Esta edición número 38 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, que tuvo lugar entre el 8 y el 18 de diciembre, será recordada ante todo por las circunstancias especiales en las que se llevó a cabo, a dos semanas de la muerte del comandante Fidel Castro. Resulta imposible desligar al festival de la coyuntura de un país en mitad de una despedida y a la espera de un futuro incierto. Y ahí donde prácticamente todas las cosas se detuvieron durante nueve días –el duelo, los homenajes, los discursos, las caravanas– el cine se mantuvo firme pero no ajeno. Como bien puntualizó en la ceremonia inaugural el director del festival, Iván Giroud, ante un teatro Karl Marx repleto, la figura de Castro también alcanzó, y de qué manera, al cine cubano y regional. “Sin su impronta y especial interés por el cine y la cultura, la historia de nuestro cine –al nuevo cine latinoamericano me refiero– sería diferente”, afirmó Giroud. La casualidad quiso que la muerte de Castro coincidiera con el 30 aniversario de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Eictv), bendecida desde sus inicios por el propio Castro junto al escritor colombiano Gabriel García Márquez, el director argentino Fernando Birri y el teórico cubano Julio García Espinoza, figuras clave, también, en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, con sede precisamente en La Habana, inaugurada un año antes. A lo largo de tres décadas la Eictv vio pasar a más de 500 estudiantes de medio centenar de países tan diversos como Etiopía o Mozambique –entre los uruguayos se encuentra Gonzalo Delgado, codirector de la reciente Las toninas van al este–, y en sus salones han ofrecido clases Francis Ford Coppola, Costa-Gavras y Ettore Scola.
“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple y así de desmesurado”, aquel horizonte planteado por García Márquez 30 años atrás tiene su confirmación con esta muestra. Aunque el resultado, al final, sea lógicamente desigual –cosas de la desmesura–, el objetivo está claro: poner a dialogar al cine clásico con el cine en pleno desarrollo para dar con una identidad regional. En la preinauguración se exhibió la copia restaurada de Memorias del subdesarrollo (1968), de Tomás Gutiérrez Alea, clásico del cine cubano, como parte de un proyecto de conservación del patrimonio fílmico. A la vez, los jóvenes son un punto central y esto se traduce en la decena de egresados de la Eictv que compiten entre largometrajes, cortometrajes y óperas primas.
LATINOAMÉRICA Y EL MUNDO. Compuesto por aproximadamente 440 títulos, el 38º Festival de La Habana contó con 18 películas compitiendo en el Concurso de Largometrajes de Ficción, pertenecientes a siete países latinoamericanos (cuatro de Chile; tres de Argentina, Brasil y Cuba; dos de Colombia y México; uno de Trinidad y Tobago). La sección de documentales contó con 26 títulos de 11 países, al tiempo que compitieron 18 óperas primas de diez países. En el rubro de animación fueron 26 los trabajos seleccionados de seis países, con dos títulos del uruguayo Walter Tournier: Chatarra (2015) y Alto el juego (2016), que se llevó el Premio Especial del Jurado. Uruguay también estuvo presente entre los cortometrajes –Volks, de Alejandro Rocchi–, los guiones inéditos
–Chau Susana, de María Analía y María Andrea Pollio Pérez, y Las vacaciones de Hilda, de Agustín Banchero– y los documentales –Columnas quebradas, de Mario Handler, fuera de competencia–. Entre los estrenos internacionales resaltaron Snowden, de Oliver Stone (quien también ofreció una conferencia de prensa), La La Land, de Damien Chazelle, Jackie, de Pablo Larraín, e I, Daniel, de Ken Loach, además de un apartado musical con The Beatles. Eight Days a Week, de Ron Howard, y los documentales The Rolling Stones Olé Olé Olé. A Trip Across Latin America, y The Rolling Stones. Havana Moon, ambos de Paul Dugdale. Brian de Palma (con una master class), Maggie Gyllenhall (en un panel de escritura creativa) y Sonia Braga (como protagonista del filme Aquarius) resaltaron entre los invitados.
