos 75 años, aunque también, en ocasiones, en altavoz de modas perecederas o hypes que no han resistido el paso del tiempo. Ha soportado el transcurso de las décadas, el cambio de siglo, el salto de lo fílmico a lo digital, sin dejar de ser siempre el foro más poderoso del cine relevante. En sus cloacas también se cuece, con una distancia o una relativización de lo artístico, la olla del negocio, del cine como business, los fuegos del infierno o ese limbo intratable que se conoce como el mercado.
En esta 76.ª edición, el Festival de Cannes ofrece unas cartas marcadas –y, pese a ello, cartas ganadoras, apetecibles, fulles de ases o casi– que no varían desde que asumió la dirección artística Thierry Frémaux, en 2001. El Cannes de Frémaux es perfectamente reconocible. Se asienta sobre el valor seguro de los grandes nombres que han ganado ya en alguna ocasión la Palma de Oro o la han rondado. Esto es, los sospechosos de siempre, la elite del cine internacional. Muestra de ello es la selección de este 2023, en la que aspiran al premio máximo algunos que ya lo han ganado (el italiano Nanni Moretti, el turco Nuri Bilge Ceylan, el alemán Wim Wenders, el japonés Kore-eda o el británico Ken Loach, este último en dos ocasiones) y otros que acumulan escaladas en su palmarés: Aki Kaurismäki, Alice Rohrwacher. Y también quienes han porfiado sin éxito, pero con su selección en varias ediciones: Wes Anderson, Todd Haynes, Catherine Breillat, Wang Bing o Marco Bellocchio, tal vez el más grande autor vivo del panorama internacional. A ello hay que adicionar las obligaciones domésticas de inclusión de cine francés henchido de chauvinismo, que tiene como representantes a Justine Triet, Catherine Corsini y, sobre todo, la infausta Maïwenn, quien inaugura el próximo martes el festival con Jeanne du Barry. Es la cuarta vez que Maïwenn es seleccionada por Cannes, sin que su cine haya dado pruebas de merecerlo. Y, para peor, es complicado entender que Cannes decida otorgar su cartel de inauguración a un film que viene precedido de controversias por lo menos complicadas. Y no tanto por la presencia de la figura de Johnny Depp en el mascarón de proa de la nave cannoise, sino por la actitud de la propia Maïwenn esta primavera, cuando agredió a un periodista que había investigado conductas sexuales de su exmarido Luc Besson.
En cualquier caso, no deja de resultar paradójico que Cannes inaugure con Maïwenn y Johnny Depp –y con ello parezca apostar por romper con la corrección política–, pero en cambio se haya mostrado más pacato a la hora de excluir las recién terminadas obras de dos autores colosales como Woody Allen o Roman Polanski.
En la línea de fuego de otro aspecto relevante en el Cannes de los últimos años, el festival parece sanar de manera frontal la herida que llevó a Hollywood a prescindir de la plataforma de lanzamiento de La Croisette, sobre todo tras la guerra del certamen con Netflix. En esta edición se vivirán como dos de los momentos estelares las primicias del esperadísimo film de Martin Scorsese Killers of the Flower Moon, casi cuatro horas con Leonardo di Caprio y Robert de Niro en la adaptación de la novela de David Grann, y con la resurrección de Harrison Ford como Indiana Jones, con la cuarta entrega de la franquicia y Steven Spielberg dejando el trabajo duro tras la cámara a James Mangold.
A todo esto se suman firmas tan atractivas como las de Amat Escalante, Lisandro Alonso, Takeshi Kitano y el retorno quizás más anhelado por la cinefilia internacional, el del español Víctor Erice con Cerrar los ojos. Habrá que abrirlos bien grandes para encontrar la explicación por la cual estos cuatro creadores no hayan sido considerados para competir por la Palma de Oro y se vean relegados a la sección Cannes Premières. Lo que sí define esta actuación, de modo nítido, es la poca querencia que este certamen muestra en los últimos tiempos por el cine latinoamericano, un año más excluido de la competencia oficial.
En competencia
Anatomie d’une chute de Justine Triet, Asteroid City de Wes Anderson, Banel & Adama de Ramata-Toulaye Sy, Black Flies de Jean-Stéphane Sauvaire, Club Zero de Jessica Hausner, Firebrand de Karim Aïnouz, Il sol dell’avvenire de Nanni Moretti, Kaibutsu de Hirokazu Kore-eda, Kuolleet lehdet de Aki Kaurismäki, Kuru Otlar Üstüne de Nuri Bilge Ceylan, L’été dernier de Catherine Breillat, La chimera de Alice Rohrwacher, La passion de Dodin Bouffant de Hùng Tran Anh, Le retour de Catherine Corsini, Les filles d’Olfa de Kaouther Ben Hania, May December de Todd Haynes, Perfect Days de Wim Wenders, Qing Chun (Chun) de Wang Bing, Rapito de Marco Bellocchio, The Old Oak de Ken Loach, The Zone of Interest de Jonathan Glazer.