En su artículo «La literatura es la ciencia humana más importante», Todorov afirma lo siguiente: «Todavía hoy, si una persona joven me preguntara cómo era la vida en una dictadura soviética, le diría: lee Vida y destino, de Vasili Grossman». 1Apoyándose en Stendhal (solo hay «verdad detallada» sobre el género humano en las novelas) y en aquello dicho por Marx y Engels sobre Balzac («la mejor representación del siglo XIX»), el intelectual búlgaro insiste en esa capacidad casi absoluta de la literatura para contar el mundo. El libro Un puñado de cerezas, del chileno Francisco Mouat, posee también esa virtud. Cada uno de los 88 fragmentos que lo componen provienen del árbol de su memoria, de sus experiencias en un sitio y una época determinados (fundamentalmente el Chile de los años setenta y ochenta) y, en conjunto, revelan una compleja aproximación a la realidad de aquellos años, con sus escasas luces y sus espesas sombras. El título, tomado de un verso del poeta Jorge Teillier, hace referencia a la poesía como ofrecimiento: «Estas palabras quieren ser/ un puñado de cerezas, / un susurro –¿para quién?–/ entre una y otra oscuridad…». A pesar de la conocida frase de Adorno, en contextos de oscuridad solo la poiesis será capaz de iluminar, como si se tratara de un flash intempestivo, las noches hundidas en el tiempo.
El libro se abre con un conmovedor relato en el que Mouat recuerda el día del triunfo de Salvador Allende. Su abuela, con quien mantenía un cercano vínculo, se encontraba devastada por la victoria del candidato de la izquierda. «Yo no sabía quién era Allende; apenas lo había visto en la tele y en fotos, su cara impresa en afiches o pintada en las murallas. Allende usaba bigote y lentes poto de botella. Era miope como yo. Y era médico, como mi papá, aunque eso lo supe muchos años después.» Con el tiempo se abriría una brecha insondable entre abuela y nieto, especialmente cuando el Mouat adolescente se reconoce partidario de esa ideología que su abuela desprecia.
La dictadura de Augusto Pinochet es uno de los grandes asuntos de Un puñado de cerezas. La pintura que Mouat hace del tirano, sin caer en facilismos ni en la espectacularidad de lo terrible, aporta trazos fascinantes por su tonalidad siniestra: su feroz ascenso al poder, los cruentos mecanismos para sostenerlo, el cinismo de sus declaraciones públicas y, por último, su largo declive sostenido por una resistente red de impunidad. Mouat acompaña los textos con sugerentes fotografías de la época y con artículos que transmiten el clima tenso del momento en que fueron escritos. El panorama resultante es a todas luces vivo y estremecedor.
A pesar de tratarse de memorias, el autor evita ser el centro de la escena. El foco se dirige hacia los personajes que lo rodean, y su trabajo por momentos se vuelve un listado de mínimos perfiles: en algunos casos, figuras conocidas que tuvieron una activa participación en los sucesos de una época congestionada; en otros, compañeros o desconocidos cuyo cercenado destino solo a través de la escritura parece ser pasible de recuperación: «Justino Vásquez Muñoz, el Tino, como lo llamaba su hermana Gertrudis las pocas veces que la escuché decir su nombre, se perdió para siempre. Fue el único detenido desaparecido de San Fernando del que no hay registro fidedigno de que haya estado en un centro de detención y tortura de la ciudad…». Así, el libro parece hacer el intento de saldar deudas con el pasado, un pasado colectivo e inabarcable, pero también personal y cotidiano. Es especialmente emotiva la reflexión en torno al distanciamiento irreparable de su abuela o la tierna despedida a una empleada de la casa de su infancia: «¿Podría ocurrir el milagro de volver a vernos, golpear la puerta de tu casa, sentarme en tu mesa, darte las gracias y viajar en el tiempo?». Nadie sabe si ocurrirá el prodigio, pero resulta un buen augurio este bello y bienintencionado puñado de cer(t)ezas.
- Tzvetan Todorov, Leer y vivir, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018, p. 173. ↩︎