Conocimos a Marcelo hace ya más de 50 años, cuando ejercía con pasión la dirección del Departamento de Educación Médica de la Facultad de Medicina y, más específicamente, coordinaba el Ciclo Básico –para estudiantes de ingreso– del nuevo plan de estudios aprobado en 1968 a impulsos del decano Pablo Carlevaro. Su compromiso indeclinable era con una formación que aventara la fragmentación cognitiva y que contribuyera a entender la futura profesión en su complicada integralidad. Para nosotros, entonces jóvenes docentes en la línea Métodos Cuantitativos, venidos de la Facultad de Ingeniería, cumplir con lo que se esperaba era bien difícil, pues más allá de lo específico había que tratar de articular con las demás líneas –biología, sociología, psicología–. Pero estaba Marcelo, una presencia ubicua, siempre disponible, omnipresente, observando, ayudando, sugiriendo, explicando cómo contribuir a los objetivos que el plan de estudios había delineado. Su inmersión en la tarea era contagiosa, haciendo de preparar clases, compartir con estudiantes salidas a campo y conversar largamente con docentes de otras facultades una valiosa oportunidad de aprendizaje. Era un docente de docentes.
La cárcel, la intervención de la universidad y luego los exilios geográficamente distantes nos separaron muchos años. Al retorno, volvimos a encontrarnos en suelo universitario. Seguíamos siendo docentes y, aunque habíamos ganado en madurez, también lo habíamos hecho en perplejidades. ¿Quiénes eran esas y esos jóvenes que miraban su celular mientras les hablábamos y, sin embargo, sabían de qué se trataba, además de no considerarlo –obviamente– una falta de cortesía? La cuestión de las nuevas culturas y subjetividades de las jóvenes generaciones apasionaba a Marcelo, que las estudiaba con ahínco. Sus investigaciones y reflexiones sobre la condición adolescente y juvenil en las sociedades contemporáneas se plasmaron en las formas normales de la vida académica –libros, artículos, conferencias, revisión de proyectos, que mucho desde la universidad debemos agradecerle– y también en el consejo informado a la política. Su caracterización del «estado adolescente o juvenil» se encuentra, entre otros textos, en uno presentado en un coloquio en la Universidad de Lyon, en 2014, que nos compartiera ante nuestra insistente interrogación sobre la temática. Nos resultó, digámoslo así, apaciguador: si así son las cosas vistas por un especialista, pues habrá que aprender a conversar distinto. Lo que Marcelo dice en cuanto psicoanalista resuena cercano en el rol docente: «… la interlocución esperada se ve reemplazada por un decir errático y autosuficiente […] y por ello nos descoloca y desconcierta. Esto va más allá de los neologismos dialectales de cada generación, es la secuencia discursiva cuya sintaxis está (para nosotros) dislocada. Un sociólogo amigo dice que los jóvenes de hoy hablan como en videoclip».
¿A qué atribuye Marcelo esta nueva situación? «Creo que es lo que Pierre Nora designa como sobrecalentamiento del presente, cuya consecuencia es devorar al pasado fundador y al futuro del proyecto y el anhelo. Este tríptico vivencial del tiempo interior ha sido determinante de nuestra experiencia de vida, es decir de nuestros procesos de simbolización. Esta estuvo marcada por la alternancia de momentos transitivos y momentos reflexivos, de remanso (donde actúa, como decía W. Benjamin, el pájaro fantástico del aburrimiento). Algo de esto último me parece faltante o diferente en las generaciones actuales, que crecen con la revolución digital y digieren al mundo con internet, Facebook y Twitter.» Y agrega: «Constatar grandes cambios de sensibilidad en períodos históricos tan breves (el intervalo de una o dos generaciones) es un hecho inédito en la historia y cambia el enfoque, la perspectiva de nuestra manera de investigar las adolescencias».
Así, Marcelo concluye que no queda otra que «arrojarnos a la intemperie del huracán de los cambios culturales, de los hábitos y costumbres que formatearon nuestra mente y nuestro oficio en los tiempos de la modernidad». Aunque no lo sabemos, suponemos que tiene razón en cuanto psicoanalista; sí sabemos que tiene razón en cuanto docente. Conversar con Marcelo, en toda ocasión dispuesto a tomar las preocupaciones de otros e iluminarlas desde sus propias herramientas analíticas, nos resultó, siempre, extremadamente enriquecedor.
Queda por mencionar a Marcelo y a Maren como los amigos de fierro, que nos querían pero que, más profundo aún en el agradecimiento, querían mucho a nuestros hijos, de los que decían cosas muy lindas que nos alegraron el corazón. Fue un privilegio compartir con ellos retazos de vida.