En momentos en que la prensa se encuentra en peligro de extinción, y que el periodismo cuenta cada vez con menos espacios en los que desempeñarse, esta película llega para señalar y dar cuentas de cómo una denuncia mediática puede ayudar a la sociedad a desenterrar grandes injusticias e impunidades, hacerlas públicas generando conciencia y, a partir de eso, lograr cambios favorables en el entramado social. Como lo demuestra el filme, además, la prensa especializada puede ser capaz de hacerle frente al statu quo y a los grandes poderes, llegando a obligarlos a rendir cuentas ante la justicia, dejando en evidencia sus perfiles más inaceptables.
Esta película se ambienta en el año 2001; Internet recién comienza a asomarse como una gran amenaza para la prensa, y un nuevo editor hace aparición en el periódico Boston Globe. Su presencia hace temer en el entorno una sucesión de recortes y despidos para volver rentable la edición impresa, y una sección del periódico, llamada Spotlight, podría ser un blanco perfecto para el desmantelamiento: está compuesta por un prestigioso equipo de periodistas, una suerte de escuadrón de elite de la investigación que puede pasarse un año entero dedicado a estudiar y profundizar en un solo tema. Esa área es sumamente costosa para el diario y, por tanto, una de las más difíciles de respaldar y justificar en tiempos de crisis. Es así que, siguiendo una tradición de thrillers de trasfondo político –a la manera de Todos los hombres del presidente, o La sombra del poder–, esta película sigue una investigación y un abnegado trabajo profesional. En este caso la labor periodística es llevada a cabo en forma coral, sin un protagonista claro, y el relato sigue los pasos de más de media docena de personajes de la redacción, cada cual con un perfil más o menos definido y una función particular. El abordaje hace pensar, por el clasicismo de su narración, por la claridad con la que se presenta un caso complejo e intricado, por la composición austera y cierta elegancia y sencillez en las formas, en un muy esmerado capítulo, algo alargado, de una sólida serie. Una que cuenta además con un elenco de primerísimo nivel. Así, en muchos de sus tramos, En primera plana recuerda a Mad Men o The Wire, aunque con el mérito de que todos los personajes son notablemente presentados y desarrollados en una entrega única.
Lo que es más bien excepcional es la temática y los escalofriantes descubrimientos que se destapan en la pesquisa; quizá no corresponda adelantarlos aquí, pero fueron de público conocimiento en su momento y refirieron a la Iglesia Católica y a los altísimos índices de pederastia entre sus curas, asunto que, con asombrosa eficiencia, ha sido sepultado por el Vaticano y mantenido desde tiempos inmemoriales en el más devoto silencio. La temática comenzó a verse en documentales como Deliver Us From Evil (2004), Twist of Faith (2006), y Abusos sexuales y el Vaticano (2006), y recientemente a ficcionalizarse en películas como La duda (2008) o la reciente El club (2015). Pero aquí la aproximación austera y casual provee cifras en bruto y una abrumadora recopilación de datos que acaba revelando una realidad ominosa, simultáneamente para el espectador y para los mismos protagonistas. Sin morbo ni truculencia, sin héroes ni villanos, sin melodramas recargados, Spotlight tiene el mérito atípico de ser un vehículo audiovisual provisto de un gran poder concientizador. Mediante un trabajo tan escrupuloso como el de sus personajes, el director Thomas McCarthy se las ingenia para dar una muestra cabal de un problema de gran magnitud.