Una vida plena - Semanario Brecha
Dolly Muhr (1925-2025)

Una vida plena

Dolly y Onetti en 1964. Tomada de Miradas sobre Onetti (Alfaguara, 1995)

Años cuarenta

Dorothea e Inés Muhr Satterthwaite eran dos muchachitas argentinas que vivían en Olivos, Buenos Aires, en una casa construida por su padre. Educadas en un colegio inglés, desde niñas se habían formado en la música: Nessy llegó a ser una destacada pianista y Dolly se dedicó al violín. Caminaba con él en la mano cuando se encontró por azar con una amiga que le presentó a su marido: Juan Carlos Onetti. Así empezó una relación secreta y complicada en la que la joven, fascinada por la personalidad del escritor, cambió la perspectiva de su vida.

1955

Dolly y Onetti comienzan una vida en común al trasladarse a Montevideo. Había conseguido superar la oposición de su padre y en adelante debería suturar heridas y aplacar prejuicios. Lo conseguirá con valentía y afectividad. Desde entonces fue Dolly Onetti.

Su vocación de violinista se concreta en numerosas colaboraciones, y al poco tiempo ingresa en la Orquesta Nacional del SODRE. Fueron casi 20 años de mucha felicidad en que vive su amor y se involucra en el rico ambiente musical de entonces. Tenemos el testimonio de esa plenitud en la correspondencia –inédita– que dirige a sus padres en Buenos Aires. Allí se dibuja una mujer joven, animosa para enfrentar las dificultades económicas, con una visión siempre positiva acerca de amigos y compañeros, llena de humor, rasgo que compartía con su pareja y que ella describe en detalle a sus padres, sin duda con la intención de aliviar el disgusto de la separación.

Dolly amó la ciudad desde su apartamento de Gonzalo Ramírez, desde donde en aquel momento se veía el mar y en el que recibía a amigos y extranjeros que querían conocer al escritor ya relativamente famoso. Eso sí, también aquí como en el resto de su existencia juntos, será su «filtro» de acuerdo con el estado de ánimo de Onetti. También será la guardiana de su obra, pasando a máquina los textos y, sobre todo, leyendo cuidadosamente sus páginas con su agudo oído musical para descubrir repeticiones y cacofonías.

Es una etapa de crecimiento como música y siente que llega «al cielo» cuando se entera de que el crítico musical de La Mañana comenta que «es muy bueno ese segundo violín». Forma un cuarteto con su gran amigo Jorge Risi y soporta con alegría las vicisitudes burocráticas de la orquesta del SODRE, incluido el ensayar con guantes y abrigo. También para Onetti es un período muy intenso, ya que en él publica algunas de sus obras más conocidas.

Dolly siempre afirmó que se consideraba afortunada por participar de dos mundos tan ricos y diferentes: el suyo inmediato de la música y el de la literatura, con la amplitud de sus lecturas y el trato asiduo con escritores y periodistas que rodeaban a su marido. Pero también cabía en su polifacética personalidad un aspecto más íntimo y doméstico: el de las recetas de cocina,
y también las salidas con amigas o el gusto por el verano.

Si bien podemos coincidir con Mario Vargas Llosa cuando dice que Dolly fue «compañera, secretaria y ángel de la guarda» de Onetti, tenemos que saber que fue mucho más en relación con el mundo que la rodeaba. La amistad fue para ella un vínculo esencial, y tenía una especial facilidad para conectar con gente joven. Sin duda, su curiosidad por la vida la llevaba al diálogo con conocidos o extraños, y en la calle su amor por los perros era el pretexto espontáneo para saber de las personas.

1974

La zozobra del golpe de Estado y la dictadura instaurada en 1973 recién se hizo carne más tarde. En su carta a los padres, fechada el 27 de junio de 1973, solo comunicaba su tristeza por la muerte del escritor Francisco Espínola. Y después de eso, Marcha siguió organizando su premio de narrativa, en el que Onetti era jurado. Es muy conocida la historia de la detención en 1974 del director de Marcha y de aquel jurado por premiar un cuento de Nelson Marra, a quien también llevaron preso. Lo que no es tan conocido es el período de desesperadas gestiones de Dolly a medida que veía el deterioro de salud de Onetti en su lugar de reclusión, el Cilindro Municipal. Su internación en un sanatorio psiquiátrico fue un logro de Dolly con la ayuda de algunos amigos, como Carlos Maggi, escritor y abogado. Para pagar ese sanatorio debió vender de urgencia una casita que había comprado con mucha ilusión en un balneario cercano a Montevideo.

Después siguieron llegando premios e invitaciones, pero la atmósfera asfixiante los llevó a aceptar una acuciante invitación desde España y se instalaron en Madrid. De nuevo tuvo Dolly que acudir a toda su energía y fortaleza para enfrentar, a pesar de la generosidad de la acogida, las dificultades del exilio, la depresión de su pareja, la soledad del comienzo.

Algunos años después, ya viviendo en su apartamento de la avenida de América, consiguió ingresar en la Orquesta Sinfónica de Madrid y durante años tocó en el Teatro de la Zarzuela y luego en el Teatro Real. Al mismo tiempo, veía con alegría que Onetti volvía a escribir y su vida se estabilizaba con buenas noticias, como el Premio Cervantes en 1980. Afrontaba con entusiasmo el encierro del escritor y le aseguraba el contacto con el exterior por medio de libros, diarios, la presencia de gente que le interesara, y también lo convencía de tener vacaciones de playa, que ella tanto amaba. Y entonces él, con sorna, aceptaba cambiar de cama. En paralelo reunía a los amigos, invitaba a cuanto uruguayo pasaba por Madrid, extendía su generosidad hacia todos los que pudieran necesitarla. En 1978 comenzó nuestra amistad y de todo eso soy testigo.

1994

Hacía un tiempo que la salud de Onetti flaqueaba y Dolly se ocupaba de la dieta, de los médicos y de todo lo que podía imaginar para animar a quien ya no quería salir de la cama.

El 30 de mayo me llamó temprano para decirme que estaban en una clínica y que Juan estaba mal.
Al llegar pude acompañar su dolor por la inminente despedida.

El duelo duró años, tal vez nunca terminó. Con frecuencia hablaba de Onetti en presente y le costaba ver fotos del pasado. Pero eso no le impidió continuar con sus tareas en la orquesta hasta una tardía jubilación y cultivar la compañía de todos aquellos que seguimos a su lado después de la muerte del escritor, porque la luz que desprendía no dependía –nunca lo había hecho– de la estrella que tenía a su lado. También es cierto que en sus presentaciones públicas Dolly se amparaba en la importancia de la obra de su marido, y las preguntas llevaban casi siempre a la falsa imagen de la mujer detrás del escritor.

2006

Había llegado el primer gobierno de izquierda a Uruguay, y Dolly decidió de nuevo generosamente: donó los valiosos manuscritos de la obra de Onetti a la Biblioteca Nacional. La cultura uruguaya le debe gratitud.

Su interés en promover el conocimiento de esa obra la llevó a colaborar con todas las iniciativas de homenaje y estudio que se le propusieran. Esa generosa disposición estuvo en el origen de un engaño que sufrió, porque en algunas ocasiones el interés aparentemente sincero por un autor esconde el interés puro y duro. Pero Dolly tenía temple y alegría, y cruzó varias veces el Atlántico y el Río de la Plata para llevar su palabra y su sonrisa a los onettianos. Siempre regresaba a la vieja casa de Olivos, donde murió el 21 de marzo.

Fueron casi 100 años luminosos. 

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