Son miles y decidieron acampar porque el aplastante despliegue policial-militar les impide llegar al túnel submarino que une a Francia con Inglaterra. Esperando llegar a Londres, el paraíso que anhelan, miles de afganos, kurdos, sudaneses, eritreos, kosovares y paquistaníes, entre otros, tomaron la decisión de acampar cerca de la ciudad, en un enorme descampado inundable pegado a la autopista.
Las dimensiones del campamento y su organización interna sorprenden a los europeos. Ya se consiguió un lugar en Wikipedia. Un reciente reportaje de Comune-info.net asegura que el campamento, iniciado en abril, cuenta ya con 8 mil personas, de las cuales dos terceras partes son varones. Casi todos vienen de países en guerra y algunos arrastran lesiones por caídas de trenes o por querer saltar por encima de las vallas.
Los operadores turísticos se quejan de que la masiva presencia de migrantes pobres y negros puede ahuyentar a los turistas, quienes dejan jugosas ganancias. En la “jungla”, la mayoría de los habitantes duermen en carpas o bajo lonas de plástico; los más afortunados lograron construir estructuras precarias de madera y tela. Se agrupan por nacionalidades o etnias. Hay varias bibliotecas donde los migrantes suelen retirar libros para aprender inglés.
El reportaje asegura que alrededor del campamento los afganos abrieron varios restaurantes, hay un teatro y clubes nocturnos donde se divierten los jóvenes. Hay iglesias que luego de la misa dominical celebran comidas comunitarias. Algunos no migraron recientemente, sino que estaban trabajando en países de la Unión Europea afectados por la crisis y perdieron sus empleos, por lo que decidieron tentar suerte en Inglaterra.
Existe también mucha solidaridad. Además de las grandes Ong, desde Cáritas hasta Médicos sin Fronteras, decenas de familias anónimas les llevan ropa, comida y materiales de construcción, mientras maestros enseñan francés a los niños y niñas y otros chicos comparten sus juguetes con migrantes que no conocen.
Jode bastante que alguien, seguramente algún periodista, haya bautizado al campamento como “jungla”. En versión eurocéntrica y racista de la vida, en las selvas viven animales más que seres humanos; y las pocas personas que allí habitan suelen vivir en estado “salvaje”. Indigna porque fueron ellos, los mandamases del Norte, los que desencadenaron las guerras y los ajustes económicos (verdaderamente salvajes) que provocaron el exilio de los millones que, ahora que llegan a sus tierras, son así descalificados.