Los 18 largometrajes en competencia revelaron una marcada tendencia realista con inclinación hacia el costumbrismo, con contadas excepciones. Una de ellas fue Neruda, de Pablo Larraín, que a priori planteaba el desafío de abordar la vida de una figura mundialmente conocida sin caer en repeticiones o fórmulas típicas del biopic, un género muy en boga por estos días. Pero Larraín se las arregla para explorar a Neruda desde un costado alternativo, para nada complaciente, y con una narrativa que pone en cuestión la propia ficción y juega con las figuras del protagonista y el secundario. Vemos al poeta fugitivo interpretado sólidamente por Luis Gnecco bajo la atenta mirada del policía Óscar Peluchonneau, encarnado por Gael García Bernal, en una biopic que se mueve hacia el terreno del policial negro y aporta momentos efectivos de humor. La participación chilena en La Habana, además, le debe gran parte de su éxito a Inti Briones, director de fotografía de otros dos títulos en competencia, Aquí no ha pasado nada y El Cristo ciego, por los que se llevó el merecidísimo Premio Coral a mejor fotografía. Briones se destaca en dos estilos muy distintos. La primera, dirigida por Alejandro Fernández Almendras, comienza con unos veinte minutos de comedia que viran drásticamente al drama policial y especulativo en torno a un accidente automovilístico que implica a un joven de clase media y al hijo de un poderoso político. Se trata de uno de los pocos filmes en competencia que por momentos se acerca al thriller y mantiene un ritmo tensionado casi continuamente. El Cristo ciego, de Christopher Murray, en tanto, está construido con una narrativa opuesta a la anterior, hecha de planos sostenidos y apoyada casi por completo en la fotografía. En este mismo rubro hay que mencionar a La región salvaje, del director mexicano Amat Escalante, sin lugar a dudas la propuesta visualmente más impactante y perturbadora del festival, oscilando con maestría entre dos extremos tan dispares como el drama social y cierto terror sobrenatural.
El cine cubano tuvo su mejor representante en Fernando Pérez y su notable Últimos días en La Habana, que se llevó el Premio Especial del Jurado. La historia se inserta en una vivienda humilde de Centro Habana, donde un hombre espera la visa que le permita emigrar a Estados Unidos, mientras su amigo yace en la cama víctima del sida. Con este material Pérez logra algo que al principio parece casi imposible: no cae en el retrato idealizado de la pobreza ni en el cine de explotación, ítems muy comunes en la cinematografía latinoamericana, y tampoco se hunde en el melodrama lacrimógeno. Gran parte del mérito está en la galería de personajes secundarios que crecen con el correr de los minutos y llevan la historia hacia momentos de humor impensados.
SONIA BRAGA Y LA SOCIEDAD. La actriz brasileña (ganadora del Coral a mejor actuación femenina) llegó para presentar Aquarius, de Kleber Mendonça Filho (premio Fipresci). Braga ocupa prácticamente cada plano de la película y conduce sólidamente la narración en el papel de Clara, la propietaria de un apartamento en la avenida costera de Boa Virgem, perseguida por una empresa inmobiliaria que pretende comprarle la propiedad a cualquier precio. Lo que empieza como una negociación amable deriva poco después en una persecución feroz. El filme, hecho de sugerencias y detalles no dichos, funciona también como metáfora de la división de un país. “La gente tiene los mismos problemas en todas partes. Antes había una derecha, ahora tenemos que saber cómo llamar a la derecha de la derecha”, explica Braga en conversación con Brecha, poco después de presentar la película en el cine Yara, de La Habana. “No pertenezco a ningún partido pero voté a las personas que estaban en el poder, y no estoy de acuerdo con lo que está pasando ahora. No me gusta ver a Brasil dividido.” En mayo pasado el elenco de Aquarius posó en la alfombra roja de Cannes con carteles protestando contra el golpe de Estado en Brasil, un gesto que causó mucho revuelo. Braga, además, vistió completamente de rojo. “Cuando posé en Cannes con aquel vestido rojo me llegaron mensajes a mi página oficial de Facebook que decían cosas como: ‘¡Miren a esta comunista! ¿Por qué no se va para Cuba?’. Bueno, ahora estamos en Cuba.”
Al margen de los ya mencionados, quedan otros títulos atendibles, como No me llame hijo, de Anna Muylaert, Jesús, de Fernando Guzzoni, y la ya conocida por el público uruguayo El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Lo preocupante es que el jurado de ficción haya seleccionado Desierto, de Jonás Cuarón, como la mejor en ese rubro. No sólo es una propuesta estereotipada del drama de la frontera México-Estados Unidos sino que además carece de guión –hay apenas cinco diálogos en todo el filme y son explicativos o clichés; lo demás son mexicanos corriendo y un yanqui bajándolos con un rifle de mira telescópica y un perro adiestrado– y es de una chatura cinematográfica atroz. Preocupa que cinco jurados hayan elegido una película tan éticamente reprobable –si la dirigía Clint Eastwood estarían todos pegándole de lo lindo–, tan ingenua, tan manipuladora, tan intelectualmente barata, tan poco representativa de la muestra latinoamericana, teniendo una sección con propuestas muchísimo más sólidas.