El 1 de enero se cumplieron tres años desde que Dilma Rousseff se convirtiera en la primera mujer en asumir la presidencia de Brasil, y a la vez empezó el último de su mandato. Es, al menos por ahora, la favorita absoluta para ser reelecta en octubre. En muy buena parte por sus méritos y por los méritos de la herencia –dudosa en el aspecto económico pero robusta en el aspecto social– que recibió de su antecesor, Lula da Silva. Parte considerable de ese favoritismo se debe también a la ineptitud y a la inconsistencia de los postulantes opositores.
El balance de estos tres primeros años de Dilma es complejo y un tanto confuso. Una vez más –y a ejemplo de lo que ocurrió en las dos presidencias de su antecesor– la cuestión social ha dominado la pauta política nacional. Brasil es hoy, sin ...
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