El autor recibe una carta en enero de 1980, en el marco del alboroto periodístico por la inminente publicación de su libro La mujer de tu prójimo. La carta hace hincapié en esa investigación sobre hechos de la historia sexual del siglo XX a fin de interesarlo en la propia historia del autor: la de su vida de voyeur, llegando a construir, 15 años antes, un hotel (y luego un segundo) para ejercer desde el desván sus actividades de observación a través de supuestos conductos de ventilación en el techo de las habitaciones. También su minucioso registro, incluyendo sus propias actividades sexuales inspiradas en lo observado, ya sea solo o con sus dos sucesivas esposas, cómplices activas del voyeur, llamado Gerald Foos.
Talese hace cuestión de poder publicar su verdadero nombre y circunstancias, lo que logra recién en 2013, cuando perimieron los delitos cometidos y puede entrevistarlo “de manera oficial acerca de su carrera en el desván” (pág 199). El voyeur da cuenta en sus registros de un asesinato, pero Talese no encuentra vestigios de él en los registros policiales y lo atribuye a un error en las anotaciones de Foos, de los que encuentra varios ejemplos, por lo que publica los dichos de Foos sobre ese delito que habría ocurrido en una de las piezas del primer hotel.
En forma ordenada –como cabe esperar de esta gran pluma del periodismo narrativo– pasa el relato por la para nada sorprendente “gran curiosidad” del personaje por el sexo en su adolescencia, su visita al hotel, la (única) experiencia de Talese observando el sexo ajeno desde el desván, la lectura de las primeras páginas del autotitulado “Diario de un voyeur”, en el que Foos se refiere a sí siempre en tercera persona (un aspecto que es en sí notable) y la transcripción de alternativas de la observación, incluyendo relatos de escenas sexuales, apreciaciones sobre lo observado por el voyeur y su intento por darle trascendencia a su actividad en lo anotado. “Mi voyeurismo ha contribuido enormemente a convertirme en un pesimista, y detesto ese condicionamiento de mi alma. (…) Si nuestra sociedad tuviera la oportunidad de ser voyeur por un día, abordaría la vida de manera muy distinta a como lo hace ahora” (pág 67) . Su creciente insatisfacción “con su prolongado gandulear en el desván” (pág 69) es también notada por el autor, que la afirma a continuación y por su cuenta, recalcando así el concepto. Lo que escapa al discernimiento del trabajo es qué otra cosa cabía esperar.
El voyeur atraviesa aspiraciones de registrar, en distintas etapas y con diferentes escenas, momentos de la condición humana. Como es de perogrullo, la actividad sexual de los humanos hace a su intimidad y a su discreción, pero de su sola observación y tabulación de las distintas formas de practicar el sexo o abstenerse de hacerlo no surge información de valor científico y ni siquiera generalizable. La perversión no capacita de por sí al voyeur a sacar conclusiones, sino tan sólo a tener –como todo el mundo– opiniones.
Y a esa altura, cabe la pregunta de qué es lo que se propone en definitiva este maestro del género periodístico con tantos años de esfuerzo profesional. El voyeur es un raro que se le ofrece al periodista, pero eso no lo hace de por sí materia para un libro de más de 200 páginas. Otro maestro de periodismo narrativo, Julio Villanueva Chang, suele dar un curso titulado “De cerca nadie es normal”. Buen título. Pues Talese logra, si algo logra, que el voyeur que dedicó su vida a ejercer su solitaria pasión y a registrarla termine pareciendo un ser normal, uno como cualquier otro. Si ese es un logro, que valga como tal. Pero el saldo que extrae este admirador de Talese es que el tema hubiera rendido mucho más de poderse parar en sus propios pies, en un formato bastante más reducido. Un perfil de este personaje, como ocurre en los textos de su maravillosa recopilación Retratos y encuentros, hubiese habilitado el vuelo de su pluma, al que nos tiene acostumbrados. Éste no es el caso.