Obligado a ganarse la vida, Onetti recluido en su dormitorio madrileño echó mano a sus recuerdos y a sus viejas lecturas para escribir artículos de prensa. En uno de principios de 1979, asociaba libremente a Proust, el pasado perdido y las bibliotecas. Recordó la ocasión en que una nínfula de 13 años se había postulado para ordenar su última biblioteca personal en Montevideo. La chica propuso ordenar los libros alfabéticamente por autor, pero acabó reuniendo “amorosamente –dice Onetti– bajo la letra ‘J’ y tal como estarán dentro de algunos años en el Olimpo, a Joy-ce, Rulfo, Cocteau, Jiménez, Edwards, Le Carré, Swift, Cortázar, Borges, etcétera. Porque aquella niña... desenfadada y orgullosa se tuteaba con el ancho mundo literario, usando los familiares nombres de pila”. No hay por qué dud...
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